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La memoria en cartón

La memoria en cartón
La memoria en cartón | Foto (detalle): © Gabriel Corredor Aristizábal

En Bogotá, un grupo de desplazados de la violencia relata sus vivencias a través del arte. Intentan así sanar sus heridas y evitar que el pasado se repita.

La primera vez que Rolando Paz, un campesino del departamento del Huila, en el suroccidente de Colombia, llegó al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) en Bogotá, le entregaron un lápiz y un papel. Le dijeron que debía dibujar algo relacionado con su lugar de origen. No sabía qué hacer, pero al final, en el papel quedaron retratadas unas estatuas de piedra atravesadas por el río Magdalena y rodeadas de semillas y plantas de café, algodón y arroz. Para Rolando, esto era lo más representativo de su tierra, el municipio de San Agustín.

Así recuerda este hombre el lugar del que salió por primera vez en el año 2000 con su esposa y sus cuatro hijos. Es el mismo lugar al que regresó un par de años después y del que tuvo que volver a salir de nuevo en 2007. En ambas ocasiones, tuvo que partir desplazado por grupos armados al margen de la ley. Rolando es uno de los 6,9 millones de personas que en Colombia han tenido que huir de sus hogares a causa de una guerra de más de medio siglo entre fuerzas militares estatales, guerrillas comunistas y grupos paramilitares. Según la ACNUR (Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados), Colombia es el país con más desplazados en el mundo, seguido por Siria e Irak.

Construir memoria para evitar que la historia se repita

En el año 2013, Rolando Paz y otras 39 víctimas del conflicto colombiano comenzaron a dibujar los recuerdos de sus casas, pueblos y familias. A través de estos ejercicios nació el proyecto “Cartongrafías de la Memoria”, una editorial independiente dedicada a construir memoria a través del cartón, los dibujos y las palabras. Las mismas personas que han vivido las consecuencias directas de la guerra se dedicaron a contar y recrear gráficamente sus historias y las de otras víctimas del conflicto colombiano. Ante todo, como dice Rolando, este es un espacio que ayuda a restaurar y sanar.

Hace tres años, Rolando se dedicaba a vender café, empanadas y artesanías –collares y pulseras hechos por él mismo– en la localidad de Suba, en el noroccidente de la ciudad; ahora es el director de la editorial. Este hombre de piel trigueña, de baja estatura, rasgos fuertes y que casi todos los días utiliza un chaleco impermeable, llegó al primer taller de “Cartongrafías” sin saber para qué ni por qué. “Cuando comenzamos nadie quería hablar. Ahora que la gente sabe que ya contó su historia, no hay temor”, dice con convicción, aunque en voz baja. La idea surgió de organizaciones de víctimas en Bogotá que vieron la necesidad de que quienes han sufrido a causa de la guerra, cuenten los hechos.

“La historia nos la han contado mal. Nos dimos cuenta de que lo que está escrito no representa a los afectados por el conflicto”, dice Marcela Ospina, fundadora e integrante de la editorial. Por eso, porque sintieron la necesidad de romper con los imaginarios sobre el conflicto creados por la academia y los medios, y porque quisieron dar a conocer las realidades que no se han hecho visibles, organizaciones de víctimas le propusieron al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación –un espacio distrital creado para la reconstrucción del pasado colombiano– hacer talleres de cartografía social. Esto con el fin de restaurar simbólicamente los lazos con los lugares de origen de las víctimas. Así, “Cartongrafías” se transformó en un espacio para no olvidar los propios territorios de origen, reconstruir las travesías tras el desplazamiento y, sobre todo, convertir las historias personales en la memoria del país y un incentivo a que la guerra y el desplazamiento no se repitan.
 

En búsqueda de la autosuficiencia laboral

Los primeros dibujos que surgieron de los talleres fueron editados, calcados, grabados en linóleo (un tipo de caucho), tallados con una gubia (una herramienta manual utilizada en carpintería), recubiertos con tinta y, finalmente, plasmados en hojas con una prensa de hierro que funciona con manivela. El fin de todo esto era crear artesanalmente la primera publicación: unas agendas de notas, cada una con cuatro historias diferentes y con una portada de cartón con un dibujo en tinta negra. Aunque el equipo actual lo conforman solo siete personas que durante su vida no han estado relacionados directamente con el dibujo y la escritura –de hecho, Rolando, por ejemplo, solo estudió hasta tercero de primaria–, la idea se ha fortalecido. Actualmente existen tres publicaciones editadas, todas con el mismo proceso manual, y dos proyectos en proceso de realización. Después de la publicación de las agendas en 2013, en 2014 publicaron Goloza, una caja de cartón con 18 cuentos cortos creados a partir de las historias de niños víctimas del conflicto. Así mismo, en 2015 realizaron las primeras copias de Jorgito, un libro que narra los eventos de vida de un niño de Samaná (Caldas) que perdió a sus hermanos por el reclutamiento forzado y cuyo padre fue asesinado por la guerrilla. “Jorgito”, el protagonista del libro, tampoco sobrevivió, pero Marcela Ospina, amiga de infancia de Jorgito, quiso que no fuera olvidado. Escribió la historia y hoy después de contarla con voz temblorosa y los ojos brillantes, dice: “nunca pensé que escribiría un libro. Me siento feliz de haberlo hecho, porque finalmente el proceso de memoria es lo único que queda”.

El grupo de “Cartongrafías” está convencido de que este “es un archivo para evitar que la historia sea la misma”, como dice otro de los integrantes de la editorial, Genis Marca. Pero está claro que no se trata solo de una herramienta para construir memoria, sino de un proyecto de vida laboral y autosuficiente. “Cartongrafías puede aspirar a tener una visión más emprendedora que no solo se sostenga sobre el relato de víctimas. Nos interesa que conozcan a los participantes por la calidad del producto y no solo por la historia. Si esto no sucede, no hay transformación y es caer en el discurso revictimizante”, dice Arturo Charria, encargado de la Dirección de Gestión de Conocimiento del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

Por este motivo, el proyecto busca que sus miembros tengan también un reconocimiento económico; sus publicaciones se encuentran en librerías a nivel nacional e internacional y han participado en las dos últimas versiones de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Además, los integrantes de Cartongrafías han recibido el título de “Pedagogos de la Memoria”, que les otorgó la Secretaría Distrital de Educación de Bogotá, por enseñar lo que hacen. De este modo consiguen otra fuente de ingreso para sostener el proyecto: dictando talleres a otras víctimas y a estudiantes de colegios distritales. “Les enseñamos cómo construir memoria y a los que han tenido dificultades, les contamos por lo que hemos pasado y les decimos que aquí estamos. Y que hay que seguir adelante”, señala Rolando.

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