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“Rimini”, Ulrich Seidl
Cine alemán en la Berlinale (I)

Fotograma de “Rimini” de Ulrich Seidl, 2022
Fotograma de “Rimini” de Ulrich Seidl, 2022 | © Ulrich Seidl Film Production

El director austriaco, autodefinido en varias ocasiones como un “pornógrafo social”, regresa a la ficción sin abandonar sus marcas de identidad tanto estilística como discursiva.

De Luis Enrique Forero Varela

Rimini narra el inevitable viaje de descenso del cantante en horas bajas Richie Bravo (Michael Thomas), otrora estrella del género musical Schlager; un ocaso tomado in media res por el film, coincidiendo con la muerte de la madre. Tras un funeral lleno de asordinado patetismo, que sugiere de manera sutil un pasado familiar desestructurado, Bravo regresa al lugar de exilio autoimpuesto: la ciudad italiana que da título al film.

Éxito marchito

En Rímini, su Santa Elena particular, Bravo vive en el decadente monumento a la egolatría que es su mansión, un caserón sucio, atestado de instrumentos musicales, discos, pósters y demás memorabilia de sus días de gloria; una pasado brillante que el artista intenta sistemáticamente rentabilizar mediante modestos conciertos en hoteles cochambrosos frente a grupos de compatriotas jubilados que aún le recuerdan y admiran, y, durante las noches, presta además sus servicios ocasionales como trabajador sexual para algunas de sus fans más acérrimas. En este contexto, sus actividades cotidianas se verán interrumpidas por la sorpresiva visita de una hija casi olvidada, de la que nunca se ocupó; situación que le brindará al protagonista a una inesperada oportunidad de enmendar sus errores pasados y reconducir su vida anodina abocada a caer en algo peor que la muerte: el olvido.
Fotograma de “Rimini” de Ulrich Seidl, 2022 Fotograma de “Rimini” de Ulrich Seidl, 2022 | © Ulrich Seidl Filmproduktion

Una mirada cáustica

Como ocurría en films de la talla del documental Safari (2016) o en su celebrada trilogía Paraíso (2012-2013), la cámara estática y seca de Seidl es capaz de horadar en el tejido social del continente europeo, tan seguro de sí mismo, y sacar a relucir las actitudes más indignas, reprochables y vergonzosas. Mediante una mirada en apariencia acrítica y, sin embargo, cargada de cinismo, el director busca epatar al espectador, presentando los paisajes de miseria sentimental, de mezquindad o crueldad con una estética atonal, para prevenir que quien observa se escape o se distraiga atendiendo a sus aspectos técnicos. No obstante, la exhibición de situaciones y escenarios que con frecuencia basculan entre lo extravagante y lo grotesco generan –como es el caso de Rimini– algunos destellos de inusual belleza.

Esta es una película sobre la soledad como castigo, sobre la desesperación ante una decadencia física y emocional que oculta la angustiosa búsqueda de permanencia y arraigo. Además, es una reflexión ácida sobre el acecho de la vejez, la antesala de un final antes del cual la vida parece ofrecer una última y torpe oportunidad de redención. Pero Rimini es –de igual manera que las trabajos previos de su director, ese sólido corpus tan polémico y tan interesante–, sobre todo, un acercamiento sarcástico a los lugares menos halagüeños de nuestra identidad cultural, en el que se cuestiona el estado del bienestar y su falsa superioridad moral.

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