Cine Ocho horas no hacen un día

Fassbinder Foto: Fassbinder Foundation

02/09 al 08/09/2017

Sala Leopoldo Lugones / Teatro San Martín

50 años juntos: Sala Leopoldo Lugones y Goethe-Institut Buenos Aires. Estreno para todo el continente americano de la miniserie de Rainer W.Fassbinder (1972/2017) restaurada por el MoMA y la Fassbinder Foundation.

Del sábado 2 a viernes 8 de septiembre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530)
 
En el año del 50º aniversario del Goethe-Institut y de la Sala Leopoldo Lugones, las dos instituciones presentan junto al Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina la legendaria miniserie Ocho horas no hacen un día, escrita y dirigida por Rainer Werner Fassbinder a fines de los años 60, hace 50 años. Luego de su exhibición --en copia restaurada por el MoMA de Nueva York y la Fassbinder Foundation-- en la última edición de la Berlinale, la proyección de esa misma versión en la Sala Lugones se produce en calidad de estreno absoluto para todo el continente americano.
Dividida en cinco capítulos y estrenada por el canal de televisión WDR en 1972, la telenovela narra la vida privada y laboral de una familia de obreros y con ella la realidad social y las limitaciones económicas de la Alemania Occidental donde los protagonistas de tres generaciones oscilan entre ideas progresistas y valores conservadores. Con su estilo típico que tiende al melodrama, Fassbinder desarma hábilmente el clima de “mundo perfecto” que transmitían las películas de posguerra y anticipa los fuertes caracteres femeninos de películas posteriores. La estrella del cine alemán de los años 50, Luise Ullrich, en el papel de la abuela y Hanna Schygulla como una empleada administrativa interpretan a dos mujeres que luchan por la felicidad y la solidaridad.


PROGRAMACIÓN
 
Ocho horas no hacen un día (Acht Stunden sind kein Tag)
Alemania Federal, 1972-1973.
Dirección y guión: Rainer Werner Fassbinder.
Con Gottfried John, Hanna Schygulla, Luise Ullrich, Werner Finck, Irm Hermann, Kurt Raab, Eva Mattes.
Duración total: 467 minutos. Versión restaurada en DCP.
 
Sábado 2:                          
Capítulo 1: Jochen y Marion
19 h (101’)
Capítulo 2: La abuela y Gregor
21:30 h (99’)
 
Domingo 3:                       
Capítulo 3: Franz y Ernst
16:30 h (91’)
Capítulo 4: Mónica y Harald
19 h (88’)
Capítulo 5: Irmgard y Rolf
21:30 h (88’)
 
Lunes 4                               
Capítulo 1: Jochen y Marion
19 h (101’)
 
Martes 5                            
Capítulo 2: La abuela y Gregor
19 h (99’)
 
Miércoles 6 
                      
Capítulo 3: Franz y Ernst
19 h (91’)
 
Jueves 7 
                            
Capítulo 4: Mónica y Harald
19 h (88’)
 
Viernes 8                           
Capítulo 5: Irmgard y Rolf
19 h (88’)

 
Fassbinder2 Foto: Fassbinder Foundation  
 
Ocho horas no hacen un día
por Luciano Monteagudo
 
“A comienzos de 1972, Rainer Werner Fassbinder tenía apenas 26 años y en sólo tres había filmado quince largometrajes, que finalmente empezaban a ser reconocidos por la crítica y los principales festivales internacionales, a pesar del rechazo inicial que había provocado en la Berlinale su opera prima El amor es más frío que la muerte (1969). Pero Fassbinder era plenamente consciente de que su cine --formalmente tan austero como sus presupuestos– era apreciado sólo por una élite: la misma burguesía a la que él no dejaba de cuestionar. Por eso, cuando la cadena de televisión Westdeutscher Rundfunk (WDR) le ofreció escribir y dirigir una miniserie para su catálogo de producciones familiares, tan populares en la TV alemana de la época, Fassbinder no dudó en aceptar la propuesta. El resultado fue Acht Stunden sind kein Tag (Ocho horas no hacen un día), una experiencia crucial y a todas luces insólita que, en una flamante versión restaurada, se convirtió en el gran acontecimiento cinéfilo del último Festival de Berlín.

