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Poesía
Rodolfo Ortíz

Rodolfo Ortíz
Rodolfo Ortíz | Rodolfo Ortíz | Foto: © David Illanes

De Rodolfo Ortíz

Nació en La Paz en 1969. Es director de la revista de literatura La Mariposa Mundial. Ha publicado los libros de poesía: La corpulencia del tic (1997), Cuadernos de la sequía (2006) y La casa del bosque de pelos (2012). Reside en Vancouver.
 
 
 


¿Crees que hay una tradición poética boliviana y con qué escrituras dialogas (de Bolivia y de fuera)?
 
José Emilio Pacheco vivió varios años en Vancouver y no me extrañaría que fue esta experiencia la que lo llevó a nombrar la poesía como una “risible variedad de la neurosis”. Por algún raro afán esta imagen reaparece en las filas larguísimas, teleféricas, de poetas-tinterillos escribiendo su memorial de ciudadanía. La palabra “tradición” se ha vuelto sospechosa, por lo mismo. Pienso que mejor sería diferir hacia otra forma de acumulación originaria, la de lectores transgresivos y con una mínima conciencia demográfica. Lectores con un impulso de cohesión invisible, quizás, pero arrojados a pensar lo impensable sin la superchería de una tradición que los legitime. La escritura poética o la poesía del lenguaje, si algún parto tienen en estos “tiempos de sequía” (pues así deseo traducir el dürftiger Zeit de Hölderlin), será en el no-lugar de esa otra relojería averiada que es un basural.
 
¿Diálogo? Stein, Beckett, Saenz, Musil, Quignard, Vilariño, Celan/Derrida, Safo/Carson, Churata, Lowry, Duchamp…
 
¿Crees que la poesía que se escribe hoy en Bolivia es importante en un contexto mayor como el latinoamericano?
 

No lo sé. Asistir al tiempo de la “poesía del presente”, desde el propio presente, es un arma de doble filo. En ese contexto, la palabra “hoy” me resulta inalcanzable, la palabra “ayer”, una nube consumida y apócrifa… que veremos seguramente exhaustos “mañana”. Sin embargo, estoy convencido que es posible atender al preludio de otra cosa más catastrófica todavía que una prosa tijereteada en lo fantasmagórico del tiempo. Desde este lindero, el inicio de la escritura de un poema tiene que ver con un momento de guerra, con una reserva explosiva, inflamable, que queda solapada como una verdad acaso más íntima que el acto de escribir.
 
¿Qué estás escribiendo ahora y qué nos puedes decir del hecho de que algunos de tus poemas fueron traducidos al alemán?
 
Hace añadas me dedico a rayar cuadernos y cuadernitos de toda índole. La sintaxis degenerativa y también degradada que se arrastra allí me hace decir (a veces) esto: in stercore invenitur, en lo más ruin, bajo, en la putrefacción, en la nigredo, se encontrará la materia inmunda de tu oro.
                                                         
La supervivencia de la poesía está en la traducción más que en la prolijidad de sus poetas. Mencionaría algunos libros publicados en Bolivia, que además de ponerme jubiloso, podrían interactuar sin asco en constelaciones lingüísticamente más entreveradas: El Loco, Pirotecnia, El escalpelo, El tránsito infernal y el peregrino, Del tiempo de la muerte, Senderos, El danzante y la muerte, La palidez, Transectos, La torre abolida, Historia de las invasiones perdidas, Homo Demens, La tridestilación de la ventana, Cortado de un cuervo…*


[1] N de E. Ortiz se refiere, respectivamente, a los libros de: Arturo Borda, Hilda Mundy, Jaime Saenz, Sergio Suárez Figueroa, Edmundo Camargo, Jesús Urzagasti, Fernando Rosso, Guillermo Bedregal, Juan Cristóbal Mac Lean, Rubén Vargas, Benjamín Chávez, Álvaro Diez Astete, Jaime Taborga y Cé Mendizábal.

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