Afecto y violencia en el flujo de Cracolandia
“Cantando voy andando”

La zona del área central de la ciudad de São Paulo preferida por centenares de consumidores de drogas, habitantes de calle, es mucho más que un gran mercado ilegal. Se trata de un punto de encuentro de personas en situación de pobreza que llevan una vida radical, donde se establecen diálogos con una intensidad delirante.

Samba © © Pavio Samba © Pavio

Samba, sol y cerveza
Todo en la plaza estaba listo. Los instrumentos en el escenario, pero ¿dónde están los músicos? Marquinhos Maia coge un tantán (instrumento de percusión), Raphael Escobar agarra un pandero y salen en búsqueda de los amigos en el “flujo”, como algunos prefieren llamar a Cracolandia. “Malandro, eu ando querendo falar com você/ê malandro”, como diría más tarde la samba de Jorge Aragão. Antes de entrar en la plaza del Cachimbo, los dos integrantes de A Craco Resiste, repasan los nombres de quienes buscan. Un domingo de sol fuerte y calor, aquella zona de la Alameda Cleveland, entre las rejas de un terreno descampado y la estación de tren Julio Prestes, está repleta. En el asfalto nos cruzamos con algunas personas sentadas. Ya en el andén, un grupo de hombres estira una lona negra para montar dos carpas. Detrás de ellos, otros toldos ya están listos.

Mucha gente habla, anda, grita y canta en medio del flujo. Caminamos hasta un hombre que toca guitarra recostado en un muro y cuando lo alcanzamos alguien grita del otro lado de la multitud: “¡Escobar!, ¡el pirata!”. Escobar corre con el pandero, entrega el instrumento y se abraza con el desconocido. El tantán de Marquinhos Maia ya está en manos de otra persona e inmediatamente la música comienza, como disparada por una chispita. Otras personas se aproximan, charlan, se ponen de acuerdo. Marquito Pirata y Érico ahora nos acompañan. Fábio, quien estaba tocando la guitarra, se une después. Dennis y Du no aparecieron. “Ellos tienen sus tiempos, ¿cierto?” me dice Escobar, mientras caminamos de vuelta al escenario en la Plaza General Osório, donde estaba programado el encuentro, con menos gente de la que se esperaba. Escobar lamenta especialmente que Fábio no haya venido. “Construimos la samba juntos,” la primera Samba na Lata con estructura profesional.

Cuando regresamos, Adailton Ferreira, alias el Adá, está organizando las sillas en rueda para los músicos. Corbatín, camisa rosa y tenis amarillos, Adá es músico profesional y ha tocado varias veces en Cracolandia por invitación de A Craco Resiste. Érico revisa los instrumentos disponibles, mueve los dos micrófonos, arregla algunas sillas y escoge un lugar en frente para el tantán. Intercambiamos algunas palabras. Él es MC, trabaja en el farol y cuenta por qué salió del flujo solo por hoy: “Aquí no hay dinero, es la atención, es su atención”. El Pirata se sienta algunas sillas de distancia con otro tantán y, del otro lado del círculo, Escobar juguetea con el pandero.

Fuera del escenario, la platea empieza a acomodarse. Primero, dos niñas con muñecas se sientan en la banca junto a la mesa que sirve de grada. Están acompañadas de un hombre que se apoya en un árbol para escuchar la primera canción: “Esse samba é pra você/É bonito de se ver/Cultura popular/Você não samba mas tem que aplaudir”. Al final llega Gaspar, un señor de voz gruesa y rostro delgado, quien coge un tambor y toca de pie. Marquinhos pone una tina plástica azul en medio de la rueda, llena de latas de cerveza y hielo. Luego agarra otro pandero y se sienta. Cerca de allí, un grupo de adolescentes muy a gusto ocupa un muro y acompaña el movimiento atípico en su plaza con un ojo en el escenario y otro en la mesa de ping-pong, entre un pase de marihuana y otro de cigarrillo.

