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Lisboa
Lídia Jorge, Escritora

El escritor Robert Musil dijo que cada día surge una nueva era. Puede ser cierto, pero hay días en que surgen nuevas eras con mayúscula y eso es lo que está pasando ahora. Estamos asistiendo al trabajoso nacimiento de una nueva época y paso mis días tratando de imaginar cómo será.

De Lídia Jorge

Lídia Jorge © Alfredo Cunha Portugal es un país con baja autoestima, acostumbrados como estamos a las recurrentes pruebas de fuerza. Pero ante la amenaza de esta pandemia, el sistema de salud y la gente se unieron y actuaron para minimizar el daño. Eso es un consuelo. Entretanto, nuestros espacios públicos están desiertos y la naturaleza nos ha mostrado rápidamente lo prescindible que somos. Ahora en las calles pasean los conejos. Los hoteles frente al mar están vacíos y las gaviotas vuelan entre las mesas. Vampiros de la naturaleza que somos, ahora nos enfrentamos al espectáculo de nuestra propia superfluidad. Como nunca antes, podemos imaginarnos el mundo sin nosotros. Nuestras vidas continúan en el interior de las casas, pero afuera, las calles anuncian nuestra desaparición. Tal vez el hecho de haber perdido a mi propia madre por el Covid-19 me torna especialmente visible esa sombra negra. Nunca antes sentí tan profundamente que la edad humana no es más que una época entre otras.

Estoy pegada a las noticias, quiero ver y leer todo, me quedo mirando las imágenes, quiero retener este momento porque el estamos pasando. El escritor Robert Musil dijo que cada día surge una nueva era. Puede ser cierto, pero hay días en que surgen nuevas eras con mayúscula, y eso es lo que está pasando ahora. Estamos asistiendo al trabajoso nacimiento de una nueva época y paso mis días tratando de imaginar cómo será. En primer lugar, observo los actos de humanidad. El trabajador funerario español que lloró delante de cámara mientras describía cómo apoyaba las cabezas de los muertos en las almohadas sabiendo que ninguno de los familiares podría verlos. De repente, nuestros héroes no son futbolistas sino gente común, personas ordinarias que se han vuelto indispensables. Si se piensa en términos de protagonistas, estamos asistiendo a una revolución.

La crisis también sirvió para acelerar un proceso que ya se venía dando desde hacía tiempo: una humanidad que vive en un satélite de la Tierra llamado ciberespacio. Todo indica que la subjetividad individual se dará a través de la conexión, que los individuos perderán mucho de su espacio privado y que mientras las mentes vuelan más lejos, los cuerpos, al contrario, se quedarán cada vez más atados a un lugar. Este confinamiento es como una metáfora, un avance de lo que vendrá.

Me da esperanza la capacidad humana para resistir la anomia. Ser humano significa ser al mismo tiempo un cuerpo aislado y gregario. En algún momento nuestra necesidad de cosas tangibles se impondrá por sí misma, y también nuestro deseo de encuentros físicos. Por eso espero que las nuevas familias que surjan aprendan a cultivar la mejor alternativa que tienen: la colaboración, y que los nuevos criterios de trabajo les permitan a todos dejar su huella. Pronto habrá pobreza y una gran desigualdad. Pero creo en la corriente de la historia y en el progreso humano. En el largo plazo surgirá un nuevo concepto de la riqueza y la armonía, y permanecerá mientras tengamos el recuerdo de haber visto el mundo totalmente vacío. Ocurrió en 2020.

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