Presentación de la muestra
Los tiempos de la memoria

Interpelar el pasado, iluminar el presente, imaginar el futuro. De esto se encargan las propuestas de Marcelo Brodsky, Gabriela Golder, Mariano Speratti y el grupo Etcétera, integrado por Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld.


“La lengua determinó en forma inequívoca que la memoria no es un instrumento para la exploración del pasado, sino solamente el medio –afirmó Walter Benjamin en un texto breve titulado ‘Excavar y recordar’–. Así como la tierra es el medio en el que yacen enterradas las viejas ciudades, la memoria es el medio de lo vivido. Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava”. Qué excavan del pasado los cinco artistas reunidos por el Goethe-Institut en el programa regional “El futuro de la memoria”, el cual estimula un debate transdisciplinario para pensar cuestiones urgentes en torno a la memoria de las dictaduras, los conflictos armados y la violencia acontecidos durante las últimas décadas en las siete ciudades latinoamericanas donde se está desarrollando el programa: Buenos Aires, São Pablo, Río de Janeiro, Lima, Montevideo, Santiago de Chile y Bogotá.

Interpelar el pasado, iluminar el presente, imaginar el futuro. De esto se encargarán las propuestas de Marcelo Brodsky, Gabriela Golder, Mariano Speratti y el grupo Etcétera, integrado por Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld, a partir del sábado 17 de marzo a las 18h en el Parque de la Memoria. La exposición se extenderá hasta el 27 de mayo y se realizarán actividades asociadas.

“Hay que pensar en los caminos que toma la memoria hoy”, declara la coordinadora regional de “El futuro de la memoria”, Úrsula Mendoza Balcázar. “La pregunta es cómo mirar el pasado desde el prisma del presente, cuando vemos que muchas de las cosas que sucedieron en las dictaduras o en los conflictos armados tienen raíces que siguen vivas y hay derechos ganados que se empiezan a perder. En qué claves tenemos que mirar al pasado para poder buscar un camino que nos permita escapar de esta suerte de gato que se muerde la cola. Aunque es necesario preguntarse por el olvido para entender la complejidad y las zonas grises de la memoria, en el caso argentino sé que no es posible el olvido”.
 
Marcelo Brodsky  © © Marcelo Brodsky  Marcelo Brodsky © Marcelo Brodsky
Mostrar y ocultar

El fotógrafo Marcelo Brodsky expondrá varios objetos de los archivos del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “Lo primero que hice fue fotografiar esos archivos, y elegí aquellos materiales que tratados fotográficamente pueden implicar una lectura poética ambigua. Esta es una lectura que tiene que ver con el futuro de esos archivos en la medida en que cada vez van a ser menos archivos relacionados con la acción de la justicia, a tener una lectura cultural, más artística y académica”, plantea Brodsky, hermano de Fernando Brodsky, quien fue secuestrado el 14 de agosto de 1979 y estuvo en el centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
 
“Me interesa mucho la forma en que fue evolucionando la tecnología del CELS, desde unos cuadernos anotados a mano a unas microfichas y a una serie de tecnologías que fueron actualizando el valor del archivo y su contenido para que pueda ser leído de distinta manera, pero manteniendo al mismo tiempo lo que la archivista del CELS, Marcela Perelman, llama ‘la cadena de frío’, es decir la continuidad en la legibilidad del material”, cuenta el fotógrafo.  
 
“Vamos a mostrar los apuntes hechos a mano por la gente que trabajó en el CELS, en cuadernitos que ahora tienen una alta carga simbólica –advierte Brodsky–. Hay una colección de fotos de los desaparecidos, pero yo no muestro las fotos de los desaparecidos como se hace habitualmente en una marcha. Las muestro con obturaciones parciales, se ven transformadas por una interpretación subjetiva de lo que se ve y no se ve, porque la fotografía siempre muestra y oculta”. Brodsky traza una hipótesis sobre el posible futuro de la memoria: “La única forma de contar la historia para las nuevas generaciones va a ser con imágenes”, subraya el artista.
 