El Pirata empieza la siguiente canción: “Uma vontade de olhar, admirar/Isso é amor/Ô a ôa, ô a ô”. “¡Du! ¡Apareció!”, Escobar grita y se levanta para abrazar al nuevo integrante de la rueda. Gaspar fue a buscarlo y aprovechó para traer una gran bolsa de basura negra. Deja la bolsa al lado de la tina con cerveza, coge dos latas vacías y choca una contra la otra casi al compás de la samba. Para él, esta samba es fiesta pero también una oportunidad de recoger latas para después vender como reciclaje.

Despacio, despacito la platea se llena. Mucha gente supo de la rueda por Facebook, donde A Craco Resiste mantiene una página desde diciembre de 2016, la cual hoy alcanza casi 17.000 seguidores. La página es constantemente actualizada con noticias acerca de operaciones policiales, violaciones de derechos, desmonte de programas municipales de asistencia social, precariedad de los trabajadores vinculados a ONG’s contratadas por la alcaldía y por el gobierno del Estado para actuar en la región y también incluye información sobre cómo es la vida en las calles de São Paulo. En el evento online había 450 interesados y 64 confirmados. En el momento más lleno de la samba, sin embargo, aproximadamente 30 personas reparten cervezas compradas en bares vecinos, cigarrillos y palmas. Aquí solo beben gratis quienes están en el escenario haciendo la fiesta. Menos mal, porque no existe samba sin bebidas y quienes viven en la calle, como estos músicos, apenas pueden pagar para comer, dormir en una cama o comprar ropa.

Pero ni por eso la gente aquí anda harapienta. Érico, por ejemplo, lleva cachucha negra, cadena plateada en el cuello, camiseta esqueleto azul, bermudas con rayas negras y blancas y tenis blancos con calcetines tubo del mismo color. El Pirata prefiere cachucha Nike, cordón plateado combinando con la pulsera en la mano izquierda, bermudas, tenis y camisa ancha estampada en la espalda con una figura de rastas que lleva un puro encendido y los escritos “E. C. Bola + 1”. Dennis, quien acaba de llegar, tiene gafas oscuras con marco dorado que combinan con el reloj, la camisa de escuela de samba y crocks negros como sus bermudas.
 
Samba 2 © © Pavio Samba 2 © Pavio

“¡Ahora sí!”, alguien grita en medio de la rueda al ver a Dennis. “¡Ahora sí esto va a empezar!”, responde él con una voz gruesa aunque amistosa y la boca abierta con una media sonrisa. Escobar se levanta sonriendo y lo abraza con fuerza. “Quando minha cuca maluca computa você/É um tal do meu peito doer/É um tal do meu peito doer”. La rueda se prende con la llegada de Dennis. “¡Un brindis por la Samba na Lata! ¡Es el comienzo de mucha samba!”, grita Marquinhos y todos los músicos se levantan para el brindis, cada uno con su lata de cerveza.

La samba crece con las personas que pasan por allí y se detienen para acompañar la fiesta. Es el caso de un hombre que toma una lata de leche vacía en un corote, como se le llama popularmente a una botellita plástica de cachaça. Otro llega con una gran bolsa negra en la espalda, sube al escenario, apoya la bolsa en el suelo y comienza a bailar y cantar. De repente se baja y saca de la bolsa un paquete de cigarrillos, coge uno, lo enciende y pone nuevamente el paquete dentro. En seguida saca de la bolsa una botella de Sprite llena de un líquido transparente, toma un trago, hace una mueca, tapa y la guarda nuevamente. De tanta samba, el hombre se quita el saco gris y también lo guarda en la bolsa. Ahora está solo con una camisa azul muy pegada y pantalón jean también ajustado. El cabello liso y bastante negro peinado de lado está un poco mojado, como si hubiera acabado de bañarse. Mientras tanto, el hombre con el corote ya está ambientado y ofrece sorbos a los músicos.

