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El siglo de las mujeres
Contra el mandato de la masculinidad

Durante una manifestación por la despenalización del aborto en Argentina, un manifestante levanta un cartel que dice "Vivo porque resisto".
Durante una manifestación por la despenalización del aborto en Argentina, un manifestante levanta un cartel que dice "Vivo porque resisto". | Foto (detalle): Sol Avena / Goethe-Institut e.V.

El proyecto “El siglo de las mujeres” de los Goethe-Institut de América del Sur explora estrategias contra las estructuras patriarcales y la violencia de género. Con motivo del Día Internacional de la Mujer, conversamos con la antropóloga argentina Rita Segato.

De Silvina Friera

La antropóloga argentina Rita Segato (Buenos Aires, 1951) brilla en el mundo académico por su pensamiento sobre la violencia contra las mujeres y las luchas feministas.  Rita Segato Rita Segato | Foto (detaille): © Jocelina Laura de Carvalho Segato En la última dictadura cívico-militar se exilió en Brasil, donde se desempeñó como docente e investigadora por más de treinta años. Uno de sus libros más conocidos, Las Estructuras Elementales de la Violencia, se basa en un estudio que ella misma realizó sobre la población carcelaria de la penitenciaría de Brasilia por delitos de violencia sexual. Segato, autora también de La Guerra contra las Mujeres y Contrapedagogías de la crueldad, participa de “El siglo de las mujeres”, una iniciativa regional de los Institutos Goethe de América del Sur.

Los femicidios y otras formas de violencia contra las mujeres aumentan en los países de América Latina. ¿Qué es lo que está fallando?

Hay un problema serio porque no basta con promulgar leyes, sino que es necesario garantizar que adquieran una eficacia material y no puramente simbólica. Lo que no hemos entendido bien es el tema de la prevención. Pensamos que el instrumento más importante de la prevención es legislar y nos damos cuenta de que no es así. Es necesario colocar una lente minuciosa para ver dónde están los obstáculos; en qué momentos, en qué personas, en qué funciones. 

¿Dónde están los obstáculos?

Tenemos que observar dos espacios, el espacio policial y el sistema judicial en todos sus niveles (defensores, fiscales y jueces), para entender por qué se está trabando la aplicación correcta de las leyes. Los jueces piensan con el mismo sentido común que un camionero o un carnicero. La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, ese extraordinario documento, dice que hay costumbres que son crímenes. Entonces si van a ejercer la profesión de fiscal, de juez, de defensor, a partir de la perspectiva de la costumbre están contribuyendo con el crimen.

¿Los jueces siguen administrando justicia bajo el imperativo de una cultura patriarcal?

Claro, la justicia es una corporación machista, aunque cuenta entre sus filas con mujeres, que son machistas, operan dentro del pensamiento patriarcal y no han sabido examinar la huella del patriarcado en sus emociones y conceptos. Si no hay un autoexamen de la cognición y los afectos, es muy difícil salir de un sistema de pensamiento hegemónico, que es el paradigma patriarcal. 

¿Cómo descubrió el mandato de masculinidad?

Lo descubrí conversando con violadores en la cárcel de Brasilia. Ahí entendí que esos hombres están mostrando que son capaces de ofrecer una víctima sacrificial para ser considerados miembros de una “cofradía masculina”, una fratria que hoy entiendo como una corporación en una sociedad contemporánea donde las instituciones están corporativizadas y el orden social se encuentra fragmentado por el orden corporativo de una manera peligrosa.

¿Cómo se desmonta ese mandato de masculinidad?

Uno de los lugares de reproducción de la violencia es la obediencia de los hombres al mandato de masculinidad. El mandato de masculinidad esclaviza a los hombres y nos victimiza a las mujeres. Los hombres han sido obedientes a ese mandato a cambio de un título de prestigio que es “ser hombre”. Se les ha enseñado que ser hombre confiere una superioridad en la sociedad. Hay un trabajo pendiente que es convencer a los hombres de que se trata de un mal negocio; que lo que se les ofrece a cambio de curvarse al mandato de masculinidad es demasiado poco en comparación con lo que pierden. Somos las mujeres las que ayudamos a los hombres a que se saquen de encima el mandato de oprimir, de violar, de mostrarse superior mediante gestos de crueldad explícita o disimulada; gestos usurpadores de la soberanía de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Yo hablo de las potencias masculinas que infelizmente se manifiestan como poder sobre la mujer. La masculinidad no existe si no exhibe esa capacidad apropiadora, usurpadora, dominadora. Esto causa un callo afectivo en los hombres y es consecuencia de una formación para la obediencia al mandato de masculinidad.

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