–¿Entonces el futuro de la memoria está en las imágenes?
–En parte sí, en un sentido amplio, no en el sentido de la elite de investigadores académicos, pero sí en lo que hace a la difusión y el conocimiento general. Si no hay imágenes, no hay historia porque la única forma de conocer la historia para los jóvenes es si tiene imágenes. Más vale que aprendamos a contar la historia con imágenes porque si no esa historia va a quedar limitada a los historiadores.

–¿Qué decidís mostrar y qué ocultar en una fotografía?
–Toda fotografía es un ocultamiento. Toda fotografía es una selección de una parte de una realidad que uno quiere mostrar. Sólo dos imágenes están intervenidas con mis crayones, con mis témperas. Lo que tiene interés visual es porque hay algo en esa cosa fotografiada que le da una impronta particular. La relación entre texto e imagen es una de los elementos centrales de mi obra en general y de mi ensayo sobre el CELS en particular. El artista belga Marcel Broodthaers, uno de los artistas conceptuales más importantes del siglo XX, es un referente para mí en la relación entre poesía y artes visuales, entre texto e imagen.

“Información”, “Justicia”, “Denuncia”, “End”, “No al silencio”, “Miedo” y “Verdad” son algunas de las palabras con las que Brodsky interviene unas microfichas del archivo. “Yo tengo una relación histórica con el CELS porque fue la organización de abogados que defendió a mi familia cuando desapareció mi hermano –recuerda el fotógrafo–. Las fotos que llevó Víctor Basterra al CELS fueron una prueba fundamental, además de las declaraciones de mi madre, Sara Silberg de Brodsky, que murió el pasado viernes 23 de febrero. Yo elegí trabajar con los archivos del CELS por una cuestión de gratitud”.
 
Hay unos cuadernos marca “Gloria” con una bandera argentina y la frase “Industria Argentina”. En uno de esos cuadernos se pueden leer anotaciones sobre una serie de detenidos-desaparecidos en 1976 y 1977. A Brodsky lo inquieta un detalle que irradia otro sentido. Silabea la palabra en diminutivo: “Está el sol-ci-to en el cuaderno Gloria, que es el sol-ci-to de la guerra”. Y resume su perspectiva en una frase: “Yo uso los archivos para hacer arte, otros lo usan para contar la historia”.
 
Gabriela Golder  © © Gabriela Golder  Gabriela Golder © Gabriela Golder
Volver a pasar por el corazón

Gabriela Golder trabaja con las cartas escritas en las cárceles por detenidos políticos durante la dictadura cívico-militar, que pertenecen a la Colección “Cartas de la dictadura” de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. En la videoinstalación un grupo de niños, entre 8 y 12 años, leen las cartas de Graciela Chein, Patricia Borensztein, Miguel Oscar Camejo, Elena Itatí Risso, Graciela Movia y Charo Moreno.
 
“Las cartas que leen los chicos es como la etimología de recordar: hacen pasar nuevamente por el corazón esas palabras, esos momentos, ese dispositivo de comunicación –reflexiona Golder–. La voz de los chicos tenía que volver a darle vida a ese relato que estaba como añejado en un archivo; tomar eso de un cajón y volverlo a decir implicaba repensar las relaciones familiares. En las cartas, salvo en una que hay angustia y dolor porque es entre adultos, está la vida de una mamá que está encerrada mientras sus dos hijos van creciendo. Lo que más me sorprendía, por ejemplo, es los retos: ‘tenés mala letra’ o ‘la b de burro y la v de vaca son diferentes’… Eso rompe la espacialidad que imaginamos del acá y el allá”.

