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Nuevas miradas
Menos puntos ciegos

En nuestro universo social y político nos conviene asumir que el principio de la inercia impregna nuestras acciones y instituciones. Los celulares y las redes sociales pueden constituir herramientas para expandir nuestra autonomía, pero todos los días nos sentimos atorados en viejos vicios por cuenta de un diseño que premia malos hábitos o perpetúa nuestra inacción.

De Adelaida Barrera

La idea de la inercia es tan simple como poderosa. Parece muy sutil la diferencia entre pensar que un cuerpo se mantiene en movimiento mientras haya una fuerza que lo mueva, y pensar que un cuerpo en movimiento seguirá moviéndose a menos que una fuerza lo detenga. Pero, si le entendí bien a mi profesor de física, empezar a asumir la resistencia al cambio por defecto fue clave para ampliar la comprensión del universo. Pienso que en nuestro universo social y político también nos conviene asumir que el principio de la inercia impregna nuestras acciones e instituciones. Sobre todo, creo que nos conviene actuar en consecuencia con ese presupuesto. El lío es, como siempre, ¿cómo?

El problema de la ‘inercia institucional’ puede estar ya algo gastado, pero no dejo de verlo en todas partes: el entusiasmo por lograr cambios se enfrenta tarde o temprano con el lastre que cargan viejas estructuras que, como grandes masas tercas y pesadas, andan por sí solas o no se mueven en absoluto. Muchas veces la respuesta consiste en querer comenzar algo nuevo, pues ‘árbol que crece torcido nunca se endereza’ y nadie quiere reparar un barco que ya zarpó. Creo que sin duda la innovación y la renovación nos convienen, pero el encuentro sobre la inercia de Tramas Democráticas me puso a pensar cómo ese deseo de empezar de nuevo muchas veces no nos lleva a librarnos de todas las formas de inercia indeseables. Al contrario, el destello de la novedad nos puede dejar ciegos ante la persistencia de viejos patrones que queremos detener. La clave puede estar, me parece, en entender que de la inercia no se puede escapar, pero tenemos que aprender a verla, si queremos encarrilarla mejor.
  

Fuerza transformadora e inercia conservadora

En el encuentro surgió recurrentemente una paradoja: la migración hacia las nuevas tecnologías digitales está marcada al mismo tiempo por una gran fuerza transformadora y por una inercia conservadora que perpetúa viejos vicios e injusticias. El desarrollo de las tecnologías digitales requiere una enorme fuerza, decía Silvana Bahia, directora de Olabi y coordinadora de PretaLab. Sin duda estas han transformado nuestra interacción con otros y con el mundo, pero –insistió-, en el desarrollo de nuevos medios no ha habido la preocupación suficiente como para oponerse a vicios que seguirán existiendo mientras nadie les ponga freno. 

Esto es evidente en las herramientas de inteligencia artificial que se venden como la superación de toda imperfección humana, pero que han dejado que se cuelen prejuicios dañinos, pues detrás de su artificio hay siempre seres humanos que las crean y las entrenan. Así se le coló el racismo a Google en sus algoritmos de identificación de imágenes, y la xenofobia se abrió camino en los modelos utilizados en el sistema judicial de Estados Unidos.

El diseño que se alimenta de nuestra inercia

La intervención de Muhammad Radwan (de Tactical Tech), en el mismo encuentro me hizo pensar que este problema se parece a lo que ocurre en el diseño de productos y servicios digitales que capitalizan los atajos que los humanos traemos por defecto. Los celulares y las redes sociales pueden erigirse como herramientas para expandir nuestra agencia y nuestra autonomía en direcciones muy nuevas, pero todos los días muchos nos sentimos atorados en viejos vicios por cuenta de un diseño que premia malos hábitos o perpetúa nuestra inacción: un diseño que se alimenta de nuestra inercia. 

Me parece que ellos coinciden en que el problema está en nuestra incapacidad de ver aquello que estamos reproduciendo. Todos estamos montados en el tren de nuestras propias instituciones, culturas y mentes. Y, mientras estemos en ese tren, se nos hace muy difícil percibir que los otros pasajeros (o incluso los que van en el tren de al lado, si va a la misma velocidad), se están moviendo también. Ése era justamente el problema que motivaba a Galileo a pensar en la inercia, entiendo: si la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del Sol, ¿cómo es posible que no sintamos ese movimiento? Ya sabemos que el chiste está en que nosotros también nos estamos moviendo al ritmo del planeta y por eso, mientras no haya fricción que nos detenga, la Tierra nos parece en reposo. Voy a esto: mientras no haya algo o alguien que oponga resistencia, podemos no percibir lo que nosotros mismos estamos haciendo; y si no podemos ni siquiera verlo, lo llevaremos con nosotros a cualquier institución o espacio nuevo que intentemos crear. Todo ‘borrón y cuenta nueva’ es algún sentido una ilusión. ¿Y entonces?
  

Caminos para hacer perceptible la inercia

Bahia y Radwan dieron puntadas sobre cómo hacer perceptible la inercia. Un primer camino estaría en trabajar por aumentar la diversidad de perspectivas. Si aumentamos los puntos desde los cuales observamos, si incluimos personas que se muevan a otros ritmos, tal vez podamos ver mejor cuando erramos y corregir el rumbo antes de que la bola de nieve sea demasiado grande. Es lo que hacen en PretaLab, donde trabajan por la inclusión de las mujeres negras en el desarrollo de tecnologías nuevas, con en el fin de que su producción sea más democrática y sus usos menos discriminatorios. 

La apuesta de Technical Tech es un poco diferente. Su estrategia es sacar a la tecnología de su contexto habitual para −literal y figuradamente− ponerla bajo otra luz. Mediante exposiciones en torno a los distintos efectos nocivos tecnologías que usamos a diario, buscan des-normalizar nuestra interacción con internet, los celulares, las redes sociales, etc. Al desplazar nuestra manera de relacionarnos con la tecnología podemos ver, como si estuviésemos afuera de ella, lo que en la cotidianidad nos es transparente. Aunque son caminos distintos, creo que estas dos aproximaciones se parecen en que buscan complejizar y enriquecer las relaciones que tenemos con nuestro propio quehacer para hacer aparecer aquello que, en solitario y en la inmediatez, no podemos ver. 

Una tercera forma de cuidarnos de la ceguera está en la sugestiva idea de las “tramas” que se requieren para fortalecer la democracia, como sugiere este proyecto. Las puntadas que se agarran de otros hilos y los ponen en relación constituyen también salvaguardias contra los riesgos de reproducir aquello que quisiéramos cambiar, pero que reproducimos sin darnos cuenta. El trabajo “en red” (o el trabajo entramado) es también una forma de aumentar las anclas que nos permiten tomar distancia de nosotros mismos. Además de aumentar la diversidad de miradas sobre nuestro trabajo, nos permite descentrarnos y servir de ojos ajenos al trabajo de otros. Así como no hay tal cosa como un cuerpo en reposo en el universo, no hay persona o institución que no cargue consigo patrones que reproduce por inercia. Sin embargo, podemos cubrirnos las espaldas unos a otros para tener menos puntos ciegos.

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