El bosque en el Romanticismo
Murmullo sentimental

La relación de los alemanes con el bosque es bastante ambivalente. Se lo venera pero a la vez no se lo protege de modo suficiente.
La relación de los alemanes con el bosque es bastante ambivalente. Se lo venera pero a la vez no se lo protege de modo suficiente. | Foto (detalle): © Adobe

Los alemanes sienten una profunda afinidad con el bosque. En el arte del romanticismo, esa afinidad encontró una expresión particular. Sin embargo, hace mucho que ese lugar de añoranzas se convirtió en un paciente con una historia clínica preocupante.

La profundidad de una relación se muestra recién con la pérdida, o incluso antes, cuando algo corre peligro de desaparecer. Entonces los temores comienzan a difundirse. A mediados de los años ochenta del siglo pasado pudo observarse ese fenómeno cuando de pronto se empezó a hablar de la lluvia ácida que afectaba de modo especialmente grave a los árboles. El proceso tuvo su punto cúlmine en 1984 con el primer informe de daños forestales, que dejó a todo el país estupefacto. ¿Se quedaría Alemania pronto sin bosque? Eso sonaba como poco a destrucción del mundo. Es verdad que “le Waldsterben” [la muerte del bosque], según decían los franceses conservando con fina ironía el sustantivo alemán, afectó a amplias regiones de Europa, pero fue en Alemania donde se lo vivió como tragedia del fin del mundo.

¿Pero por qué precisamente los alemanes llegaron a depender tanto del bosque y a cantarlo en las más bellas canciones? Al fin y al cabo, también en otras partes de Europa hay lugares poblados de árboles y matas. Como punto mítico inicial, suele presentarse de modo estilizado la Batalla del Bosque de Teutoburgo, ocurrida hace 2000 años y que concluyó con una victoria de los germanos. Según esta versión, una concentración más o menos densa de árboles funcionó a la manera de un elíxir de fuerza, al que nadie, ni siquiera un ejército enormemente superior como el de los romanos, podía oponerle nada. Así se pierde de vista que los romanos fueron atraídos a una trampa. La explicación de que los detuvo el poderoso bosque alemán, resulta, en cualquier caso, previsiblemente tendenciosa y fue inflada por nacionalistas de todos los colores.

Sólo el bosque y Hermann: le victoria en el bosque de Teutoburgo se debió sin lugar a dudas a la cantidad de árboles que había allí. Y tal vez un poquito al jefe de los germanos, Arminio, pero en realidad sólo de modo marginal. De todos modos, alcanzó para un monumento, aunque no lleve su nombre, que en el siglo XVI se tradujo de modo incorrecto por Hermann (Heermann = varón [Mann] del ejército [Heer]).
Sólo el bosque y Hermann: le victoria en el bosque de Teutoburgo se debió sin lugar a dudas a la cantidad de árboles que había allí. Y tal vez un poquito al jefe de los germanos, Arminio, pero en realidad sólo de modo marginal. De todos modos, alcanzó para un monumento, aunque no lleve su nombre, que en el siglo XVI se tradujo de modo incorrecto por Hermann (Heermann = varón [Mann] del ejército [Heer]). | Foto (detalle): © picture alliance/ZB/euroluftbild.de/Hans Blossey
Hasta bien entrada la Edad Media, el centro de Europa estuvo ocupado efectivamente en su mayor parte por bosques impenetrables, inabarcables y peligrosos. Las bandas de ladrones, los bandidos hidalgos, en suma, los criminales podían sacar mucho provecho de la espesura. Por otro lado, la gran cantidad de madera servía para hacer un montón de cosas. Y durante todo el tiempo en que la madera fue imprescindible como combustible para las diversas ramas de la economía, el hombre se aprovisionó de modo impiadoso. A comienzos del siglo XIX, el desmonte alcanzó un máximo fatal y cada vez se hizo cada vez más presente el recuerdo del funcionario sajón Hans Carl von Carlowitz, que poco después de 1700 había exigido que por cada árbol caído se plantara uno nuevo. Hoy se le dice sustentabilidad. Y simultáneamente con este retornó comenzó la “reforestación” en el arte.

La reforestación en el arte

El bosque como tema artístico no era un fenómeno nuevo en absoluto. Ya desde la Antigüedad tardía florecía y retoñaba en los diversos géneros. Desde el paradisíaco Árbol del Conocimiento y el Árbol de Jesse hasta las enredaderas y hojas de los capiteles medievales. Miniaturistas como los hermanos Limbourg pintaron bosques llamativamente densos en el más famoso libro de horas del siglo XIV, el Très Riches Heures del Duque de Berry. Y si delante del Altar de Gante uno no se deja distraer por el acontecer sagrado, detrás del adorado cordero de Dios aparecerán un pequeño bosque, y matas y un verde esperanzador.

