Imágenes de la memoria
El Malecón de Cartagena o la iniciación a la igualdad

Barrio el Cabrero y el mar de Cartagena – Década de 1930
Barrio el Cabrero y el mar de Cartagena – Década de 1930 | © Fotos de Antaño, Cartagena de Indias (página privada de Facebook)

El escritor colombiano Roberto Burgos Cantor sobre su imagen de la memoria: la vida junto al mar de Cartagena.

El Malecón no es. Era. Ya todo está destruido. Desaparecido. El recuerdo lo arrastro de mi infancia, en ese barrio cartagenero llamado El Cabrero. Era un lugar lleno de peculiaridades. Lo integraba la Calle Real, pavimentada aunque un poco irregular, porque la quebraba el peso de las inundaciones que hundían el cemento. La otra calle era la del Malecón. ¿Ya se lo imagina?

El mar de leva se metía a las casas y tal vez esa era la única tragedia de aquel momento. Sin embargo, para los niños, que el mar se metiera resultaba ser una suerte de algarabía.

El Cabrero era un barrio largo que empezaba en el lado Norte de las murallas y se extendía hasta otro barrio, curioso, que se llama Marbella. Había un tajamar de rocas porosas donde muy temprano se ponían los pescadores a probar suerte. Las hileras de casas que daban hacia el lado de El Cabrero miraban hacia la iglesia de La Ermita. Después, había una construcción contemporánea para la época, que pertenecía a unos arroceros. Las personas que vivían en ese lado eran dueñas de embarcaciones.

Una de las peculiaridades del barrio es el cierto recogimiento de lo pequeño que lo hacía identificable. Nosotros, mi familia y yo, vivíamos en la hilera de enfrente, en las casas que pertenecían a profesionales que empezaban la vida: médicos, arquitectos, ingenieros. La salida principal de nuestras casas daba a la Calle Real, pero si uno salía por los patios, salía al Malecón.

Había un espacio vacío entre una casa y otra casa, que llamaban el solar. Y allí siempre había una mujer negra, Agripina. Era la que hacía los fritos. Hijos y sobrinos conformaban el equipo de niños, negros también, que vendían sus fritos, inventándose canciones. Yo les prestaba la bicicleta y ellos me prestaban a mí la bandeja de los fritos y al final me regalaban uno.

En ese mismo Malecón, caminando hacia Marbella, había un señor, Giacometti, imagino que italiano. Embalsamaba animales marinos para la venta. Y más adelante, me encontraba siempre con alguien que llevaba pantalón de tela ligera. No usaba camisa y diariamente abría una mesa para planchar ropa en pleno Malecón. Era un hombre mulato, y era planchador. Nunca supe si también lavaba. Era una gran sorpresa, pues se pensaba que ese no era un oficio de varones.

El revuelto del planchador, del embalsamador y de los niños vendiendo fritos no se me olvida. Por fortuna, mi padre era un liberal que no daba recomendaciones especiales. Era un buen maestro, pero sus alumnos no éramos sus hijos.

Ese es mi lugar de memoria, porque de ese lado existieron cosas que influyeron en mi estar en el mundo. La presencia de ese mundo me predispuso hacia una idea de igualdad. Solo después vino el descubrimiento del resto de la sociedad cartagenera como una sociedad excluyente y racista. Eso lo descubrí ya en el bachillerato. En cambio, cuando pienso en el Malecón, lo siento como la iniciación a la igualdad.
 

Roberto Burgos Cantor es un escritor colombiano nacido en Cartagena. Autor de siete novelas. Ganador del Premio Jorge Gaitán Durán y actualmente el director del departamento de Humanidades y Letras de la Universidad Central en Bogotá.