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Elena Alonso Frayle

Elena Alonso Frayle
Elena Alonso Frayle | Foto: © Axel Bahr

Elena Alonso Frayle (Bilbao, 1965) es Licenciada en Derecho y Economía por la Universidad de Deusto y Máster en Estudios Europeos por la Universidad de Nancy, pero desde 2008 se dedica por completo a la actividad literaria. Ha residido en Senegal, Argentina, Tailandia y Mongolia, aunque la mayor parte de su vida adulta ha transcurrido en Alemania. En la actualidad vive en La Paz, Bolivia. Cultiva el relato, la novela y la literatura juvenil y sus obras han obtenido numerosos reconocimientos internacionales, como el Premio de Novela de la Editorial Siglo XXI, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz del Estado de México, los Premios Ala Delta y Alandar de literatura juvenil o el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España.  

El cuento y la novela son dos géneros literarios en los que se siente igualmente a gusto. Una vez Usted comentó la diferencia con las hermosas palabras: "una novela trata de ser tu amiga, un cuento no hace eso casi nunca". Y sin embargo, en su extensa obra, los relatos cortos son particularmente fuertes. ¿Qué es lo que le fascina de los cuentos?
 
Sí, esa cita de Joy Williams con frecuencia viene a mi mente cuando me enfrento a la tarea de escribir un cuento. Acaso porque resume muy bien el lugar desde el que leo y desde el que escribo cuando me dedico a ese género, un género por el que siento debilidad. El gran Faulkner afirmaba que es más difícil escribir un buen cuento que una novela decente, y creo que estoy de acuerdo con él. El cuento implica varios desafíos para el autor; en primer lugar, exige de él una renuncia a la ornamentación, al exceso innecesario, le exige practicar ciertas dosis de ocultación para alcanzar la carga expresiva buscada, para conseguir que el lector quede enfrentado en pocas páginas a todo un resumen de la condición humana. No es tarea fácil. Lo mismo ocurre con el peculiar manejo del tiempo que exige el cuento, que siempre debe crear una atmósfera propia que envuelva a la narración y le dé su sentido. Por último, hay algo que me cautiva de manera especial en el cuento, y es que me permite adoptar voces, estructuras y estilos diferentes en lapsos breves; digamos que me permite cambiar de traje con frecuencia, renovar por completo mis atavíos cada cierto tiempo. Pero ello representa asimismo un desafío: como todo cuentista, debo enfrentarme una y otra vez a la desnudez total, a la página en blanco, a empezar de cero.


En su curriculum vitae se puede leer en cuántos países ha vivido hasta ahora. ¿Se siente como en casa en el mundo, y hasta qué punto ha influido esto en su escritura?
 
Recuerdo que desde que era niña mi mayor anhelo consistía en salir de mi país, ver el mundo, aprender idiomas, ¡tener varios pasaportes! Nunca he conseguido comprender el apego desmesurado a la tierra en la que nos tocó nacer —algo completamente azaroso—, acaso porque crecí en un entorno en el que el fanatismo nacionalista mostraba su peor cara, la del terrorismo de ETA en el País Vasco. Aquello, de alguna manera, determinó lo que a veces denomino el «desplazamiento de mi identidad nacional» que apunta, efectivamente, antes al mundo como casa común que a un lugar muy concreto del globo. Todo ello influye, como es lógico, en mi escritura, pues, en definitiva, escribimos sobre lo que vivimos, sobre lo que nos preocupa, sobre lo que nos concierne. El tema de la identidad nacional aparece con frecuencia en mis novelas, menos en mis cuentos. También anima mi literatura esa diversidad geográfica en la que ha consistido mi vida en las últimas décadas, por eso tengo novelas ambientadas en Mongolia, en Tailandia, en Japón... y, por supuesto, en Alemania.


En el marco de nuestro programa de invitados de honor, hacemos hincapié en el diálogo y el intercambio. ¿Qué espera de los encuentros con sus colegas y el público boliviano?
 
Después de este año terrible que dejamos atrás, recibo con entusiasmo una iniciativa como la del presente programa. Para nosotros, los escritores, la pandemia también ha tenido un impacto específico. Me interesa mucho la posibilidad de escuchar y compartir las vivencias de otros autores en este año de aislamiento y de zozobra: ¿ha cambiado nuestra percepción de los temas sobre los que debemos/queremos escribir?; en su caso, ¿este cambio opera de manera similar en todos los ámbitos geográficos?

En cuanto al contacto con el público, Kurt Tucholsky decía que el lector tiene suerte, pues puede escoger al autor. Supongo que con ello quería decir que el autor tiene menos suerte o, tal y como yo lo veo, que es el lector quien en definitiva pasa a ser un poco dueño de la obra cuando esta se publica, sin que al autor le quede más remedio que aceptar su juicio. Es el lector quien completa el proceso de escritura y, la experiencia me dice que uno a menudo se lleva grandes sorpresas cuando escucha al lector, incluso descubre ángulos insospechados en la propia obra. Tengo mucha curiosidad por dialogar con el público boliviano, y estoy segura de que supondrá una experiencia enriquecedora, por enmarcarse en un contexto geográfico y cultural nuevo para mí.

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