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Uruguay
COORDENADAS FEMINISTAS POR UN NUEVO AMANECER

Configuraciones globales
Configuraciones globales | Foto: © Vale Cantera

De Valeria España

Uruguay aparece como una isla en un mundo donde las mujeres aún mueren desangradas al parir. Tenemos la tasa de mortalidad materna más baja de América Latina. En el imaginario colectivo los consensos convertidos en ley se extienden como si fueran una gran pista de aterrizaje de mujeres libres. Con un amplio abanico normativo hemos logrado disputar la vieja idea de que el concepto de “igualdad formal” es suficiente para declarar la igualdad entre hombres y mujeres; se han dado pasos enormes por normativas más ambiciosas que apuestan por una “igualdad sustantiva”, una igualdad que en la fórmula de Boaventura de Sousa Santos se expresa en estos términos: tenemos el derecho a ser iguales cuando la diferencia nos oprime y el derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos descaracteriza.
 
Contamos con leyes para evitar que una mujer embarazada sea rechazada al solicitar un empleo o que sea despedida, con leyes que tutelan los derechos sexuales y reproductivos, con leyes que apuestan por la igualdad entre los géneros y por la corresponsabilidad en los cuidados, que identifican, nombran y definen el universo de las distintas formas de expresión de la violencia basada en género, también contamos con normas que apuestan a la paridad política, a la transformación paulatina de sociedades que históricamente construyeron la desigualdad mediante mandatos, prácticas y modelos institucionales patriarcales. 
 
Podría hacernos sentir una profunda satisfacción pensar que hemos avanzado hasta llegar a una especie de páramo y que se ha hecho lo suficiente para desmantelar aquellas estructuras que han intentado mantener cautivas a las mujeres en sus casas prodigando amor, fidelidad y cuidados.
 
Sin embargo, estos consensos de la democracia representativa no son suficientes, muchas veces las leyes no se cumplen, no se cuenta con el presupuesto necesario para que sean efectivas o las interpretan mal los operadores que tienen a su cargo la aplicación de la justicia. La institucionalidad en materia de género es todavía deficitaria y los mecanismos de prevención, en materia de violencia, son insuficientes y poco efectivos.
 
Las opresiones no son comunes ni lineales por el solo hecho de ser mujeres; el racismo, el clasismo y la xenofobia son una herida abierta. En este país pequeño de tan sólo tres millones de habitantes conviven avances y retrocesos: por un lado, si bien existen mujeres que desde el privilegio de clase u origen étnico-racial, han podido llegar a ocupar cargos como el de la vicepresidencia de la república, liderar ministerios, ser titulares de cátedra, investigadoras y científicas, empresarias o trabajadoras autónomas que concilian la vida profesional con la privada; también existen niñas y mujeres que en pleno siglo XXI, aún paren los hijos de su padrastro, o de un proxeneta, que son expropiadas en cuerpo y alma, fijadas en una identidad de madres que parece darles algo que les hubieran arrancado; la sociedad las convierte en dueñas de “maternidades voluntarias”, sólo embarazadas llaman la atención del Estado y se convierten en herramienta de política pública.  En nuestra aparente libertad convive la violencia que sigue ensañándose de forma específica con los cuerpos de las mujeres y que, sistemática y torpemente, continúa culpando a las víctimas de las violencias más crudas que atraviesan nuestras vidas y cuerpos, que hieren nuestros lazos como comunidad.

El Uruguay del “faso” en las farmacias, del matrimonio igualitario, de las leyes laborales de avanzada, el que ha sido colocado como “ejemplo del mundo” en su modelo de control de la crisis sanitaria, no ha logrado controlar la emergencia nacional que significa la violencia basada en género y sus expresiones más dramáticas como son los feminicidios y otros crímenes de género.
 
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No podemos obviar el repliegue que ha significado la pandemia del coronavirus en las movilizaciones sociales y de sus impactos transterritoriales en nuestras vidas. Este virus sin vacuna a la vista, del que somos contemporáneas, se asienta sobre las bases de nuestras miserias, exacerba las desigualdades: su generalización ha empeorado con mayor rigor la vida de quienes el sistema mantiene precarizadas, excluidas y bajo la amenaza permanente de la dominación y la violencia.
 
Los datos sobre la violencia de género en nuestro continente son aterradores, todos los días se denuncian crímenes de género que indican como responsables a parejas, padres, hermanos, tíos, vecinos, curas, políticos, jueces, ministros, policías, intelectuales, militares, artistas, maestros, deportistas y “padrinos”. El sólo hecho de lo que acontece a nuestro alrededor tendría que alarmar a cualquiera, pero por el contrario, existe aún una profunda incomprensión del motivo de nuestros reclamos, de porqué cada vez más mujeres se sienten interpeladas por un movimiento político como el feminismo.
 
