Paseos en las montañas
Un mundo paralelo en Bogotá

Paseos en las montañas – Un mundo paralelo en Bogotá
Foto (detalle): Gabriel Corredor Aristizábal

Hace algunos años, un grupo de bogotanos descubrió que era posible caminar por las montañas de la ciudad. Hoy, los paseos ecológicos son una isla verde y un placer para muchos habitantes de Bogotá, así como un modelo de integración.

Los casi nueve millones de habitantes de Bogotá se mueven diariamente entre la contradicción. Por un lado, gozan de los beneficios de habitar el epicentro financiero, político y cultural de Colombia. Esto les permite disfrutar de lugares y actividades propias de una metrópolis: la oferta gastronómica es enorme, los teatros tienen una intensa agenda de espectáculos de talla mundial y sus habitantes, provenientes de distintas regiones del país, crean un coctel de diversidad. Pero por otro, la desigualdad, el caos y el miedo están a la orden del día. Vivir en Bogotá también significa acostumbrarse a una infraestructura vial en mal estado, tráfico imposible, un deficiente servicio de transporte público y la constante amenaza de inseguridad, que hace que sus habitantes se replieguen del espacio público y vivan custodiados por servicios de vigilancia y seguridad privada.

Los indicadores de espacio público le juegan a Bogotá en su contra. Todo ciudadano debería gozar de 10 metros cuadrados de espacio público. En Bogotá, en el mejor de los casos se cuenta con 3.93 metros cuadrados por habitante y en algunas localidades solo con 1 metro cuadrado. Estos números parecen paradójicos, teniendo en cuenta que la ciudad está bordeada por 14.000 hectáreas de reserva forestal que componen los cerros orientales. Sin embargo, para los bogotanos, esta frontera natural ha sido tradicionalmente más un distante punto de orientación geográfica que una parte de la ciudad. Como lo explica Andrés Plazas, miembro de la Asociación Amigos de la Montaña, “la relación entre Bogotá y los cerros siempre ha estado mediada por el miedo. Si uno le pregunta a cualquier ciudadano, se refiere a ellos como un lugar peligroso. Tal vez es porque pensamos que de ahí en adelante todo lo que hay es monte, guerra y peligro”.

Un lugar secreto como espacio público

Tal vez por esto, quien visita por primera vez la quebrada La Vieja, localizada en los cerros orientales a la altura de la calle 72, siente que está explorando un lugar secreto en Bogotá. Solo a unas pocas calles de la congestionada y contaminada Carrera Séptima, se abre un sendero montaña arriba que los caminantes tardan dos horas en recorrer. En el camino, el paisaje montañoso acoge arroyos naturales de agua dulce, bosques de eucalipto y un mirador que ofrece una vista panorámica de Bogotá. El sendero, abierto todos los días de 5:00 am a 10:00 am, recibe a deportistas que quieren mejorar su condición física, caminantes, yoguis amateur y curiosos que quieren retirarse por unas horas del ritmo frenético bogotano y respirar aire puro. En palabras de María Fernanda Prieto, caminante asidua de la montaña: “Es impresionante el reconocimiento que se hace de una naturaleza que no sabía que estaba tan cerca. La apertura de este espacio público es una opción diferente para conocer los cerros y para recorrer la ciudad desde un lugar diferente”.
 
  • Paseos en las montañas – Un mundo paralelo en Bogotá Foto: Gabriel Corredor Aristizábal
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  • Paseos en las montañas – Un mundo paralelo en Bogotá Foto: Gabriel Corredor Aristizábal
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La historia de cómo la quebrada La Vieja se convirtió en un espacio idílico para los bogotanos es un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando las instituciones y los ciudadanos diseñan estrategias conjuntas para mejorar la calidad de vida. Todo empezó en 1999, cuando la Empresa de Acueducto de Bogotá (dueña del predio) le permitió a un grupo de vecinos caminar por las montañas. Para el año 2004, el grupo había crecido y organizado como los “Amigos de la montaña”. En el 2012, hubo un atraco masivo a los caminantes. Ellos, sin embargo, no se dejaron amedrentar y acudieron a la policía para que garantizara la seguridad de los ciudadanos que visitaban el sendero. En una ciudad como Bogotá, en donde se reportan 27.753 robos al año, era fundamental que la policía se uniera a esta iniciativa. Después de que la policía accedió, los bogotanos comenzaron a subir con mayor frecuencia y a descubrir ese remanso idílico que estaba a unos cuantos minutos de su casa. Como dice Andrés Plazas: “Algo valioso que pasó aquí en La Vieja es que unos ciudadanos pudieron trabajar de la mano de las instituciones para apropiarse del espacio público y ponerlo al servicio de la calidad de vida”.

Los paseos a la montaña como modelo de integración

Y es que en una ciudad tan desigual y con tanta segregación social como Bogotá, lo que ha sucedido en la Quebrada La Vieja es un caso ejemplar. El sendero, ubicado en medio de uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, también colinda con un barrio popular y durante décadas unos y otros vecinos han cultivado prejuicios y recelo. Sin embargo, desde el momento en el que La Vieja fue abierta al público, los líderes de cada uno de estos barrios comenzaron a trabajar unidos para recuperar zonas de la quebrada que estaban convertidas en basureros. “Los bogotanos tienen que entender que los cerros son el espacio en donde nos podemos encontrar. Arriba todos somos ciudadanos en sudadera, disfrutando del espacio público. Todos somos iguales”, señala Plazas recordando esta primera experiencia de participación política.

La comunidad “Amigos de la montaña” se ha organizado también para hacer veeduría de las compañías constructoras que quieren construir edificios en la reserva forestal. El año pasado lograron convocar una cadena humana en donde más de 1000 personas se unieron para defender la conservación de los cerros y preservarlos como reserva forestal. A esto se le han sumado otras movilizaciones más pequeñas que buscan hacer una observación y veeduría de las políticas de la Secretaría Distrital. En esta labor, Plazas es contundente: “En una ciudad como Bogotá es necesario que la gente se organice para pedirle a los funcionarios públicos que cumplan con su trabajo. Si seguimos con la idea de que los ciudadanos somos una masa amorfa, que solo podemos organizarnos para quejarnos y no para transformar Bogotá, no vamos a lograr tener la ciudad en la que soñamos vivir”.

Para los “Amigos de la montaña”, ese ciudad soñada es clara. Una Bogotá en donde se pueden caminar y disfrutar los cerros sin inseguridad ni miedo. Un lugar en donde no hay estratificación social y el espacio público es de todos. Una capital integrada a partir de un gran parque natural en donde la calidad de vida, la tranquilidad de la naturaleza, la práctica deportiva y la poca contaminación están al acceso de todos.