Múnich
Georg Seeßlen, Periodista

De Georg Seeßlen

Portraitbild von Georg Seeßlen; er hat einen weißen Bart, trägt eine Brille und einen beigen Hut © © Georg Seeßlen Georg Seeßlen © Georg Seeßlen

¿Qué imagen podría simbolizar para usted su situación actual o la de su país?

Estamos, como se dice, “librados a nosotros mismos”. Mis asociaciones: la torre de Hölderlin con su entorno que parecía tan idílico. Un hotel en Basilea, que se instaló donde antes había una cárcel y buscaba entretener a sus huéspedes recreando la antigua función. La sensación de un vacío agobiante, cada vez que alguien nos abandonaba. El recuerdo de paseos de juventud con el kayak plegable, con el que perseguía la loca idea de atravesar solo un río muy transitado. Instantes en los que lo elevado y lo terrorífico casi no se distinguen. Solo. Solitario. Aislado.

Lo que queda tiene que ver la profesión, una “montaña” de libros, fotos y películas. Hay otras formas del recuerdo, el archivo, la fantasía, el sueño. Pero enseguida aparecen como meras islas en el mar de noticias e imágenes que, en este aislamiento, resultan muy semejantes a las sombras del símil de la caverna. Es como si la única opción haya sido volver a la caverna y sus sombras, algo que, según Sócrates, significaba el retorno a la miseria humana. Siempre se trata de un retroceso a un punto anterior al DESPLIEGUE de la personalidad.

Está muy bien. De regreso en la cueva uno se pliega, y esto no es ninguna miseria mientras se pueda esperar que más tarde uno volverá a desplegarse. Pero ¿cuánto durará la capacidad de espera? ¿Y qué poder adquirirá la impaciencia? Esto yo lo oculto bajo la rutina, la disciplina, la obligación o las oportunidades (familiares o intelectuales).

Los libros, la música, las imágenes en los que uno desde hacía tiempo quería “hundirse”, pero no tenía tiempo, son todas señales del pasado. Eran buenas sólo cuando uno podía recurrir a ellos voluntariamente, cuando tenía tiempo de recreo. O podía crear. Pero en este naufragio virtual emergen más bien las sirenas. Muerte en la resignación, muerte en la regresión, muerte en la recesión.

El pasado puede observarse alegremente cuando hay esperanza de un futuro. Cuando todo es presente, ni siquiera la cultura es de ayuda.

Pero entretanto, el afecto de los hombres entre sí ya se transmite sobre todo de manera mediática y digital, ¿no? Estamos aislados, pero no solos. La accesibilidad es directamente excesiva. Para no estar accesible, hay que querer dejar de estar accesible. Este es un acontecimiento, trascendental, si cabe: uno está aislado pero por completo accesible, invisible pero completamente visible, solo pero completamente bajo control.

Sentimos una curiosa lástima por los periodistas e informadores, no sólo porque están entre las personas más amenazadas, acaso heroicas, sino también porque no les queda más que “hablar por hablar”.

El momento de hacer un alto (de la única libertad verdadera), sólo puede darse entre dos acciones. Si uno ha podido llegar a sí mismo, ¿será capaz de volver a deshacerse de sí? Pues cuando el mundo desaparece, también el yo se vuelve irreal. ¡Cómo odiamos a los artistas, legisladores, científicos, críticos y maestros que con sus palabras nos libran a nosotros mismos!

¿Cada hombre su propio Robinson? ¡No! Aquí no se está exhibiendo en cámara rápida una historia de la civilización y el colonialismo. Más bien uno es parte de un experimento; la ansiedad de los que hacen el experimento penetra nuestro modelo, y también su indiferencia. ¿Y qué pasará si ellos en realidad no existen? ¿Qué pasará si desaparecen como antes de ellos los dioses, cuyo lugar vinieron a ocupar?

Es sorprendente lo que la mayoría de las personas que trabajan desde su casa lamentan de su nueva situación (dejando de lado las dificultades de organización): lamentan la falta de “estímulos”. Al parecer estos no pueden reemplazarse por un aliento electrónico, presuponen las miradas, los contactos, el compartir un espacio real.

No es difícil imaginar un futuro en el que habremos destruido nuestro planeta a tal punto que ya no sean posibles los movimientos y encuentros corporales libres. La comunicación sólo se dará a través de medios electrónicos (los trajes protectores separan hasta a los miembros de una misma familia). ¿Es esto un anticipo? ¿O una especie ciencia ficción real que pronuncia una drástica advertencia?

El hombre librado a sí mismo está condenado; Otelo y Lear, posiblemente, se oponen a aquel que se trasciende a sí mismo (lo cual no quiere decir en absoluto que esté redimido): en realidad se trata del hombre que piensa más allá de sí, ese del que habla Bloch. ¿Se puede pensar más allá de sí en casa y en aislamiento?