Hay otro factor insoslayable para Golder. “Todas las personas viven, pero había una sola que no había podido contactar para pedirle permiso para usar sus cartas, Elena Itatí. Finalmente, la encontré por Facebook. Yo sé de memoria sus cartas y cada vez que la leo, la leo con sus cartas atrás, tengo esa información tan íntima de su papá escribiéndole a Videla preguntando ¿qué hizo mi hija? Tengo ese presente en este presente”, precisa la artista. “La lectura de textos –la deconstrucción del texto para entender el mundo– es algo que trabajo hace mucho tiempo. En 2012 mis sobrinas y mi mamá leyeron El manifiesto comunista. Me interesa encontrar el sentido en la lectura”.
 
“Yo celebro lo familiar en la transmisión y la posibilidad de comprender mundos a través de la deconstrucción. Los protagonistas de mis videos van creciendo y van complejizando sus vidas y las lecturas. Es la vida a través de una puesta en escena, es la vida a través de los textos, como un juego del pasado en presente. El tema de las lecturas compartidas me parece revelador”, sugiere Golder.
 
–¿Qué es lo que está ausente en estas cartas y que se vuelve presente al ser leídas?
–Me refiero a la voz de los ausentes, porque son cartas de presos políticos que gracias a eso sobrevivieron, en la mayoría de los casos. En una de las cartas, una madre le explica a su hija: “sabés, Marianita, que hay nenes que no tienen para comer”… Es esa voz presente pero silenciada, que nuevamente tiene voz. Son esas voces, pero podrían ser las voces de muchos otros.

–¿Cómo suenan las cartas de adultos leídas por niños?
–Es como si el destinatario leyera en voz alta la carta que recibe. Por eso todos los ambientes son íntimos y es como si los niños fueran a un lugar a leer solos una carta dirigida a ellos.

–¿Por qué se piensa o se inscribe la memoria en el pasado y no en el presente?
–Eso es lo que aprendimos… Cuando escribí el texto del catálogo, venía de la manifestación de diciembre y de la represión, y me parecía que tenemos que reforzar que la memoria no es el pasado, que el pasado no es ayer. El pasado es hoy y el futuro es hoy. El pasado construye el futuro y los tiempos no son lineales. Con la represión a la manifestación en la Plaza sentí otra vez miedo. ¿Estamos de nuevo acá? ¿Qué pasó?… Yo nunca hablo de futuro, es una palabra que no me gusta. La palabra futuro me parece que la usa la derecha para hablar de un futuro moderno, cortado del pasado. La cuestión del futuro me parece religiosa.
 
Mariano Speratti  © © Daniela Patané Mariano Speratti © Daniela Patané
Resonancias siniestras
 
El actor Mariano Speratti explora las publicidades de la dictadura cívico-militar. “Me interesó concentrarme en el sonido. Recuerdo una publicidad: Boby, mi buen amigo, este verano no podrás venir conmigo, hoy escuché cuando papá decía que esta vez no te podrá llevar… Boby, cuida todos mis juguetes, Boby no te portes mal… Era una campaña para no abandonar a los perros en la costa Atlántica. Cuando la volví a escuchar, me generó una mezcla de cosas: yo era chico y no sentía repulsión en ese momento, pero a la vez era un chico el que cantaba y hablaba de no abandonar una mascota”, recuerda Speratti.

Al principio de la dictadura todo tiene “un carácter marcial, hasta la voz de los locutores, pero después empiezan a entrar los publicistas –lo que me interesa por la complicidad civil–, porque los militares se daban cuenta de que necesitaban un andamiaje publicitario”, comenta Speratti. “El gran cambio es a partir del 78 cuando la dictadura firmó contrato con Burson-Marsteller, una empresa de publicidad y relaciones públicas de Estados Unidos con muchas sucursales y redes en Latinoamérica, que se ocupaban de limpiar imágenes de las dictaduras. Son los que diseñaron toda la campaña para el mundial de fútbol del 78”, dice el actor, hijo de Horacio Speratti, periodista y militante de Montoneros que fue secuestrado el 6 de julio de 1976 en un taller de reparación de autos antiguos que tenía en Vicente López.

