Coronavirus  “La pandemia atomizó el liderazgo femenino”

El coronavirus y las mujeres Foto: Claudia Casarino

La pandemia del coronavirus, así como las diversas medidas para controlarla, han constituido una profunda cesura a nivel global. ¿Cuál ha sido el impacto de la pandemia sobre la vida de las mujeres de Latinoamérica? Una charla con la economista y escritora argentina Mercedes D’Alessandro.

Su trabajo con el gobierno argentino comenzó poco antes de la pandemia. ¿Cómo impactó eso sus objetivos?

Significó salir de Nueva York, en enero de 2020, solo con dos valijas, pues la pandemia no me permitió hacer la mudanza que tenía planeada. Llegué a Buenos Aires y creamos la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, que produce información y análisis, y estimula el debate en torno a la construcción de políticas públicas con una perspectiva de género. Debatir es fundamental, porque la economía, ni aquí ni en ninguna otra parte de Latinoamérica, tiene ninguna perspectiva de género.

En el contexto latinoamericano, ¿dónde ha visto el mayor impacto para la mujer por la pandemia?

La inequidad se acentuó, porque la pandemia, en muchos casos, nos obligó a quedarnos en el hogar. En Latinoamérica, las escuelas han estado cerradas, los niños y las niñas han debido estar en la casa, y su cuidado lo han llevado siempre las mujeres. Eso no ha cambiado en 2021. El liderazgo de la mujer se ha visto sacudido y su rol sigue siendo incompatible con sus funciones laborales. Por lo demás, las consecuencias de la pandemia atraviesan todas las esferas sociales. En Argentina, México, Brasil y Colombia, por solo mencionar algunos países, muchas mujeres directoras de compañía o altas directivas han debido reducir su tiempo para la actividad laboral, y otras se han visto forzadas a dejar de trabajar.

Miremos los efectos por partes. ¿Cómo se reflejan en la participación económica de las mujeres?

Esto aplica a todo el continente. Cuando comenzaron las medidas de aislamiento, lo que observamos es que la mujer pasó a ser menos capaz no solo de trabajar, sino incluso de salir a buscar un trabajo. La caída de la participación económica de la mujer fue de diez puntos porcentuales, la mayor en toda la historia. Eso significa que, por ejemplo en Argentina, hubo casi dos millones de mujeres en casa, sobre todo madres jóvenes, que no trabajaron ni pudieron buscar un trabajo. Esto se ha recuperado pero no del todo, pues el retroceso es enorme. Las mujeres han quedado en el mismo nivel de 1986. En cambio, los hombres, especialmente los jóvenes, rápidamente retomaron su actividad. Ellos han podido mantener sus espacios de interacción social, económica y política. Y esos espacios, que ya estaban masculinizados, se han profundizado.

¿Cuál ha sido el efecto en la participación política?

En Latinoamérica, el activismo feminista tiene un pie muy fuerte en la tierra y los territorios tradicionales. Me refiero a las asambleas, los espacios de encuentro, la conexión física, precisamente aquella que se ha visto afectada por la pandemia. En Argentina, por ejemplo, existen las villas (barrios populares), cuyos comedores populares están liderados por mujeres. Las personas se acercan y ellas les dan alimento. Son espacios donde siempre hay mujeres revolviendo una olla, y en torno a eso hay vida y lazos comunitarios. Pero si terminas encerrada día y noche en un edificio de quince pisos, entonces desaparecen los espacios de interacción, que caracterizan al liderazgo femenino. El feminismo latinoamericano se expresa mucho en la calle, y eso el espacio virtual no lo puede igualar. La pandemia nos ha atomizado.

Pero durante la pandemia, movimientos ciudadanos marcados por la participación de la mujer llevaron a cambios casi revolucionarios: el proceso constituyente en Chile y la legalización del aborto en Argentina.

Son casos particulares. En Argentina, la campaña por el aborto legal viene de un proceso largo y se nutre de una nueva construcción política en un Senado donde muchas mujeres están comprometidas con impulsar esa ley. Y el costo político de no hacerlo, incluso para el presidente, era alto. Con tantos retrocesos sociales en tiempo de pandemia, no apoyar la campaña era un problema enorme. En Chile, por otra parte, había un proceso de un año entero de manifestaciones, que luego pasó por movilizaciones y terminó con que la constituyente se escribirá en paridad. En ambos hechos había algo ya armado, una fuerza fuera y dentro de lo político y lo institucional, que la pandemia no pudo detener.

¿Cómo ve a la mujer hoy en Latinoamérica en relación con el acceso al poder político?

En general, hay que decir que Latinoamérica sigue estando aún lejos de un avance. Solo ha habido diez mujeres presidentas, y hoy ya no hay ninguna. En cierto momento, hacia 2014, teníamos cuatro: la brasileña Dilma Rousseff, la chilena Michelle Bachelet, la costarricense Laura Chinchilla y Cristina Fernández en Argentina. Fue un momento de oro. ¡Y eran solo cuatro! Si uno observa otras capas inferiores del poder, la situación es igual. Argentina tiene veinticuatro provincias, pero solo cuatro mujeres gobernadoras. Lo mismo en México. Y si miras más abajo, por ejemplo los municipios, las estructuras son aún más pequeñas: alcanzan apenas el 1 por ciento. Entonces, ese es el paisaje, que las mujeres en Latinoamérica están en el poder, pero solo a partir de la cuarta, la quinta o la sexta fila. No llegan a los espacios donde se toman las decisiones.

En la búsqueda de salidas a la crisis ocasionada por la pandemia, ¿qué rol ve usted para la mujer?

En Latinoamérica, el motor económico más directo es siempre el del sector industrial, energético, de transporte, de construcción y de obra pública. Pero todos son sectores masculinizados. Entonces, si no hacemos algo, la reactivación económica va a volver a dejar por fuera a las mujeres. La mano invisible del mercado no se va a ocupar de incluirlas. Ahí es necesario trabajar veloz y coordinadamente con el sector privado para garantizar su participación. Por otra parte, es central revalorizar –como intentamos hacerlo en nuestra Dirección– las actividades feminizadas, que fueron todas fundamentales en la pandemia. Ahí están las mujeres que trabajan en el hogar. Y también ocho de cada diez trabajadores en salud, ocho de cada diez en la enseñanza, así como la gran mayoría de las personas que en este año alimentaron a once millones de personas son mujeres.
 
Mercedes D’Alessandro nació en 1978 en Posadas, Argentina, cerca de la frontera con Brasil. En Buenos Aires estudió y enseñó Economía, dirigió el programa Economía Política de la Universidad de General Sarmiento e hizo su doctorado en la Universidad de Buenos Aires. En 2015, bajo el influjo del movimiento Ni Una Menos, D’Alessandro fundó la plataforma de divulgación económica Eco Femini(s)ta. Al año siguiente, publicó el libro Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour), que aborda el liderazgo de las mujeres en áreas tradicionalmente masculinizadas. La obra se convirtió en un bestseller.

Como académica y consultora, vivió un tiempo en Estados Unidos, hasta que en 2019 el Ministerio de Economía argentino la invitó a crear la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, el primer espacio institucional de Economía y Género en la historia argentina. D’Alessandro es su directora. Justo antes de la publicación de esta entrevista, la revista Time la incluyó en su tradicional lista de las cien mujeres más influyentes del mundo.

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