Ecofeminismo y economía feminista
Aprender del ecofeminismo
“La subordinación de las mujeres y la naturaleza están íntimamente relacionadas y favorecen un desarrollo económico destructivo del ecosistema. Solo un nuevo modelo económico que considere al mismo nivel el trabajo no remunerado y que facilite el desarrollo de la economía de subsistencia, podrá llevarnos a la sostenibilidad y parar la destrucción del ecosistema que habitamos”. Mary Mellor en “Feminismo y ecología. Ambiente y democracia”.
De Santiago Eraso Beloki
No hay más que observar las fotos oficiales de las grandes cumbres políticas o leer la lista de asuntos sobre los que debaten sus representantes para constatar que el mundo está regido sobre todo por hombres, preocupados en primer lugar y casi exclusivamente por la economía o, mejor dicho, por una forma determinada de entenderla.
Amaia Pérez Orozco en Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida (1) señala que la economía es una construcción histórica y social. A finales del XVIII y principios del XIX –escribe- se impuso un tipo de metodología analítica de la economía, conocida como “neoclásica”, que hoy sustenta casi todo el discurso político dominante y la estructura socioeconómica en la que vivimos. El afianzamiento de esta hegemonía ideológica fue en paralelo al asentamiento definitivo del sistema mundo capitalista que, desde su origen, ha sido patriarcal (supremacía masculina), colonial y racista (dominio de los países desarrollados sobre los más desfavorecidos y la consiguiente primacía blanca). La influencia de esta ideología en las altas instancias del poder es casi absoluta. Su arquitectura conceptual prioriza el principio de competencia al de colaboración; el consumismo exacerbado al consumo e intercambio responsable y, al socaire de la ley de la oferta y la demanda determina las reglas del mercado laboral, anteponiendo el precio y el valor de cambio frente al de uso.
Este tipo de economía defiende la idea que la Tierra es un espacio físico ilimitado de “libre” explotación de recursos y, por tanto, el desarrollo puede desentenderse de los procesos biofísicos, de nuestra relación con la naturaleza o de la interdependencia necesaria entre diferentes especies. Es decir, se pone de espaldas a los límites del crecimiento o, de forma mucho más sutil, de perfil, ya que promueve con retórica cínica el denominado capitalismo verde, que camufla en realidad, de nuevo, el desarrollismo sin control. Trata de incentivar la circulación de todo tipo de productos, sean o no necesarios o esenciales para una vida digna e insiste en que el progreso supone hacer crecer el dinero a cualquier precio.
Frente a esta concepción economicista del mundo -la activista Yayo Herrero la suele llamar “lógica biocida”- el ecofeminismo, muy vinculado también a las luchas indigenistas y antirracistas, denuncia que ese modelo androcéntrico se ha impuesto eliminando de la ecuación económica y de su cuenta de resultados el trabajo invisibilizado de muchas mujeres y de otras vidas precarizadas. Así, se apropia de dosis enormes de trabajo gratuito o de la explotación de otros cuerpos -fundamentalmente migrantes pobres- que reproducen la mano de obra a un mínimo coste. Incluso el propio Karl Marx, que propuso la abolición de todas las formas de explotación, supuso que el valor del trabajo era producido en exclusiva por el obrero, y no tuvo en cuenta otros elementos del proceso productivo como la sobre explotación de los recursos naturales, el desarrollo ilimitado de la tecnología y, sobre todo, los trabajos reproductivos vinculados a los cuidados realizados por mujeres excluidas del mercado laboral.
Silvia Federici lo explica muy bien en Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2) donde analiza de forma crítica la teoría marxista sobre el trabajo. Según ella, el trabajo reproductivo y de cuidados que hacen las mujeres es una de las principales bases sobre las que se sostiene el capitalismo, que se apropia de él, a la vez que lo invisibiliza, para, a través de todas sus facetas -corporal, sexual, cuidador, educativo, cultural-, reproducir la subjetividad y los vínculos sociales que permiten la continuidad del sistema. Citada por Paul B. Preciado en Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce (3), Federici ha señalado que el útero tiene una función central en el proceso de acumulación capitalista, al ser el lugar “en el que se produce y se reproduce la mercancía capitalista más esencial: la fuerza de trabajo”.
Federici, yendo más allá en sus análisis de las teorías marxistas, añade y subraya que la expropiación de los medios de subsistencia y fuerza de trabajo de los obreros europeos estuvo a su vez estrechamente ligada a la esclavización y explotación de los pueblos originarios de África y América en las minas y plantaciones del Nuevo Mundo. Es decir, nos recuerda que hubo un proceso de colonización y utilización extrema de los recursos humanos, materiales y naturales de las colonias, sobre todo de las mujeres negras e indígenas que sufrieron una inhumana degradación social que ha permanecido así desde entonces.