¿Cómo cree que la pandemia transformará el mundo? ¿Qué consecuencias ve usted en el largo plazo?

La crisis no puede durar eternamente. De otro modo, no sería una crisis sino el fin. La crisis es una interrupción, está todavía por verse si también será un quiebre. En ella operan las fuerzas más diferentes; es un período en el que, por un lado, algunas modalidades de la acción están limitadas o incluso terminantemente prohibidas, pero otras están ampliadas. No hay para nada sólo víctimas, héroes, canallas, perdedores, aprovechadores: las fronteras morales, igual que las políticas, están en movimiento. La crisis es dos cosas a la vez: una interrupción y un aceleramiento. En medio de la crisis, también al amparo de ella, se hace historia. Es decir: el poder y la riqueza, la posesión y el dominio se toman y se dan, se defienden y se pierden, se reparten y se aniquilan, se concentran y aumentan, se legitiman novedosamente y dentro de una tradición.

Hay tres teoremas contra la ceguera que parece requerir el aislamiento: el primero lo llamo la matrioshka de la crisis. Una crisis dentro de una crisis dentro de una crisis... hasta la última, la que se puede entender como el “núcleo duro”. Crisis climática, crisis de los refugiados, crisis de la democracia, crisis financiera, crisis de los Estados fallidos, crisis de los periódicos, crisis del logocentrismo, hasta la vida normal es una sucesión de experiencias de crisis.

Al segundo podemos llamarlo “la teoría de los tiempos sombríos”. Los siete elementos fundamentales de un tiempo sombrío:
  1. El desmoronamiento de los grandes órdenes y sistemas de legitimación, de los medianos y grandes “relatos”.
  2. Regiones en las que el conflicto bélico y la guerra civil se han vuelto estados permanentes; aquí imperan (temporaria y localmente) caudillos, bandidos, gurúes y todos los híbridos imaginables.
  3. Conectados con lo anterior, desplazamientos a la fuerza, corrientes migratorias, refugiados: miseria.
  4. El ascenso de doctrinas de salvación y redención, teorías conspirativas, religiones y cultos de militancia dogmática, fundamentalismos y paranoia.
  5. El aislamiento de individuos en cuanto “artistas de la supervivencia” (producción masiva de “antihéroes”).
  6. La amenaza de una catástrofe ecológica de grandes proporciones (el gran invierno, la gran sequía) que a su vez provoca cosechas pobres, hambrunas y saqueos y, a consecuencia de esto, una nueva presión migratoria.
  7. La gran enfermedad, que cae sobre la humanidad como otra prueba o castigo divino.
La crisis del coronavirus es la crisis que combina todas, en la medida que parece superponerse a al resto. Nos obliga a pensar los sistemas en que vivimos. El sistema sanitario. El sistema económico. El sistema político. El sistema del conocimiento. El sistema de vivienda, de transporte, de entretenimiento. El sistema de los impuestos y su equidad. Los sistemas de poder. Y al mismo tiempo nos obliga pensar nuestros valores. ¿El éxito es más importante que la solidaridad? ¿Es la distancia una función de violencia? ¿De cuánta libertad podemos prescindir? ¿Y quién garantiza que se nos la devolverá?

El tercer teorema sería, partiendo de lo anterior, el teorema del poder que cambia en la crisis. Así se dice que toda crisis entraña, por suerte, una oportunidad de cambio. Está la esperanza de que durante la crisis a alguno de los populistas autocráticos se le caiga la máscara; pero también está el temor de que los autócratas y antidemócratas aprovechen la crisis para afianzar su poder. Tenemos ejemplos de esto. De un “desenmascaramiento” o democratización casi no tenemos ejemplos. Está la esperanza de que en la crisis una mayoría pueda captar los rasgos destructivos del neoliberalismo y demandar un socialismo democrático o al menos una nueva forma de la economía social de mercado. Al mismo tiempo, la impudicia con que los poderosos de la economía se enriquecen con la crisis es directamente performativa. ¿Sería imaginable un nuevo pacto entre gobiernos y pueblos, basado en la confianza (razón y moral)? ¿O el estado de excepción se volverá definitivamente la forma de dominio?

¿Qué le da esperanzas?

Así se ha cerrado el círculo. Sólo el sujeto que piensa críticamente puede liberarse del aislamiento, que fue tres cosas al mismo tiempo: una crisis biográfica, una crisis cultural y una crisis política. Al menos en la crisis algo se volvió claro: la línea de separación entre las esferas de la vida, entre la pública y privada, política y biográfica no se traza sólo por medio de leyes y costumbres. El yo aislado sólo puede liberarse en la medida en que ejerce en el aislamiento la transformación del mundo. De lo contrario, el día en que vuelva salir de la caverna, verá que el mundo es aun más inhabitable que antes.

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