En esta samba se puede participar bailando, tocando de pie, fumando sentado o acostado en el suelo, rodando en la tierra. Es el caso de un hombre que se duerme entre el escenario y la mesa de ping-pong. Cuando orina, la tierra mojada queda pegada en su pantalón. Los jóvenes, dueños del lugar, no lo quieren allí caído y amenazan con agredirlo físicamente si no se larga de allí. Un amigo casi igual de borracho lo protege y, tambaleando, intenta levantarlo. Lo coge por los brazos, lo tira hacia arriba, pero el hombre reacciona como un muñeco de paño. Está apagado. El amigo desiste, lo ancla en la tierra nuevamente y se va. Poco después, el borracho despierta y consigue sentarse. Un joven le grita, se aproxima y acierta una patada en su cabeza. El hombre se desmorona en el suelo una vez más. El muchacho no sigue pegándole porque una mujer en la platea de la samba interviene. “Deja eso”. El muchacho se aleja y el hombre queda ahí, extendido en el suelo, apagado. “Destino por que fazes assim, tenha pena de mim/Veja bem, não mereço sofrer/Quero apenas um dia poder viver num mar de felicidade/Com alguém que me ame de verdade”.

Entre los frecuentadores del flujo, el alcohol no es una cuestión menor al lado de la ingesta compulsiva de “cocaína fumada”, forma de uso popularmente llamada crack, posiblemente por el ruido que la piedra formada por pasta a base de cocaína mezclada con bicarbonato de sodio produce cuando es quemada en una pipa. La cocaína también puede ser aspirada o inyectada. Números de 2017 presentados por el gobierno del Estado, con base en una muestra de 136 personas del flujo, en un universo de aproximadamente 1.860 frecuentadores de la región, muestran que más del 40 por ciento usan, de manera concomitante, cocaína fumada, alcohol y cocaína aspirada; 19,6 por ciento consume solo cocaína fumada y 15,1 por ciento, solo alcohol.

El análisis patrocinado por la Plataforma Brasileña de Políticas de Drogas, hecho en 2015 con 80 personas que se adhirieron al Programa de Brazos Abiertos (DBA), mostró que el 80 por ciento de los entrevistados ya había consumido alcohol en algún momento de la vida. Entre las sustancias más citadas aparece en primer lugar el tabaco, con 90 por ciento de menciones; enseguida la cocaína fumada con 85 por ciento y en tercer lugar, la marihuana, citada por 83 por ciento. Después del alcohol, la cocaína aspirada aparece en quinto lugar, mencionada por 77 por ciento de los entrevistados. Entre los agentes de reducción de daños que trabajan en la calle con consumidores de drogas es común escuchar que es más difícil lidiar con un adicto al alcohol, que se cierra tras el guayabo, que con usuarios de crack , quienes suelen estar más abiertos ante las aproximaciones.

El DBA fue implementado en 2014 por la alcaldía de São Paulo, con la propuesta inédita en el país de ofrecer vivienda en cuartos de hoteles en las inmediaciones del flujo, en Campos Elíseos, así como oportunidades de trabajo remunerado en actividades como barrido de calles. Quienes entraban al programa también tenían acceso a servicios de salud. Todo esto sin la obligatoriedad de interrumpir el uso de cocaína fumada u otras drogas. Más que abstinencia, el programa pretendía reducir daños asociados al uso de drogas. En 2017, cuando un nuevo grupo político asumió la alcaldía, el programa fue prácticamente extinguido: los hoteles fueron desacreditados y los pocos profesionales aún vinculados al programa denuncian hoy la precariedad del trabajo y el miedo a ser despedidos repentinamente.

Música es diálogo
En Samba na Lata tampoco es necesario estar limpio para participar, aunque nadie parezca estar en la onda de la cocaína fumada. El día de la samba, lo que pasa de mano en mano no es una pipa “bolinha” o “calarga” improvisada con una lata de aluminio, pero sí instrumentos musicales, además de cerveza y cigarrillos. El intercambio de instrumentos llega a incomodar a Érico, quien después del tantán cogió un pandero y ahora quiere el tantán de vuelta. “Ese pasa-pasa de instrumentos está partiendo la samba”, dice. “Va a mejorar”, responde el Pirata sonriendo, y como si coordinara la rueda decide desconectar los micrófonos y amplificadores: “La propuesta es esa: sonido bajo y voz, sin golpear los instrumentos”.