No es ninguna casualidad que el movimiento ecofeminista internacional tenga como referentes a diversas mujeres implicadas en largas luchas anticoloniales: la india Vandana Shiva, fundadora de Navdaya, movimiento social de mujeres para proteger la diversidad y la integridad de los medios de vida, en especial las semillas; la keniata Wangari Maathai, Premio Nobel de la Paz que creó el movimiento Green Belt (Cinturón Verde); la historiadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, fundadora y principal impulsora del Taller de Historia Oral Andina; Tarcila Rivera Zea, fundadora del Foro Internacional de Mujeres Indígenas; la colombiana Angélica Ortiz, líder indígena y secretaria general de la organización Fuerza de Mujeres Wayúu que lucha contra la mina de carbón El Cerrejón, al noreste de Colombia, una de las más grandes a cielo abierto del mundo; la religiosa brasileña Ivone Gevara, claro exponente de la teología de la liberación, que se caracteriza por su interés en las mujeres pobres, la defensa de los indígenas, víctimas de la destrucción de la naturaleza, y su crítica a la discriminación de las mujeres en las estructuras de autoridad religiosa; las guatemaltecas Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz por su defensa de los pueblos indígenas o Aura Lolita Chávez Ixcaquic, lideresa del Consejo de Pueblos k'iche's por la defensa de la vida, la naturaleza, la tierra y el territorio.
Es imposible cerrar estas menciones sin señalar las vidas truncadas de numerosas militantes indígenas y ecologistas como Betty Cariño, defensora de la soberanía alimentaria y el derecho a la autonomía de los pueblos indígenas en México, asesinada en el año 2010 o la hondureña Berta Cáceres perseguida y asesinada en el 2016. En 2018, la organización internacional Global Witness documentó 164 asesinatos de personas defensoras de la tierra y del medio ambiente (4). Más de 1550 entre 2002 y 2017, según otra investigación de la Universidad de Queensland (Australia) en 2019.
Todas voces que defienden que la economía no debería tratar tan solo del dinero sino asimismo de otras necesidades humanas: del trabajo relacionado con el cuidado de las personas y del resto de las especies; y de la protección de los recursos naturales en un mundo interconectado responsablemente e interdependiente, como otro de los precursores del ecologismo, Barry Commoner lo describió en El círculo que se cierra (Plaza y Janés, 1973).
En este mismo sentido Mary Mellor, autora de Feminismo y ecología. Ambiente y democracia (Siglo XXI, 2000), profesora de Sociología en la Universidad de Northumbria, en Newcastle, y presidenta del Instituto de Investigación de Ciudades Sostenibles afirma: “La subordinación de las mujeres y la naturaleza están íntimamente relacionadas y favorecen un desarrollo económico destructivo del ecosistema. Solo un nuevo modelo económico que considere al mismo nivel el trabajo no remunerado y que facilite el desarrollo de la economía de subsistencia, podrá llevarnos a la sostenibilidad y parar la destrucción del ecosistema que habitamos”. Según ella, lo que la economía neoclásica considera “economía sin valor” debe ser integrada en la cadena de vida sostenible.
Si bien es cierto que gran parte de la crítica feminista ha girado sobre el reconocimiento del trabajo de las mujeres o las condiciones específicas de explotación de sus funciones cuidadoras –tanto en el ámbito privado como público– otras voces como la de Kathi Weeks, profesora de Género, Sexualidad y Estudios Feministas de la Universidad de Duke, propone ir más allá y hace una crítica radical a la propia ética capitalista del trabajo, al que define como el medio por el cual las personas nos integramos no solo en el sistema económico, sino también en las formas sociales, políticas y familiares de cooperación y nos volvemos individuos disciplinados, sujetos gobernables. En su El problema del trabajo. Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo (5) señala que deberíamos plantearnos que el trabajo asalariado, incluso el doméstico, sigue siendo en la actualidad la pieza clave de los sistemas económicos capitalistas. Por supuesto -añade- sabemos que el trabajo es la vía de acceso de la mayoría de la gente a las necesidades de alimentación, vestido y refugio, pero además el medio básico a través del cual se nos asigna el estatus. No se trata de negar la necesidad de las actividades productivas ni de desechar la posibilidad de que, como lo describió William Morris, pueda haber en todos los seres vivos “un placer” en el ejercicio de sus energías, más bien, se trata de insistir en que hay otras maneras de organizar y distribuir esa actividad y de recordarnos que es posible ser creativos fuera de los límites del trabajo. Esta autora describe las prácticas subversivas que podrían desarrollarse en cierta concepción utópica feminista como lugar de resistencia y de contestación, para formular otros futuros de economía distributiva e igualitaria que, en primera instancia, pasaran por una renta básica universal, con derechos sociales garantizados, y una semana laboral de treinta horas sin disminución de salario y así comenzar a desarrollar modelos alternativos de organización de la vida. Para empezar, ya sería muy importante -subraya- que exigiéramos cumplir las leyes vigentes sobre sueldos y duración de las jornadas laborales, especialmente para las vidas de trabajadores con bajos ingresos. Weeks nos muestra que el proyecto de construir una sociedad poscapitalistas es eminentemente feminista y pasa también por la liberación del trabajo.