“Tuve el privilegio de escuchar a mi padre, que vivió 40 años; una vida larga en comparación con otros desaparecidos que desaparecieron muy jóvenes. Mi viejo era periodista y le gustaba grabar cosas y tenía unos bloques de radio sobre la historia de la Ford. Tener la voz de mi viejo desaparecido marcaba una diferencia grande con mucha gente a la que conocí”, compara el actor que participó en Mi vida después, de Lola Arias, una obra construida con testimonios reales que propone analizar los legados de padres e hijos en la generación que nació en los años 70.
 
“Hay varios dibujos animados que usó la dictadura para llegar directo al hipotálamo –afirma el actor–. Encontré uno bastante largo sobre por qué conviene tener una actitud vigilante en las fronteras, de la época del conflicto con Chile por el Canal de Beagle. Es un dibujo animado en donde comparan al país con un organismo y se ve como una especie de vida interior del país y todo te lo van mostrando sin margen de interpretación. Es una hipótesis fascista que siempre está a mano: el enemigo es el otro. Eso tiene una resonancia siniestra con el presente”.
 
A Speratti le interesa la mirada que los niños puedan contener cien años después del inicio de la dictadura cívico-militar, en un futuro donde la transmisión intergeneracional se ha perdido. “Me gustó imaginar una especie de micro ciencia ficción, donde ya no hubiera adultos. Y los niños, a cargo de la memoria, con su propia pulsión de conocimiento, tratan de reconstruir algo del pasado”.

–¿Cómo imaginás esa reconstrucción de la memoria en términos de las tensiones que suele implicar el pasado?
–Todo el tiempo está la tensión con la idea de la memoria, que tiene que reformular su condición: antes con el Estado, ahora casi en contra del Estado, con la esquizofrenia propia de nuestro país. Es muy difícil saber qué va a pasar… Los chicos están a cargo de la oficina de la memoria y tienen un objeto que contiene archivos sonoros del pasado. El espacio del Parque de la Memoria genera muchas lecturas en simultáneo. No tiene la carga histórica de los campos clandestinos. Me gustó tomar ese lugar como tierra incógnita para esta futura generación, como si cayeran en ese lugar y vieran todos los signos del pasado, pero a la vez no hay nadie que se los transmita.

Speratti entrevistó a hombres y mujeres que fueron adolescentes en los años 70. “Si bien el disparador era hablar de los sonidos y las músicas de la dictadura, también aparecieron las distintas percepciones del silencio –explica el actor–. Alguien se acordó de cuando había apagones en los barrios y apareció una imagen increíble porque era como una película de ciencia ficción: apagón, silencio, todos a oscuras, ruidos de frenadas de autos que iban a reventar una casa, y después otra vez silencio”.
 
Etcétera © © Colectivo Etcétera Etcétera © Colectivo Etcétera
Los Auschwitz de la naturaleza

El Museo del Neoextractivismo narra las consecuencias de un modelo de desarrollo económico basado en el saqueo y la destrucción. Loreto Garín Guzmán, artista nacida en Chile que vive en Argentina desde los 19 años, cuenta que para el grupo Etcétera fue muy iluminador haber conocido a las Madres del Barrio Ituzaingó, en Malvinas Argentinas (Córdoba), que son madres de chicos que murieron por causa del envenenamiento con glifosato. Federico Zukerfeld revela que les pareció interesante poner en juego la idea de imaginar cómo sería el futuro en cien años, cuando tengan que recordar esta época. “La memoria del futuro será cuando queden lugares devastados donde se diga: acá existió un pueblo… acá hubo una mina… este fue lugar donde se cultivó soja, ahora la tierra está podrida y no sirve para nada… Esos van a ser los Auschwitz de la naturaleza en el futuro”, subraya el artista.