Una lata en manos de un consumidor de drogas puede convertirse en pipa, traqueteo y “sombrero”, aquella forma tradicional en la que los artistas piden dinero en presentaciones callejeras. Como Marquinhos explica: “La idea es que la gente contribuya para que la samba sea autónoma”. Mientras habla, enseña una gran lata de aluminio vacía y pasa adelante. El sonido de monedas sobre el metal recorre la platea. En ese momento, Gaspar comienza a amenazar, sin motivo aparente, a la persona que está con la lata. Violencia repentina es un comportamiento común de este hombre que tiene la costumbre de tomar mucho, como me explica un amigo suyo. “Está acabando con nuestra samba, amigo”, el Pirata reprende a Gaspar. “Esta samba es familia. Pare con eso", Érico complementa. “Então me ajuda a segurar/Essa barra que é gostar de você/Iê/Didididiê”. La idea de A Craco  Resiste es programar más shows para que el grupo consiga dinero. Escobar dice que tiene dos presentaciones más pendientes. Tras este primer concierto, los amigos del flujo incluso llegaron a decirle que estaban ensayando todos los días de la semana. Pero cuando al día siguiente pasó por la plaza del Cachimbo, no encontró ninguna samba.

Raphael Escobar frecuenta la plaza casi diariamente hace cinco años. Llegó a vivir una semana en el flujo para ayudarle a una amiga en su investigación. Descansaba en la carpa de Dennis y la samba sucedía desde las 10 de la noche hasta que saliera el sol. Durante estos años el arista visual trabajó con reducción de daños en el uso de drogas en diferentes ONG’s y en programas municipales dirigidos a Cracolandia. Actualmente trabaja en el Servicio de Asistencia Especializada (SAE) en ETS/Sida (enfermedades de transmisión sexual) de Campos Elíseos, en la Alameda Cleveland.

Hasta el Carnaval, cuando los brasileños tienen la costumbre de tomar las vacaciones del trabajo, Escobar estuvo acompañando a consumidores y trabajadores de la región de Blocolandia –cordón carnavalesco articulado por el Colectivo Sem Ternos que desfiló por primera vez en 2017–. El mismo año, en mayo, hacer música fue la estrategia de A Craco Resiste, movimiento hijo del Sem Ternos, para sostener una vigilia de observadores de los derechos humanos durante la última gran operación policial, que dejó un saldo de varios consumidores heridos, puertas de habitaciones de pensiones destrozadas, muebles rotos y bares, pensiones y hoteles cerrados. El mismo día de la operación el actual alcalde de São Paulo declaró que Cracolandia había acabado mientras paseaba por las calles vacías de Campos Elíseos. Sin embargo, a solo dos cuadras de allí, los habitantes de la zona empezaban a juntarse en la plaza Princesa Isabel. Semanas después estaban de vuelta en la Plaza del Cachimbo, en la Alameda Cleveland.
 
Samba 3 © © Pavio Samba 3 © Pavio

Zonas temporales
Antes de que el flujo se concentrara en el pequeño espacio del que hace parte apenas una plaza y un tramo de la Calle Helvetia, cerca de la Alameda Cleveland, surgieron y desaparecieron puntos de encuentro de consumidores en las inmediaciones de la Estación de la Luz, por el lado de la Santa Ifigênia, cerca de la plaza donde sucedió Samba na Lata. Esta región fue la primera en ser conocida como Cracolandia en São Paulo, y posiblemente en Brasil. Pese a que el consumo de piedra de crack  en el país se dio por primera vez en la periferia de São Paulo en 1988, el topónimo solo comenzó a recaer sobre la Luz en la época en que el Departamento de Control y Uso de Inmuebles (Contru), órgano de la Secretaría Municipal de Vivienda (Sehab), cerró 39 hoteles, pensiones y bares en el área, en 1999. Desde entonces, los encuentros para comprar y consumir crack pasaron a suceder en las calles, según investigaciones realizadas por Luciane Raupp para su tesis de doctorado sobre los circuitos de uso de crack en la ciudad.

Acompañando reportajes periodísticos, los puntos de encuentro no pararon de multiplicarse y cambiar de sitio por cuenta de operaciones policiales durante los años siguientes, siempre en un tramo recorrido en pocos minutos a pie. En 2005, la alcaldía promovió la Operación Limpia, al tiempo que fue promulgada una ley con incentivos fiscales para que propietarios ampliaran o reformaran inmuebles en la región. Por cuenta de esta represión, en 2006 los consumidores cruzaron la Avenida Duque de Caxias para ocupar la Calle Helvetia y la Alameda Barão de Piracicaba, en Campos Elíseos.