Más lejos nos lleva Donna J. Haraway al plantear el papel del feminismo y de los cuerpos reproductores a la hora de abordar con toda crudeza el aumento de la población, que en poco más de un siglo se doblará. En Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno (6), esta célebre profesora emérita de la Universidad de California, autora de los clásicos Manifiesto para ciborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX (Letra sudaca, 2018) y Manifiesto de las especies de compañía (Sans Soleil, 2016), nos recuerda que las mujeres han sido a lo largo de la historia las únicas en insistir en el poder y el derecho de toda mujer, joven o vieja, de escoger tener hijos o hijas, anotando que la maternidad no es necesariamente el fin o el objetivo único de las mujeres y que la libertad reproductiva de una mujer sobrepasa las demandas del patriarcado o de cualquier otro sistema. Así mismo nos indica que las feministas antirracistas, anticolonialistas, anticapitalistas y pro-queer de todos los colores y todos los pueblos han sido durante mucho tiempo líderes en el movimiento por la salud y los derechos sexuales y reproductivos, con especial atención a la violencia de los órdenes sexuales hacia personas pobres y marginadas; líderes en argumentar que libertad sexual y reproductiva significa ser capaces de que niñas y niños, propios o ajenos, alcancen una madurez sólida con salud y seguridad en comunidades intactas. Y, por tanto, advierte que alimentación, trabajo, vivienda, educación, la posibilidad de viajar, la comunidad, la paz, el control del propio cuerpo y la intimidad, los cuidados de la salud, la contracepción en buenas condiciones y amigable con las mujeres, la última palabra sobre si debe o no nacer un bebé, son derechos cuya ausencia en casi todo el mundo todavía sigue siendo pasmosa.
Se trata por tanto de poner la vida en el centro, pero asumiendo que más allá de su instrumentalización retórica, debemos crear los contextos para que todas las personas, como tantas veces ha repetido Yayo Herrero, puedan disponer de los recursos esenciales: agua, energía, alimentación, vivienda, refugio, protección social, salud, educación y cultura. Es decir, condiciones para que nos hagamos cargo unas personas de otras, en una intersección de los movimientos ecologistas, feministas, anticoloniales y antirracistas contra el relato que nos tratan de imponer las élites que ven amenazada la posibilidad de la acumulación ilimitada en sus manos.
Como dice la mencionada Haraway, tras dejar atrás el Antropoceno y Capitaloceno, eras en las que, para bien o mal, la especie humana ha dominado la Tierra de forma ilimitada y descontrolada, la vida en el venidero Chthuluceno requerirá pensar colectiva e innovadoramente a partir de los diferentes tipos de conocimientos situados y experiencias universales. Tendremos que aprender a vivir y morir juntos en una tierra herida y, con la confianza de la mano tendida a todas las especies, construir parentesco y cultivar “respons(h)abilidades” en comunidades de “compost”. Sus palabras puedan añadir algo de luz para pensar el mundo tras esta pandemia: “Una manera de vivir y morir bien como bichos mortales es unir fuerzas para reconstituir refugios, para hacer posible una recuperación y recomposición bilógica-cultural-política-tecnológica sólida y parcial, que debe incluir el luto por las pérdidas irreversibles”.
- Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida, Traficantes de sueños, 2014
- Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, colección Historias, Traficantes de sueños, 2010.
- Paul B. Preciado, Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce, colección Historias hispánicas, Anagrama, 2019.
- ¿Enemigos del Estado? De cómo los gobiernos y las empresas silencian a las personas defensoras de la tierra y del medio ambiente, Global Witness, julio 2020.
- Kathi Weeks, El problema del trabajo. Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo, colección mapas, Traficante de sueños, 2020.
- Donna J. Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Consonni, 2019.
Comentarios
Comentario