Ana Freitas  “Presidenta” no es una palabra fea

© Marina Camargo, 2019 © Marina Camargo, 2019.

Si la lengua refleja el sexismo estructural de una sociedad, la repetición de signos lingüísticos predominantemente masculinos ayuda a perpetuar ese mismo sexismo.

En 2016 publiqué un texto sobre el uso del lenguaje neutro y no binario. En aquella ocasión investigué las razones de quienes estaban a favor de adaptar la lengua escrita para que sea inclusiva respecto al género. La premisa, con la que personalmente concuerdo, es que de hecho hay un refuerzo de ciertos preconceptos y características culturales machistas en las lenguas en que las palabras tienen género masculino y femenino. Pocos años antes, cuando estudiaba italiano, el profesor me dijo que “la abogada” era “la avvocato”, la palabra no acompaña al género de la profesional, simplemente porque cuando surgió, no existía en la sociedad una demanda real de ese fenómeno. Todos los abogados eran varones.

Desde entonces, la discusión en portugués sobre el uso de “e” [le], “x” o “@” en lugar de los artículos “o” [“el”] y “a” [“la”] cuando preceden a sustantivos que denotan individuos –con la intención de generar inclusión y representatividad en la comunicación– se desplazó a ámbitos más sombríos. En Brasil ganó espacio en los grandes medios de prensa cuando aquí y allá se llamó a Dilma Rousseff “presidenta” en vez de “presidente”. El rechazo de la oposición a la flexibilización de la palabra (“es fea”, decían) anunciaba el giro que daría el país y la guerra cultural en que hoy nos encontramos.

Mientras tanto, ha surgido otro punto de vista bastante interesante respecto al uso de este formato de lenguaje neutro en la comunicación escrita. Según esta perspectiva, puede ser una maniobra para incluir minorías, pero termina excluyendo a otras en el proceso: por ejemplo, las personas con deficiencia visual que consumen contenido de plataforma digitales por medio de softwares que leen lo que aparece en la pantalla sufren el impacto de palabras inexistentes. La comprensión se dificulta enormemente. A propósito, existe otro movimiento de inclusión en el lenguaje escrito de personas con deficiencia visual: el hashtag #paracegover, usado por decenas de perfiles en las redes sociales para describir con un texto las imágenes que se ven en la pantalla, desde publicidades hasta memes.

Algunos críticos del formato de lenguaje neutro que recurre a “x” o "@" señalan también otras desventajas del procedimiento. No es aplicable a la comunicación oral, ya que es impronunciable; por eso, acaba siendo elitista... una forma de comunicación que solo entienden las burbujas del activismo digital de izquierda. Por la misma razón, no se trata de un lenguaje que pueda trasponerse a comunicaciones formales, por ejemplo, al ambiente de trabajo. Y para completar, termina excluyendo a individuos disléxicos y con dificultades de aprendizaje.

Por eso, hay un movimiento que sostiene una tercera vía de lenguaje neutro: una que se vale de palabras que ya existen en el portugués y sugiere cambios más estructurales. Una de las propuestas es cambiar los sustantivos de género masculino por otros semánticamente neutros (por ejemplo: filhos [hijos] por crianças [criaturas], homens [hombres] por humanidade [humanidad], índios [indios] por população indígena [población indígena]).

“No debemos olvidar que el pensamiento se modela gracias a la palabra, y que sólo existe lo que tiene nombre”, dice sobre el tema la lingüista española María Ángeles Calero. Al mismo tiempo que la lengua refleja el sexismo estructural de la sociedad, la repetición de signos lingüísticos predominantemente masculinos ayuda a perpetuar ese mismo sexismo. Si no estamos dispuestos a proponer y discutir cambios lingüísticos factibles, aplicables a todos los contextos y grupos sociales, tal vez siempre suene extraño llamar presidenta a la líder de un país.

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