En 2007, los habitantes también se desplazaron hacia la Alameda Dino Bueno, la calle Ana Cintra, las plazas Julio Prestes y Princesa Isabel, tal como Heitor Frúgoli Jr. y Enrico Spaggiari muestran en su investigación sobre la “territorialidad itinerante” de Cracolandia. En 2009 la alcaldía transformó la antigua ley de incentivos fiscales en el proyecto Nueva Luz, que también preveía la concesión a la iniciativa privada de inmuebles y espacios públicos de toda la zona comprendida entre las avenidas Duque de Caxias, São João, Ipiranga, Cásper Líbero y Calle Mauá. En 2012 el proyecto aún no había salido del papel, pero continuaba impulsando acciones de represión en el área, como la Operación Urgencia. En 2013, el proyecto Nueva Luz fue definitivamente encajonado.

Después de tantos desplazamientos, el único punto donde una gran reunión de consumidores aún es tolerada por la policía incluye un tramo de la Calle Helvetia y las plazas del Cachimbo y Julio Prestes. Los consumidores son obligados a circular por allí tres veces al día siempre que la alcaldía lava las calles y andenes con camiones cisterna y enormes mangueras. Generalmente los consumidores salen del camino cuando los chorros de agua se aproximan, pero a veces también arrojan una “futibomba”, es decir, cuando la policía lanza bombas de gas para amedrentar a la gente. “Limpian toda la calle, pero después vuelve a la normalidad”, nos dijo un frecuentador del área.

Por más confinado que esté, el flujo está amenazado, una vez más, por un nuevo proyecto de transformación de la zona: una asociación público-privada promovida por el gobierno del Estado, con apoyo de la alcaldía, para construir torres residenciales tras la demolición de los edificios donde familias pobres y trabajadores informales, no necesariamente consumidores de drogas, vivían en alquiler. Las primeras torres ya están casi listas en el lugar donde existían hoteles, pensiones, bares y un centro comercial popular (antiguamente la principal estación de autobuses de la ciudad) demolidos entre 2010 y 2013.

Aún con tantos ataques, todavía resiste la tradición de la región que hace casi 70 años es una mezcla de zona de confinamiento y refugio. En 1940 surgió cerca de allí la primera zona oficial de prostitución de la ciudad, en las calles Itaboca (actualmente Cesare Lombroso), Aimorés, Carmo Cintra y el tramo de Ribeiro de Lima, en el barrio del Buen Retiro. Fue allá que el término “zona” se popularizó para referirse a aquellos lugares frecuentados por bohemios, prostitutas, malandros, gays y travestis, como muestra Sarah Feldman en el libro sobre planificación y zonificación entre las décadas de 1940 y 1970. Mientras existió, la zona fue el lugar de la bohemia, donde la noche de la ciudad sucedía, como Hiroito de Moraes Joanides, el Rey de la Boca, cuenta en su autobiografía. Para los gobernantes, la zona fue una estrategia para mantener actividades moralmente reprobables lejos de las áreas donde florecía el mercado inmobiliario. Cuando la prostitución femenina fue prohibida por ley, una violenta operación policial vació los hoteles de la zona, en 1953, episodio descrito con mucha sangre, fuego y brutalidad por João Antônio en el cuento “Paulinho Perna Torta”.

Arte y refugio
La extinción de la zona de confinamiento de la prostitución en el Buen Retiro hizo surgir la Boca do Lixo (la Boca de la Basura) en el lugar donde también vivían bohemios, ladrones y egresados del sistema penitenciario. A partir de esta época, en la Avenida São João se crea un eje de ocio adulto, así como una región sinónimo de negación del trabajo regular. La Boca surgió, entonces, como un ‘refugio’ para los trabajadores que no se encuadraban en las profesiones bien aceptadas moralmente, como cuenta la historiadora Herta Franco.

