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Novelas y cuentos
Sebastián Antezana

Sebastián Antezana
Foto: Kimberly Blacutt

A sus 25 años, Sebastián Antezana obtuvo Premio Nacional de Novela con la obra “La toma del manuscrito”, una historia que juega con la ficción a partir del misterio de unas fotografías. Es licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, maestro en Literatura Inglesa por la Universidad de Leeds y es profesor en Syracuse University
Es autor de “El amor según” (2011), “Iluminación” (2017). Algunos de sus escritos forman parte de diferentes antologías.
 

¿Existe una “literatura boliviana”?
 
Existe una literatura boliviana, y una sueca y una peruana y una panameña, si asumimos como punto de partida el paradigma nacional. ¿Cuáles son sus ventajas? Quizás adscribirse a a cierta cultura y ciertos modos de lenguaje, a cierto humor, a cierto horizonte ideológico que puede o no ser telón de fondo o asunto central de esta literatura. Pero, sobre todo, aceptar el paradigma nacional implicaría adscribirse a una tradición literaria específica y, con ella, a un mercado [editorial], mayor o menor o inexistente, que necesariamente define las condiciones de producción y, en parte, la resonancia de esta literatura. Bueno, todas estas ventajas pueden fácilmente transformarse en desventajas. Para no entrar en una discusión sobre el  vínculo entre literatura y nación, diría que en lo personal me interesa mucho de literatura boliviana, pero no porque sea boliviana sino porque presenta algunos de los gestos más altos de cualquier literatura: La candidatura de Rojas, de Armando Chirveches; Pirotecnia, de Hilda Mundy; Cerco de penumbras, de Óscar Cerruto; Tirinea, de Jesús Urzagasti; Al pasar un cometa, de Jaime Saenz; La tumba infecunda, de René Bascopé; El jardín de Nora, de Blanca Wiethuchter; Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro; Para comerte mejor, de Giovanna Rivero; etc.
 
¿Te consideras parte de alguna corriente literaria?
 
De ninguna en especial. Si comparto algo con otros escritores, además de gestos de lenguaje que delatan mi genealogía literaria, será solo una afición por ampliar las fronteras de lo que tradicionalmente se considera(ba) el realismo. Creo que el realismo no es un género literario sino un modo en expansión. No me siento afín a quienes ven al realismo como una forma más cercana o más verdadera de narrar el mundo que, por ejemplo, la fantasía o ciencia ficción. Esa impresión deja de lado el hecho de que el mundo real, la realidad que habitamos, es una construcción, un producto tan dependiente de la perspectiva -y, por lo tanto, tan construido- como los demás. Por el contrario, como otros escritores a los que me siento cercano, creo que el realismo no es el género más cercano a lo real, sino uno más de los muchos modos que tenemos de construirlo. Uno que se expresa, además, tanto en códigos de alta legibilidad y reproducibilidad como mediante gestos fantásticos y rompedores de lo racional-cartesiano.
 
¿Cuáles son tus preocupaciones como escritor? 
 
Tratar de escribir algunos buenos libros, conseguir no solo historias que puedan interesar y expresar algo más allá de lo que dicen, sino también hacerlo mediante un trabajo con el lenguaje capaz de generar algo nuevo. Y, claro, mediante ese lenguaje y mediante las historias que puedan armarse con y alrededor de él, descubrir algunas cosas más allá del trajín de la escritura cotidiana, experimentar quizás alguna pequeña revelación o provocarla en alguien, hacer patente una conexión entre persona y palabra, entre narración e historia, que no dependa de este tiempo y este espacio. Quizás, también, ser feliz escribiendo. Tal vez, más atrevido aún, hacer feliz o conmover a alguien con lo que escribo. 


 

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