Algo más tarde, hacia 1500, fue Albrecht Durero quien en sus viajes siempre registró el medio ambiente y opinaba por principio que el arte se ocultaba en la naturaleza. Pero la cosa no se queda ahí: los contemporáneos de Durero pertenecientes a la llamada Escuela del Danubio, como Albrecht Altdorfer, aplicaron su talento en la representación minuciosa de hojas ornamentales, de árboles gigantescos añosos y de bosques temperamentales que en cierto modo prefiguran los paisajes sentimentales de Caspar David Friedrich.

Es el pintor más conocido del Romanticismo, movimiento para el cual la naturaleza y muy especialmente el bosque se convirtieron en motivos centrales. A comienzos del siglo XIX Friedrich llevó a la tela robles nudosos con ramas obstinadas, abetos solitarios en la nieve, bosques en el crepúsculo. En cada de una de estas impactantes pinturas los árboles parecen representar verdades más profundas, estados de ánimo, pero también atisbos de la transitoriedad y de la muerte. A Friedrich lo inquietaba por dentro la impotencia política de los alemanes en tiempos de las guerras napoleónicas y la Restauración. De modo análogo, en la sutil concepción de sus cuadros puede leerse una silencia celebración de lo bello y lo sublime de la naturaleza, con resonancias claramente panteístas.

Pero también hay artistas como Ludwig Richter, que llevan a su público a un bosque idílico e inofensivo, donde el alma azotada por civilización se tranquiliza. Y es en Joseph Anton Koch donde el hombre y la naturaleza encuentran su unidad. El mismo pensamiento atraviesa la literatura, por ejemplo, de Joseph von Eichendorff, quien hizo del bosque un ideal atemporal. “Allí afuera, siempre engañado, cuchichea el mundo ajetreado. Dibuja una vez más tu arco, dibújalo a mi alrededor, verde pabellón”, expresó en 1810, en el poema “Despedida del bosque”, que Felix Mendelssohn-Bartholdy musicalizó treinta años más tarde.

En el bosque hay una verdad, por más que los hermanos Grimm, cuando compilaron sus cuentos, hicieran acechar allí brujas devoradoras de niños o lobos eliminadores de abuelas. Al fin y al cabo, el bosque también ofrece protección contras las madrastras malvadas y los esposos furiosos. El concepto de “soledad del bosque” (Waldeinsamkeit), que Ludwig Tieck acuñó en 1796 en El rubio Eckbert, está presente como motivo e hilo conductor en la literatura romántica, y también en la música eso espacio de retiro cargado de significados tan ambivalentes cumple un papel importante.

 

Un caso para la unidad de cuidados intensivos

Poco antes de 1850, Robert Schumann compuso las Escenas del bosque, y así una serie de nueve piezas para piano de evocaciones muy diversas: desde “El cazador al acecho” a “La flor solitaria”. Treinta años más tarde, en el “Murmullo del bosque” del drama escénico Sigfrido de Richard Wagner, todavía se impone el topos romántico de un aislamiento tranquilo en el que el trino de los pájaros lleva la voz cantante... hasta que Sigfrido, con su violenta arrogancia juvenil, despierta al dragón y la desgracia sigue su curso. Al final está la ruina, el Rin desborda y se traga el viejo mundo (y sus dioses).

La comparación no es exacta, por supuesto, pero el cambio climático podría tener un efecto parecido. Si la lluvia ácida fue un capítulo oscuro de la historia del bosque, la situación no hizo más que empeorar los años siguientes. “Nuestros bosques están enfermos.” Así resumió Julia Klöckner, ministra de economía, el Informe sobre el Estado del Bosque redactado en 2020, es decir el más reciente. Concretamente esto significa que el 79 por ciento de los abetos rojos, el 80 por ciento de los pinos y robles y el 89 por ciento de las hayas están dañados. Una sucesión de veranos secos intensificó y estimuló este proceso. Las plagas tienen las de ganar y el bosque es un paciente que debe pasar a la unidad de cuidados intensivos.

“Mi amigo el bosque” tiene un problema: muchos años de sequía, tormentas y sobre todo el ataque de escarabajos de la corteza han causado abundantes daños al bosque alemán. Los datos del último Informe sobre Estado del Bosque se encuentran entre los peores desde que se comenzó el registro en 1984.
“Mi amigo el bosque” tiene un problema: muchos años de sequía, tormentas y sobre todo el ataque de escarabajos de la corteza han causado abundantes daños al bosque alemán. Los datos del último Informe sobre Estado del Bosque se encuentran entre los peores desde que se comenzó el registro en 1984. | Foto (detalle): © picture alliance
De todos modos, en los últimos años hubo un fuerte redescubrimiento del bosque como lugar de recreación en tanto fuente de energía para personas de la ciudad que están punto de caer agotadas. Esto a veces suele denominarse con el término, un poco empalagoso, de “baño de bosque”. Con variaciones, todo se repite. La cuestión es solo hasta cuándo podrá repetirse.

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