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París
Anne Weber, Escritora y traductora, París

De Anne Weber

Portraitbild von Anne Weber vor grauem Hintergrund; sie hat lockige braune Haare und trägt einen schwarzen Pullover © Anne Weber
¿Qué imagen podría simbolizar para usted su situación actual o la de su país?

Hay muchas cosas que son símbolo de estos días, desde la ratonera hasta el estante vacío. Por supuesto, estos símbolos valen no sólo para la actual vida en Francia, país donde vivo, sino también para muchos otros países. Tal vez lo que mejor encaja con Francia sería el tapaboca. Los últimos años hubo aquí encendidos debates sobre el turbante islámico y las diferentes formas de velo. En las escuelas se lo prohibió por completo. Y el año pasado, en Borgoña, un parlamentario de extrema derecha atacó a una madre que lo llevaba y participaba como acompañante de una excursión escolar (en su caso el velo estaba permitido).

Ahora, seis meses después, todo el país tiene cubierta la cara. Quien no tiene una mascarilla —y son muchos, pues aquí son escasas y se reservan para el personal médico y los casos graves—, se envuelve la cabeza con un chal, la cose con filtros de café o bolsas de aspiradora o por lo menos se tapa nariz y boca con un pañuelo. Todo un país usando velo completo.

¿Cómo cree que la pandemia transformará el mundo? ¿Qué consecuencias ve usted en el largo plazo?

Bueno, como experta en crisis diría… No, por supuesto, no soy experta en nada, y menos en crisis sistémicas. Como escritora me enfrento más a casos particulares que a sistemas. Tampoco soy socióloga. Como cualquier otra persona, intento construir algo a partir de lo que leo sobre la situación aquí y en el mundo.

Mi impresión, no muy original, es que podrían cerrarse las fronteras y se nos vendrá una crisis económica enorme. Y dado que las crisis económicas mundiales no son famosas por llevar al poder a políticos razonables, sino que más bien los que sacan provecho son los extremistas de derecha, en la medida que saben manipular para sus objetivos la desesperación y la incertidumbre de la gente, podría suceder que en esta situación gane terreno rápidamente el extremismo de derecha, que, por otra parte, se fortaleció mucho los últimos años. Nuestro futuro podría ser la dictadura y el estado vigilante.

¿Qué le da esperanzas?

Ver la entrega y naturalidad con que siguen trabajando y sacrificándose las personas cuyas actividades son esenciales para que no nos falten alimentos y podamos seguir recibiendo ayuda médica; cuando veo que una amiga enfermera, que desde hace dos años está jubilada, se dispone a retomar el servicio, tengo esperanza. Cualquiera que me sonríe desde el otro lado de la calle me da esperanza.

¿Cuál es su estrategia personal para lidiar con la crisis?

El presidente de Francia, Macron, ha hablado de guerra, de una guerra que yo, armada con jabón y desinfectantes, debo hacer principalmente recluyéndome en casa. Allí me espera otra guerra, la guerra contra mí misma y mis miedos, contra los que nada pueden las hierbas o el jabón. ¿Cuál es mi estrategia personal para arreglármelas? “Estrategia” es una palabra que viene del arte de la guerra. ¿La guerra sería entonces una de las artes? Lo diabólico es que cuanto mayor es la intensidad con que hago esa guerra, cuanto más, por ejemplo, me lavo las manos, más grande es la distancia que conservo con la mujer delante de mí en la fila de la panadería, y cuanto mayor es la frecuencia con que, por seguridad, abro el refrigerador del supermercado sólo con la punta del dedo cubierto por el guante de goma, tanto más fuerte se vuelve el enemigo interior. Y cuanto más fuerte se vuelve, tanto más recurro yo al arma del jabón, y así hasta el infinito.

Al final queda esta idea: mejor no tener estrategias. Rendirse, no del todo, pero sí un poco.

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