Artistas y creativos jóvenes
¿Cómo viven en Bogotá?

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Arte | Foto (detalle): © Shutterstock

Como en otros lugares del mundo, en Colombia no es fácil vivir del trabajo cultural y artístico. Jóvenes creativos nos contaron sobre sus experiencias, y sobre las satisfacciones que, a pesar de todo, su trabajo les produce.

En una carta donde me contaba sobre su vida laboral el el ámbito creativo, una amiga escribía: “Actualmente trabajo en diferentes áreas, o sea: en lo que salga”. Su respuesta fue lapidaria y humorística, y revela en qué medida la incertidumbre es una de las condiciones principales del trabajo cultural, donde la estabilidad laboral puede volverse algo muy difícil de hallar. Ante las escasas ofertas de empleo, las remuneraciones salariales que desconocen el nivel profesional de los aspirantes y las limitaciones de los estímulos estatales a la cultura, ser un trabajador independiente, quien se gestiona a sí mismo, es el modelo laboral más inmediato y usual.

La llamada “economía naranja” es una línea de desarrollo económico que agrupa las industrias creativas como un sector cuya característica primordial es la creatividad y la autogestión de la cultura. De acuerdo al Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia (DANE), en el 2012 la economía naranja reportó el 1,57% del PIB en Colombia. Sin embargo, este sector se refiere en mayor medida a las industrias culturales formalizadas, las cuales no siempre se caracterizan por ser críticas, tanto frente a la política como a la cultura. Más allá de la economía naranja, el emprendimiento creativo es muchas veces un asunto individual. Difícilmente, un artista puede convertirse a sí mismo en una empresa, pues no cuenta con el capital suficiente ni con un sistema que robustezca la creación artística y por ende la estabilidad económica. ¿Puede un artista vivir de su obra? Esta es una pregunta a menudo repetida, y que sigue siendo fundamental.

Entre la autogestión y el rebusque

William Contreras es artista plástico y psicólogo, trabaja en curaduría artística. Sus primeros trabajos como curador fueron gratuitos, y no tanto por afán de darse a conocer, sino porque un profesor recomendó la calidad de su trabajo. Luego vino un proyecto con el Banco de la República en que tuvo derecho a un salario y la oportunidad de reunir más referencias y experiencia. Ha trabajado en lo que le gusta; una fortuna que también encarna precariedad: recibió ocho millones de pesos (aprox. 2.300 Euros) por un trabajo curatorial de seis meses. Eso da un promedio mensual de un millón trescientos mil pesos, antes de las retenciones, por un trabajo que demanda un alto grado de especialización, información y disponibilidad de tiempo.

Una estrategia para percibir mejores recursos es trabajar a tiempo parcial en campos no creativos. Ser profesor de inglés, de institutos pequeños, manejar las redes sociales de empresas, o en el mejor de los casos en investigación, si la red de contactos lo permite. William cuenta con humor que “una de las maneras es vivir de la 'dictadura del arte', es decir de dictar clases de arte”.

Para Ana María Trujillo, socióloga dedicada a la crítica y a la gestión cultural, “el tema económico es la preocupación constante de quienes trabajamos en este sector. Fue uno de los motivos que nos llevaron a ponerle punto final a ‘i.letrada’ [una revista cultural]. Consigo algunos trabajos remunerados freelance en corrección de estilo o traducciones, pero nada significativo, y en realidad cuento con el apoyo de mis padres. Pero la inestabilidad es difícil”.

Hay estrategias menos tradicionales, como la de Johanna Nieto, politóloga y estudiante de una especialización en Gerencia y Gestión Cultural. Ella decidió abrir una peluquería, que inició hace más de diez años como pasatiempo. En su apartamento funciona “La Jardinera”: corta y tiñe el pelo a sus amigos como una manera de hacerse a recursos económicos ante las escazas oportunidades laborales en gestión cultural e incluso como politóloga. “La Jardinera” es, como ella señala, “una peluquería en florecimiento” que aspira a convertirse además en un espacio cultural.

Juliana Guerra es socióloga y magister en Estudios Culturales, y trabaja en procesos políticos y culturales autogestionados. Ha vivido de festivales, fiestas, colectas y becas. Para ella “el trabajo cultural y la sostenibilidad no siempre van de la mano. No porque no haya un potencial sino justamente por lo que se debe ceder, en lo cultural específicamente, para que un proyecto o proceso sea sostenible. Muchas veces para sacar adelante un proyecto cultural hay que sacrificar lo económico. Sacrifico los buenos ingresos por un trabajo continuado, por el acceso a recursos materiales y a los saberes y capacidades de otras personas para el desarrollo de proyectos”.

En la autogestión hay mucho de rebuscarse la vida, pues no se puede escoger entre sostener el proyecto o sostenerse como individuo. La mayoría de quienes trabajan en la cultura independiente son jóvenes adultos que deben asumir sus gastos fundamentales y los que no lo son tanto, como la fiesta y los amigos.

Las recompensas de la felicidad

Este año el país se sorprendió con la renuncia de Carlos Yepes a la presidencia del banco Bancolombia, por una carta de su hija en la que le hacía notar lo mucho que había sacrificado debido a su exitoso trabajo en los negocios. Esta decisión, que él tomó a sus cincuenta y dos años, es el flujo esperado de la vida juvenil de quienes se dedican a las artes y la cultura. Aunque sin la estabilidad económica de Yepes, la vida de quienes se dedican a los sectores creativos está llena de pequeñas recompensas: trabajos más placenteros, amigos, fiestas, regalos, tiempo para leer y viajar, así como una conciencia política sólida, práctica y de cara a la situación social de Colombia.

Como Camilo Torres, politólogo y magister en historia, que ha trabajado como independiente en el uso de la bicicleta como una apuesta política y ambiental en Bogotá. Con sus amigos, gestionó los recursos y el trabajo para contar la historia de la bicicleta en Holanda en la pasada Feria del Libro de Bogotá, y por medio de una beca idearon el Museo a Todo Pedal, entre otras acciones que más que ganancias económicas, reportan una satisfacción personal.

La cultura lleva dentro un potencial de redención personal y profesional muy grande, al tiempo que es una radiografía de las maneras de pensar de la juventud. Creo que Ana María Trujillo lo expresa muy bien: “Quedarse en el discurso de ‘nadie valora la cultura, es imposible vivir del arte’, es un poco como escupir hacia arriba. Se necesita ponerse el chip emprendedor y desempolvar el ingenio e inyectarle energía a la cosa”.

No hay mucho dinero pero sí mucho compromiso. Y ganas de hacer las cosas.