El bosque alemán
Mi amigo el árbol

Más que árboles
Más que árboles | Foto (detalle): © Smileus - Fotolia.com

El bosque alemán ha sido cantado, descripto y recorrido. Desde hace siglos es un lugar de añoranza, un mito y un símbolo de identidad. ¿Ha cambiado algo de eso?

“Delante de un gran bosque vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos…” Así comienza el conocido cuento popular alemán Hansel y Gretel, en el que el bosque juega un papel principal. Los niños son abandonados en él y deben vencerlo para salvarse.

Los cuantos populares alemanes fueron recogidos y compilados por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm… una tarea que expresó perfectamente el espíritu del movimiento romántico, que intentaba proteger la poesía popular con sus leyendas y sus cuentos. El romanticismo también fue la época en que se le atribuyó al bosque un significado nacional en la sociedad y las artes. Pues fue en el siglo XIX, como consecuencia de las guerras de liberación contra Napoleón (1813-1815), que los alemanes comenzaron a definirse como nación. El mito del bosque, su naturaleza auténtica, opuesta a la civilización urbana de Francia, se convirtió en el ideal alemán. Ese nuevo sentimiento nacional cristalizó en torno a dos acontecimientos centrales que, se suponía, habían ocurrido en el bosque alemán: por un lado, la batalla de Hermann, librada en el bosque de Teutoburgo (año 9 d.C.), y por otro, un episodio extraído del poema épico medieval El cantar de los nibelungos (siglo XIII): el asesinato de Sigfrido por parte de su adversario Hagen, durante una partida de caza en los bosques.

Expresión de la identidad nacional

En el siglo XIX se hizo mucho para grabar en la consciencia cultural estas historias y, con ellas, el “bosque alemán” como símbolo creador de identidad. Heinrich von Kleist escribió La batalla de Hermann (1809). En 1875, se inauguró en el bosque de Teutoburgo un colosal monumento a Hermann. Friedrich Hebbel trabajó de 1850 a 1860 en su drama Los nibelungos, cuya representación dura aproximadamente diez horas. Y en 1876, Richard Wagner estrenó en Bayreuth su tetralogía El anillo del nibelungo, de dieciséis horas de duración. El bosque ofrecía una y otra vez su marco para las producciones culturales.

El bosque como lugar de añoranza irracional

Ya en 1821, en su ópera El cazador furtivo, el compositor Carl Maria Von Weber había hecho del bosque el escenario sagrado y al mismo tiempo demoníaco de una historia de amor. Aquí puede verse cuánto de irracional hay en la invocación del bosque. Pues cuando surgieron todas esas obras, los bosques hacía tiempo que eran áreas aprovechables y habían sido despojados de sus “secretos” con el objetivo de una amplia explotación económica. Tal vez por eso, Adalbert Stifter hizo que la acción de su relato Der Hochwald (“El bosque de montaña") –otro aporte más a la alemana “consciencia del bosque”–, aparecido en 1842, transcurriera dos siglos antes, durante la Guerra de los Treinta Años. Su intención fue tal vez proteger a ese lugar idílico de los ataques de la realidad.

El “bosque en marcha” del nacionalsocialismo

Durante el nacionalsocialismo, el mito del bosque alemán como fundador de identidad se exageró sin limites. Un ejemplo es la película cultural Ewiger Wald (“Bosque eterno”) de 1938. Los directores Hanns Springer y Rolf von Sonjewski-Jamrowski entonan allí un sentimental himno compuesto de tomas de la naturaleza y de escenas preparadas. Estruendoso resuena el comentario: “Bosque eterno… pueblo eterno, el árbol está tan vivo como tú y yo, se alza al cielo, como tú y yo”. En Ewiger Wald hay pérfidos fundidos de hileras de árboles en soldados del ejército del rey prusiano Federico el Grande. El premio Nobel de Literatura Elias Canetti acogió críticamente esta metáfora en su obra principal Masa y poder (1960): “El símbolo de masas de los alemanes era el ejército. Pero el ejército era más que el ejército. Era el bosque en marcha. En ningún país moderno el sentimiento del bosque ha permanecido tan vivo como en Alemania. Lo rígido y paralelo de los bosques erguidos, su espesura y número llenan el corazón de los alemanes de profunda y arcana alegría”.

El bosque alemán como espacio recreativo en los medios

Si realmente es así, no lo analizaremos ahora. Pero en esa cita queda claro que el “bosque alemán” no es un fenómeno puramente natural ni una formación de plantas sino una emoción social. Después de su verdadera devastación en la Segunda Guerra Mundial, el bosque alemán contribuyó desde un plano emocional al procesamiento cultural de traumas históricos. Especialmente en Alemania Occidental, el bosque dominó el cine de tema folclórico, género que afirmaba la existencia de un mundo intacto y de una naturaleza que brindaba consuelo. Películas como Das Schwarzwaldmädel (“La chica de la Selva Negra”) (Hans Deppe, 1950), Der Förster vom Silberwald (“El guardabosque de Silberwald”) (Alfons Stummer, 1954) o Und ewig singen die Wälder (“Y los bosques cantarán eternamente”) (Paul May, 1959) muestran que el bosque funcionó en la pantalla como espacio recreativo.

Entre mito y realidad

Desde el surgimiento del pensamiento crítico tras el nazismo, que se fecha simbólicamente en 1968, el mito del bosque no ha dejado de ser cuestionado. Por cierto, en los años ochenta muchos alemanes dieron muestra una vez más de su intensa afinidad con el bosque, expresando en voz alta el temor por su muerte, y esto posiblemente ya resonaba en el sugestivo título del hit de la cantante melódica Alexandra, Mein Freund der Baum ist tot (“Mi amigo el árbol está muerto”), de 1968. Sin embargo, artistas como Joseph Beuys con su acción 7000 Eichen – Stadtverwaldung statt Stadtverwaltung (“7000 robles. Embosquecer la ciudad, no administrarla”) (1982), expuesta en dokumenta, o Anselm Kiefer con sus cuadros tempranos Parsifal o Notung (“Apremio”) (ambos de 1973), que muestran tablas como material para construir depósitos de recuerdos alemanes, le quitaron al motivo del bosque el romanticismo que tuvo alguna vez… por lo menos en lo artístico.

El rugido de los bosques hoy

El amor que sienten muchos alemanes por “su” bosque permanece inalterado hasta el día de hoy. Según el folclorista Albrecht Lehmann, la autopercepción nacional sigue alimentándose del bosque: “Los alemanes son el pueblo de bosque por excelencia”, escribió en 2001 en su ensayo Waldbewusstsein und Waldwissen in Deutschland (“Consciencia y conocimiento del bosque en Alemania”). Aunque a no todos los alemanes les gustaría resaltar ese aspecto, el libro de divulgación Das geheime Leben der Bäume (“La vida secreta de los árboles”) llegó en 2015 a los primeros lugares en el ranking de ventas. Hoy están de moda las escuelas de bosque, las excursiones por el bosque y los cementerios en el bosque. Los paseos por el bosque se consideran una diversión sana y reflexiva, y aquí y allá se celebra la técnica esotérica de abrazar a los árboles –difundida globalmente como Tree Hugging–. Y por supuesto, la versión alemana del Pokemon Go lleva a sus usuarios a la foresta. Hasta en la era digital el antiquísimo bosque alemán ha sobrevivido como singular espacio de añoranza.