En los años siguientes, actores, productores de cine, pequeños comerciantes, vendedores ambulantes, prostitutas y periodistas buscaron este refugio y le dieron fama a la región, mientras la industria del cine apenas empezaba en el país. Durante los 70, casi toda la producción cinematográfica nacional venía de este lugar, “donde putas pasan a ser actrices y actrices, putas”, como a Paulo Haría, director de la Compañía Personal del Faroeste, con sede en la calle del Triunfo, le gusta describir la historia de la región que tanto ha inspirado sus obras. Cuando el cine brasileño se volvió más glamoroso y conservador, en los 80, las productoras migraron lejos de la Boca, especialmente hacia Vila Madalena.

La intensidad dramática y la diversidad de la vida en la región central de la ciudad que inspiró a productores y directores de cine en los años 70, ahora también se hace arte con las acciones de artistas reductores de daños, como Escobar. Cuando los consumidores de crack se hacen músicos, raperos o sambistas, es como si A Craco Resiste retomara la tradición artística marginal y radical de la Boca do Lixo. Una tradición que es también resistencia al estigma y a la eliminación de un modo de vida particular: por momentos violento, por momentos afectuoso, por momentos bohemio, por momentos degradante, por momentos sobrecogedor, por momentos refugio, pero siempre radical e intenso.
 
Samba 4  © © Pavio Samba 4 © Pavio

Funk, gasolina y corote
“Esa imagen no sale de mi cabeza: yo con el auricular, el micrófono y el DJ a mi lado”, nos dice Dennis el día en que la música que grabó en un estudio es lanzada en pleno flujo. Justo en el momento en que la composición de Dennis y Meia-Noite retumbaba en los amplificadores, le contamos a un muchacho descalzo, que circula por la pista de baile con una lonchera en la mano y un tenedor en la otra, que aquella música es de sus amigos. “¿Esa ahí? ¿Esa que está sonando? ¿En serio?”, casi no lo cree. “Entonces, apoyo a mi amigo, está bueno lo que hace”, escuchamos de otra mujer cuando le cuento la misma historia.

Dennis Alberto, 38 años, está más a gusto en el segundo encuentro, el viernes 15 de diciembre, y en un lugar que conoce bien, frente a la tienda de acogida de personas en situación callejera, casi en la esquina de la Calle Helvetia con la Alameda Cleveland. Además de las infalibles gafas oscuras, esta vez con marco rosado, viste unas bermudas. La banda sonora de este encuentro también tiene más que ver con su estilo, pues le gusta componer rap y reggae. Dennis comenzó a escribir letras de canciones cuando ingresó preso por tercera vez, en 2008, y decidió volver a estudiar y aprender guitarra. En 2013 salió de la cárcel, pasó un tiempo en la casa de sus padres en el Jabaquara y hace un año y siete meses vive en las calles de la región central.

Se muestra orgulloso de la música que grabó con la ayuda de DJ CIA, pese a que la letra mezcla versos de un reggae que compuso cuando aún estaba en prisión, con las improvisaciones de Meia-Noite, un amigo rapero. “Aprendí alguna cosa allí [en el estudio de grabación]. Quién sabe si volveré a hacerlo”. “Cantando eu vou/Falando e cantando eu vou/Bla bla bla bla bla bla”, la voz de Dennis abre la canción y aparece en cada estribillo.

La música retumba en la calle gracias a un potente amplificador conectado a un generador de gasolina. Cinco habitantes ayudaron a Escobar a traer a pie, bajo mucho sol, los equipos que quedan guardados en el Teatro del Contenedor Mungunzá, a algunas cuadras de allí. Después de tocar la música inédita, el celular de Escobar se convierte en un jukebox. Los pedidos son organizados en una hoja y quien solicita la música ayuda a buscarla en YouTube. La pista, dominada por hombres, se prende con temas funk como el de MC Fioti, “Vai mexe o bumbum tam tam/Vem desce o bumbum tam tam”, o Cavucada del DJ Henrique de Ferraz.

