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Novelas y cuentos
Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Claudio Ferrufino-Coqueugniot | Foto: © Claudio Ferrufino-Coqueugniot Privat

Claudio Ferrufino-Coqueugniot  (Cochabamba, 1960) desde 1989 vive en Estados Unidos. Es autor de Virginianos (1991, prosa breve), Ejercicios de memoria (ensayos, 1989). El señor don Rómulo (novela, 2002), El exilio voluntario (2009, Premio de novela Casa de las Américas), Diario secreto (2011, Premio nacional de novela), Muerta ciudad viva (novela, 2013), y Madrid-Cochabamba/ Cartografía del desastre (coautoría con Pablo Cerezal, 2015). Escribe artículos de opinión sobre diversos temas humanos, literarios, y en especial de crítica política, que difunde especialmente a través de su blog Le coq en fer. 
 

¿Te sientes parte de algo como: una generación, una clase, un sector social, de un lugar en el mundo?

El hecho de casi nunca haber participado de grupos literarios hizo que nunca me sintiera parte de una generación, no en el sentido de una tendencia estética o una visión político-intelectual. Sí, claro, en el sentido de pertenecer a una generación post revolución nacional que vivió niñez y juventud bajo dictaduras militares, que inclinó nuestra obra y pensamiento hacia una izquierda que tuvo mucho de romántico y mucho de tragedia. Que aquello delineó mi obra de ficción, creo que poco.
¿Clase? No creo, al haber sido mis padres gente inteligente que nos educaron con liberalidad, empatía y sensibilidad social, si queremos llamarla así.
¿Lugar en el mundo? Seguro que sí, como ser humano diverso. Me desenvuelvo con naturalidad en cualquier lugar o circunstancia, entre cualquier gente. Eso me sitúa firme en el planeta. Sin embargo, a medida que envejezco, el llamado de la tierra de origen va creciendo. Tal vez más que el sujeto geográfico, sea el entorno que lo acompaña, la memoria. No algo ligado al territorio que de todos modos sería asunto subjetivo.
 
¿Cuándo escribes lo que escribes, buscas algún tipo de reacción en el lector?

No pienso en el lector cuando escribo ficción. Si es ensayo o columna periodística, sí. Allí juego con el impacto que ello pueda producir en los que leen. La ficción es más bien una catarsis que no tiene que ver ni siquiera con la publicación sino con sacarse cosas de encima, para bien o para mal. Tal vez habría que darle una profesionalidad a la escritura y tener claro el panorama de lo escrito en el mundo exterior a ti. No diría escribir con seriedad, porque ya solo escribir es asunto serio, sino considerarse a uno mismo como escritor, como persona que al agarrar el lapicero está superando los límites de su yo interno para alcanzar universalidad.

¿Qué le falta, o le sobra, a la literatura boliviana en el presente?

Creo que como todo o casi todo en Bolivia la literatura participa de roscas. Cenáculos, grupos, muchas veces divididos por cuestiones de clase, sociales, hasta raciales. Eso es dañino, no permite la diversificación de las letras. En el tiempo actual aquello ha ido mejorando, cambiando. Me alegra que, por ejemplo, El Alto surja como un polo cultural de importancia. Su dinámica social, urbana, es un fenómeno a estudiar. De esa dinámica ha surgido un nutrido grupo de escritores jóvenes de gran promesa. Con ellos se ha democratizado la literatura boliviana felizmente. Ha dejado de ser la afición de “gente bien” para convertirse en lo que debe ser: un arte popular, por más sofisticación que tenga. La literatura se hace sin duda de grandes nombres, pero esos se sustentan en una base sólida de otros escritores que a pesar de no tener éxito económico fundamentan la propia existencia de una literatura que puede considerarse boliviana.
 

 

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