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Conversación con Debora Albu
“Hay que rescatar la importancia de la ciencia”

Especialista brasileña reflexiona sobre la ambigüedad de la sociedad digital y señala la necesidad de materializar una esfera pública menos polarizada,

De Ana Paula Orlandi

Debora Albu es coordinadora del área de Democracia y Tecnología del Instituto de Tecnología e Sociedade (ITS Rio), con sede en la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil. En la siguiente entrevista, la investigadora describe algunas estrategias posibles con miras a combatir el estado de estupidez colectiva existente en las redes. Y a su vez, advierte que, aunque solamente ahora nos estemos dando cuenta de este potencial “disgregador” de internet, este siempre existió.

El pensador Pierre Lévy acuñó el concepto de “inteligencia colectiva”, que sería “una inteligencia repartida en todas partes, valorizada constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización efectiva de las competencias”. Con todo, en las redes testimoniamos actualmente lo que parece ser un estado de estupidez colectiva. ¿Crees que ha habido una romantización, una idealización de internet en los últimos años? 
 
El potencial “colectivizante” de internet no debe tenerse como algo positivo o negativo en sí mismo sino como algo que forma parte de su propia estructura técnica de funcionamiento. En tal sentido, el caminar hacia la inteligencia o hacerlo hacia la estupidez es algo humano en parte y quizá solamente ahora nos estamos dando cuenta del potencial “disgregador” de internet. Cabe pensar de qué manera esta estructura cambia junto con y a causa de las transformaciones sociales, y cómo puede utilizársela con los más diversos fines, no solamente aquellos para los cuales “se la pensó originariamente”.

¿La tecnología constituye una amenaza a la democracia?

La tecnología no es necesariamente una amenaza a la democracia, y a menudo es precisamente lo contrario. Basta con pensar en este período de pandemia: la tecnología ha permitido que los ciudadanos sigan teniendo acceso a los servicios públicos y que puedan participar en causas tales como el combate al racismo, la defensa del medio ambiente y la igualdad de género, e incluso en la política, mediante audiencias públicas virtuales, por ejemplo. El impacto puede ser negativo cuando grupos específicos utilizan la tecnología para causar disrupciones en el debate público que vuelve tóxica a la esfera pública y que manipulan las posibilidades de formación de consensos en las democracias.

¿Cómo hemos llegado a este estado de estupidez colectiva?

Resulta difícil apuntar uno o algunos factores, pero cabe destacar el cambio paradigmático que vivimos. Desde la década de 1990, el desarrollo de la posmodernidad –en su sentido teórico y práctico– plantea el cuestionamiento y la desconstrucción de estructuras, saberes y posturas como el nuevo quehacer político, social e incluso académico. Llegamos a un momento en que algunas premisas comunes que crean parte del tejido social también empiezan a ser cuestionadas a causa de este modus operandi, rompiendo con algunas nociones e instituciones entendidas como incuestionables, como la propia ciencia. De este modo, el nuevo paradigma de la “posverdad” puede entenderse como un deshilache de la posmodernidad y de su quehacer que nos lleva a este posible estado de estupidez colectiva.

¿Es posible decir que la verdad ha perdido valor en el mundo contemporáneo? 

Cuando hablo de la “posverdad” no pienso que se trate de un momento “posterior” a la verdad, en el cual esta deja de tener valor, sino de una exaltación de la multiplicidad de “verdades”. Surge la posibilidad de narrar hechos y premisas de distintas formas y también una defensa férrea de opiniones y puntos de vista por encima de esos elementos comunes antes mencionados que desecha la propia noción de “hechos”. 

¿Pero es posible combatir este estado de estupidez colectiva? 

Es necesario empezar por un rescate de la importancia de la ciencia, casi en una tentativa “iluminista” de recentrarla en oposición a los discursos de las creencias, y no solamente las creencias religiosas sino también las políticas, las históricas y las sociales. No podemos hacer esto de manera academicista y aislada, sino que tenemos que pensar en la democratización de la ciencia con base en principios de inclusión, acercamiento y participación. Asimismo, hay que promover un debate informado y calificado en las redes en busca de una esfera pública más sana y menos polarizada, como un intento tendiente a hacer posibles consensos y bases comunes a través de la educación.
 
¿De qué manera el Instituto de Tecnologia e Sociedade (ITS) se encuadra en este contexto? 

El ITS procura promover este debate informando acerca de los desafíos y las oportunidades de las nuevas tecnologías con base en principios como el de la multisectorialidad y en estrategias tales como la investigación de impacto, la transmisión de conocimiento y la incidencia en la regulación de esas tecnologías. Un proyecto que apunta en este sentido es Pegabot (www.pegabot.com.br), desarrollado en colaboración con el Instituto Tecnologia e Equidade. Se trata de una herramienta de educación mediática referente al uso de la automatización en medios sociales que promueve la transparencia en dicha utilización y apoya a los usuarios para afrontar la desinformación automatizada. Otro proyecto destacado es Redes Cordiais (www.redescordiais.com.br), en el cual ITS actúa como asociado. Esta iniciativa se orienta hacia el compromiso de los influentes en el combate contra la desinformación y los discursos de odio en los medios sociales, y ya ha capacitado a más de 400 influentes en diversos campos con la mira puesta en ese objetivo.

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