Se denuncia al feminismo y su acelerada influencia inter generacional en producir tensiones en las subjetividades noveles de niñas y adolescentes: “les enseñan a estar enojadas, a confrontar, parecen resentidas”, “ya no se puede decir nada” mientras se explica por qué “naturalmente” a las niñas les gusta jugar con muñecas. Somos las “aguafiestas” como dice Sara Ahmed, al no dudar impugnar, en los espacios cotidianos, la violencia sexista que nos rodea. Al habitar el porfiado intento por desmantelar los espesos muros del patriarcado, arruinamos la cómoda cotidianidad de las opresiones.
 
Pocos días antes que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia, el 8 de marzo en las calles del mundo, millones de mujeres desplegadas en los territorios hicieron crujir los huesos de un sistema de dominación vetusto pero resistente.
 
Desde el 2017 puede identificarse una explosión cada vez mayor de la impugnación feminista, una fuerza popular, múltiple y violeta que crece y late, que expresa las distintas caras de nuestras reivindicaciones, que se extiende, como medida de lucha, como denuncia urgente.
 
La revolución feminista está en el aire, se respira. No hay vuelta atrás, pero en este momento histórico podemos ver nuevas manifestaciones de resistencia a la transformación. Aunque la evidencia nos dé la razón. Aunque el reclamo para parar la violencia sea una aspiración legítima y colectiva, hay quienes viven estos tiempos como un humo asfixiante, irrespirable.
 
La potencia del feminismo inquieta a los poderes disciplinadores y es posible identificar con mayor claridad la contraofensiva anti feminista que gesta la reacción conservadora.
 
En poco tiempo, los antifeminismos han envalentonado a sectores conservadores que han desnudado públicamente su odio profundo hacia las mujeres. Son los que nos tachan de “feminazis”, los que nos alientan a un modelo de feminidad funcional a unos pocos, que buscan replegar nuevamente a la mujer al mundo de lo doméstico. Ante los avances, se aferran al hierro caliente de la violencia, de la ignominia.
 
Ese machismo expansivo se comprueba en la constante visión minimizada que esbozan algunos sectores en contra del movimiento feminista. Los logros siempre serán eclipsados por la cultura hegemónica, la misma que habla de un “pecado original“, de un paraíso y un infierno.
 
La protección de los derechos fundamentales es condición para garantizar la democracia. Nuestras reivindicaciones se funden en la lucha de todas las mujeres, en abrir espacios cada vez más amplios, más inclusivos y diversos.
 
Las desigualdades estructurales representan un espacio de conflicto, no sólo no podemos obviarlo, tenemos que denunciarlo, habitarlo y solucionarlo.
 
Habitar el conflicto implica comprometerse a la transformación, las opresiones naturalizadas también destruyen nuestros lazos comunitarios. Parece mentira, pero son tiempos en que hay que repetir lo que parece obvio: la tierra no es plana y es tiempo de resistir el modelo de ciudadanía censitaria como marco de referencia que establece y cristaliza las relaciones de poder: el modelo del hombre cis, propietario, nacional y blanco.
 
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Nuestras emergencias se expresan desde distintas dimensiones y territorialidades, hay una voz dolorosa que sale de la entrañas de millones de madres que exigen justicia por el feminicidio de sus hijas, las voces se expanden por distintas latitudes exigiendo saber dónde están nuestras hermanas secuestradas y desaparecidas, denunciando las complicidades del silencio.
 
Exigimos otra forma de relacionarnos, de amar, de transitar las ciudades, nuestros territorios, de vivir nuestras vidas. La causa contra el militarismo es una causa feminista, contra la mercantilización de la vida, contra la captura corporativa de nuestras democracias, contra la impunidad, el prevaricato y las prebendas. Contra el racismo, la xenofobia, la criminalización de la pobreza y la protesta social.
 
Pero no estamos contra todo, estamos a favor de la vida, del encuentro, del poder de una comunidad que hace del cuidado su centro vital, de la laicidad, de la libertad, de la vivienda accesible y adecuada como precondición para el ejercicio de cualquier derecho, de los bienes comunes, de la autonomía de la educación, de los consejos de salarios y la negociación colectiva, a favor de maternidades libres y felices, de la memoria, la justicia y la verdad.
 
Callar pone en riesgo la posibilidad de habitar un mundo más justo, ¿por qué callar? ¿por qué conformarnos?
 
Tenemos que crear otros vínculos. Es necesario que las nuevas generaciones habiten otros registros en los que la injuria y el insulto no sean justificados en nombre de la libertad de expresión.
 
Tenemos que transitar una revolución de los afectos, de los vínculos, de los sentidos comunes. Tenemos que recorrer el marco doloroso que nos va bordeando, traspasarlo, expandirnos y (re) pensar creativamente nuestras militancias y formas de resistencia a los discursos de odio, a las nuevas expresiones de un fascismo que se extiende en el mundo como la peor de las pandemias.
 
¿Cómo nos cuidamos como ciudadanía global? ¿Cómo (re) inventamos el amor como una apuesta ética en la reconfiguración del mundo?
 

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