A diferencia de la famosa Berlin Alexanderplatz (1980), que Fassbinder también rodó para la televisión, Ocho horas no hacen un día era un trabajo olvidado, nada menos cinco capítulos de una hora y media cada uno que casi no habían vuelto a verse desde su primera emisión, 45 años atrás. Pero la Rainer Werner Fassbinder Foundation que dirige Juliane Lorenz, en cooperación con el Museo de Arte Moderno (MoMA), de Nueva York, exhumaron el material original, rodado en 16mm, restauraron meticulosamente imagen y sonido y lo que ahora vuelve a la luz puede considerarse como la primera -y quizás la única- telenovela marxista de la TV occidental.

A priori, el guion escrito por el propio Fassbinder no se aparta de los lineamientos generales que imponía la WDR para sus Familienserien, concebidas para su horario central. Esto es, una comedia con una simpática familia en su centro, que en cada emisión debía enfrentar diferentes situaciones, enredos humorísticos y conflictos. Pero lo primero que hace el Fassbinder dramaturgo es acentuar el sentido de pertenencia de esa familia a la más pura y dura clase trabajadora. El protagonista es Jochen (Gottfried John), un muchacho pintón y entusiasta que trabaja en una fábrica metalmecánica. Comparte un modesto departamento con sus padres y con su abuela (la hiperactiva Luise Ullrich), hasta que se muda con su novia Marion (Hanna Schygulla), empleada administrativa de un periódico local de la ciudad de Köln, donde fue rodada la miniserie.    

El primer capítulo está casi totalmente dedicado a este romance y a los comentarios y reacciones que provoca en el resto de la familia de Jochen. Pero poco a poco, capítulo a capítulo, Fassbinder va introduciendo cada vez más el universo social y laboral en el plano familiar. Los compañeros de trabajo de Jochen son también sus amigos y con ellos no sólo comparte unas cervezas a la salida de la fábrica sino también todos los problemas y conflictos que conlleva la jornada laboral, desde las presiones del capataz por cumplir con los plazos de entrega hasta las estrategias de lucha para conseguir un aumento salarial. Que en el quinto y último capítulo de la serie, Jochen, Marion y sus amigos dediquen buena parte de su tiempo a comprender y discutir la teoría de la plusvalía (aunque nunca la nombren como tal) da una idea de por qué la WDR canceló súbitamente el proyecto y nunca se filmaron los tres capítulos restantes que estaban previstos.

Es notable, sin embargo, el esfuerzo de Fassbinder por contrabandear sus contenidos en un territorio enemigo como era el de la televisión. Si Jean-Luc Godard –que había sido una de sus primeras y mayores influencias– estaba dedicado por entonces a romper con el lenguaje cinematográfico y las convenciones narrativas de la burguesía, Fassbinder por el contrario las abraza con todas sus fuerzas, para ganarse el favor de su audiencia. Quiere y necesita llegar a su público, por lo que utiliza todas las herramientas de la gramática televisiva, desde una música con violines para resaltar una escena romántica hasta los súbitos zooms a los ojos de sus personajes, cuando enfrentan una situación crítica. Aquí es más claro que nunca el influjo del cine del alemán Douglas Sirk, que en Hollywood se apropió de las claves del melodrama para subvertir la ideología del género, una práctica que evidentemente Fassbinder quería probar en su incursión televisiva y luego extendería a toda su obra cinematográfica.

Pero en Ocho horas no hacen un día hay también, a la vez, en una operación tan compleja como transparente, un procedimiento inequívocamente brechtiano: a fuerza de exacerbar esos recursos formales -particularmente los elaboradísimos encuadres– se produce el famoso “efecto de extrañamiento” que permite distanciarse de los hechos dramáticos y por lo tanto tomar conciencia de las situaciones de los personajes. En su afán didáctico por exponer círculos concéntricos de opresión, Fassbinder no sólo vuelve al tema de los Gastarbeiter, los trabajadores inmigrantes, al que había dedicado todo un film (Katzelmacher, 1969) y al que aquí regresa con la subtrama de un obrero italiano que es víctima del desprecio de alguno de sus compañeros. También advierte la discriminación a la que están sometidas las mujeres y las personas mayores, a quienes la serie no sólo invita a rebelarse, sino que también les indica el mejor camino para hacerlo”.
 
 
 

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