En medio de la fiesta aún vacía, un hombre en silla de ruedas con una pipa metálica coge un pequeño espejo mientras se peina hacia arriba el pelo que parece duro de lo sucio. Poco antes, el sujeto se había quitado la camisa mientras recibía un corte de pelo de otro hombre también sin camisa. El peluquero balanceaba el cuerpo y movía la tijera al ritmo de la música, “Menor, muleque maloqueiro/Mundo mágico, menino mulherengo/Misterioso, malvado, me mostrou malandros malandriados/Maioral, melhores momentos/Marginal, maldito movimento”. En la pista, una mujer baila con la blusa levantada mientras enciende una pipa con un “bic” –palabra que sustituye encendedor en el flujo desde que, reza la leyenda, un hombre conocido como Encendedor murió–. Otro hombre baila con un arma de juguete en la mano: “Oye, pon otra para nosotros”. “Cinco dias de terror/O Brasil parou pra ver/Quem manda/Quem manda/Quem manda é o PCC”.  

Las reglas allí son claras: nadie puede grabar o fotografiar, a menos que tenga autorización de los ‘hermanos’, los gerentes locales del tráfico conectados al “movimiento”. Así se busca evitar tanto la identificación de alguien prófugo de la justicia, como la exposición de frecuentadores del flujo a sus familias. El equipo de camarógrafos que pretendía registrar el lanzamiento era consciente de eso, pero uno de ellos estaba con una cámara apagada en la mano. Un hombre sentado frente al amplificador se levanta de repente y agarra la cámara. El camarógrafo, conocido en el área y amigo de Escobar, explica que no grabó nada, ofrece mostrar las imágenes para comprobarlo, pero el hombre no acepta. Se arma el tumulto. Otras personas se acercan y agarran el equipo, que ahora es como un cabo de guerra. Le piden al hombre soltar la cámara, forcejean, pero de nada sirve. Dennis y otros consumidores están allí intentando convencerlo hasta que ¡CRACK!, el micrófono direccional se rompe, la cámara queda en manos del camarógrafo y parte del micrófono con el hombre desconfiado.

Todavía intentan hacerlo soltar el pedazo del equipo roto y desistir de la pelea, pero nada cambia hasta que llega Masa y empieza a golpearlo en el pecho mientras grita con la voz muy gruesa. El hombre finalmente suelta el equipo y es llevado a los toldos en la plaza del Cachimbo. Poco después, vuelve otra persona pidiendo la cámara para llevársela a los hermanos. Escobar coge el equipo y va hasta una carpa. Ya adentro chequean más de una vez todas la imágenes grabadas, escuchan la historia del artista y la del hombre, novato en la zona. Amigos del flujo explican que Escobar es conocido de todos, que confían en él y que el hombre no tenía por qué ponerse paranoico. El hermano acepta el argumento y declara: “Entonces no tiene idea, se acabó”. Devuelven el equipo. Tras algunos minutos, el hombre paranoico cruza la calle llorando y diciendo que los camarógrafos mintieron.

Algunas personas piden que la música vuelva. “Foi numa noite de frio, que eu te encontrei com o coração vazio filho/Perdido e sem rumo, sem prumo e sem direção”. El sonido pronto regresa, la gasolina del generador se está acabando. “Voy a abastecerla de cachaça”, grita un muchacho todo sucio, el ojo morado, con uno corote en la mano (la botellita de cachaça). Estiran la cuerda del generador algunas veces y nada. “Energía, ahora, positiva. Vamos a quitar toda la energía negativa”, dice un hombre extendiendo las manos abiertas sobre el generador. Alguien estira la cuerda y el motor se dispara. “¡Sí, les dije!”. La alegría dura poco. “¡Si no suena la música voy a quitarme la ropa!”, grita un hombre dentro de la tienda cuando el motor falla nuevamente. “Vamos a robar gasolina!”, grita otro hombre animado cerca del amplificador.

No sirve de nada. Se acabó la gasolina, se acabó el sonido, se acabó la fiesta de lanzamiento de la música hecha por dos frecuentadores del flujo. Una vez más, Masa y otros ayudan a cargar los equipos de vuelta al teatro. Cuando el grupo ya había girado en la Alameda Dino Bueno en dirección a la Plaza Julio Prestes, Dennis aparece para despedirse de Escobar. Ellos se aproximan, charlan rápidamente e intercambian un abrazo fuerte.

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