“Hace ocho años la discusión se daba en el grupo más ambientalista –agrega Garín Guzmán–. El despojo que sufrieron las madres de Ituzaingó, que perdieron a sus hijos, las había convertido en activistas full time y movilizaron a un sector de la población muy importante. Pero nos sorprendió que había un manto de silencio desde la derecha hasta el progresismo de tratar esta temática. Me acuerdo de una charla en la que participaron las Madres de Ituzaingó, en la que hablaron de ecocidio. Ellas decían que no sólo se estaba matando a la población humana, sino que se está matando un ecosistema que no va a volver”.
 
“El capitalismo entró en una crisis tan fuerte que la única forma de sostenerse ha sido volver a lo que se producía en la época de la colonia, a producir extractivismo. La guerra en Libia es extraer el litio, la guerra en Siria es extraer el petróleo, la guerra en el Congo es extraer lapislázuli –enumera Garín Guzmán-. La minería a cielo abierto implica cavar una montaña en vez de un lapso de cien años en diez años para que las mineras se vayan de ese país lo antes posible. Se usa cianuro que contamina las napas, el agua, el aire, la vegetación… El neoextractivismo se basa en la destrucción de la naturaleza y en la violación de los derechos humanos”. Zukerfeld señala que la intención del grupo Etcétera es invitar al público a imaginar cómo será la memoria en ciudades fantasmas, “cuando ya no haya más minerales que saquear, cuando no quede nadie”.

–¿Cómo es una memoria saqueada?
–Garín Guzmán:
 Eso es lo que estamos imaginando… La Ley de Semillas está de la mano de empresas que necesitan meter sus semillas transgénicas. Argentina, desde el Estado, ayudó a patentar semillas transgénicas, por ejemplo la de maíz, que se la vendió a Monsanto, durante el gobierno anterior. Más allá de la discusión de si los transgénicos hacen bien o hacen mal, lo complejo es que se le quita un bien común, un derecho común, a una parte de la población, específicamente a la población campesina. Se le quita al campesino el derecho de ser dueño de su fuerza de trabajo, de sus propios cultivos. Como la pesca. En Chile existe una Ley de Pesca, que beneficia a las siete familias más ricas, entre las cuales está más o menos todo el gobierno de Sebastián Piñera, la ultra derecha que se beneficia del mar. Si Chile algo tiene es mar. El mar es de todos, como dicen los pescadores. Los pescadores son lo más anarquista que hay y siempre lo fueron, porque a los pescados no los alimenta nadie.   

“Nos parecía interesante introducir a nuestra manera, porque nos gusta mucho más que la belleza el grotesco, el Museo Neoextractivista casi como la casa del Terror, donde mostramos, de manera muy metafórica, qué es este sistema Neoextractivista”, cuenta Garín Guzmán. Zukerfeld confiesa que hacen una parodia de los Visitors Centers, esos Centros de Visitantes que tienen las empresas, donde a través del juego van contando una historia. 

“En el Parque de la Memoria se va a ver un diorama, una imagen y unos personajes, que es una plantación de monocultivo y dos espantapájaros, uno chiquito y uno grande, vestidos de traje. Se va a hablar del neoextractivismo en hidrocarburos y minerías, otro poco de lo que sería el monocultivo y los transgénicos. Después vamos a hablar del extractivismo cognitivo. Muchos hablan de ‘los obreros de los bytes’, que puede ser un trabajador de un call center que está deslocalizado y no se puede agremiar. Muchos trabajos están cada vez más precarizados y peor pagos. Esta es una extracción cognitiva porque la máquina en vez de sacar petróleo lo que saca es tu tiempo vital, tus ideas, tu conocimiento”.
 
A Zukerfeld le hubiera gustado poder hacer el test para saber si los visitantes del Parque de la Memoria tienen o no glifosato en sangre. “Eso sería genial, aunque me parece que no se puede hacer por bromatología. Mirá que sorpresa si alguien se fuera del Parque de la Memoria con la novedad de que tiene glifosato en sangre, ¿no?”.

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