La Carpa
Un simple terrizo... ¿o mucho más?

La gigante araña de hierro que da somre al escenario al lado de la carpa
La gigante araña de hierro que da somre al escenario al lado de la carpa | Poto: © Recetas Urbanas y La Carpa Sevilla

Un antiguo aparcamiento sobre terrizo, dos amigos y una idea: con estos mimbres se creó La Carpa, un espacio sociocultural y creativo en el que artistas, músicos y la gente de Sevilla se reúnen para compartir ideas. Lo que hace que este lugar sea tan especial es que se creó sin permisos oficiales y sin cobrar una sola cuota: bastó que los vecinos aunaran esfuerzos y prestaran su ayuda.

En esta plaza triangular, todo parece un poco hecho a retazos. Lo primero que llama la atención es una gran carpa de circo con sus listas de color rojo y blanco. Pero, antes de que puedas empezar a imaginarte un espectáculo circense con payasos, elefantes y acróbatas, te das cuenta de que hay una enorme araña agazapada junto a la carpa. Su cuerpo es un contenedor rojo, tiene una sonrisa pintada en la cara y está apoyada sobre seis patas de hierro. A la sombra de la araña de hierro hay un pequeño escenario y dos toboganes infantiles. Junto a la araña y la carpa, unas peculiares construcciones: cubos de madera sin acabar, un camión y varios contenedores. Algunos tienen ventanas, un toldo, una terracita con macetas... Uno de ellas incluso tiene un extintor. Al final, te das cuenta de que este no es el típico circo al que se viene a ver un espectáculo, sino más bien…. Algo difícil de definir.

“La Carpa es un espacio sociocultural. O, mejor dicho, un espacio público. No, no, lo que dice en el cartel es que es un espacio artístico”, según explica Santiago Cirugeda, que señala con un par de cervezas hacia un grupo de mesas a la sombra de una terraza cubierta, que luego resulta ser un antiguo proyecto artístico. Es un día de mucho calor. En realidad, en Sevilla siempre hace calor. “Mañana toca aquí la Andalucía Big Band, va a venir mucha gente a verlos”, nos dice Santiago. “Seguro que también se presentará la policía. Últimamente vienen mucho. El problema es que el ayuntamiento no sabe cómo clasificarnos y por eso no nos dan una licencia de apertura.”

¿Qué hacer con un terrizo donde antes había un aparcamiento?

Empecemos por el principio. El artífice de todo es Jorge, un amigo de Santiago más conocido por el apodo de Bifu. Bifu creció en este barrio, en un bloque de apartamentos en el extrarradio de Sevilla, y, desde su casa, contemplaba a diario un trozo triangular de terreno entre la avenida y el aparcamiento. Bifu trabaja en un grupo teatral y, a través de sus contactos con otros grupos culturales, supo que muchos de ellos necesitaban un espacio para sus actividades. Así que se preguntó: “¿Por qué no crear un espacio cultural en esta plaza triangular?” Llamó a su amigo Santiago, arquitecto, que en aquel momento ya estaba trabajando en Recetas Urbanas, un estudio centrado en arquitectura cooperativa que él mismo fundó hace 16 años. 
Normalmente, los arquitectos elaboran sus planos de obra siguiendo las instrucciones del cliente. En el caso de Recetas Urbanas, los ciudadanos, organizados en cooperativas, presentaron un plan para crear un espacio urbano propio. Algunos de estos proyectos de construcción autogestionados reciben la aprobación y los permisos pertinentes de las autoridades locales, pero en otros muchos casos no ocurre así. Las cooperativas consultan a Santiago sobre sus “recetas urbanas”. Él escucha las ideas que le aportan, ofrece asesoramiento técnico e instrucciones, les ayuda entrar en contacto con otras cooperativas y les facilita también asesoramiento legal.
Su trabajo está cada vez más demandado. Para que los diferentes proyectos se conecten mejor entre sí, Santiago les ha ayudado a poner en marcha el sitio web arquitecturascolectivas.net, una plataforma a través de la cual las cooperativas pueden compartir información y materiales o buscar financiación. Hace cuatro años, cuando La Carpa no era más que un terrizo que se utilizaba como aparcamiento, Bifu llamó a su amigo Santiago y le contó su plan de crear un espacio cultural. Bifu le contó que tenía gente de sobra dispuesta a ayudar, que le habían cedido las tierras y que hasta había solicitado financiación con dinero público. Según Santiago, “una vez comenzado el proyecto, como era de esperar, no vimos ni un céntimo de dinero público”. Tampoco les dieron la licencia de obra. No tenían ni dinero, ni permisos ni materiales: solo un espacio polvoriento y de superficie irregular.

Convertir una idea en un espacio cultural

Santiago recuerda que “se cogió y se utilizó todo lo que había a la mano”. Por ejemplo, materiales de proyectos artísticos que ya no le hacían falta a nadie. Santiago se trajo un camión y unos contenedores donde se guardaban aseos de antiguas obras. Las piernas de la araña las hizo un ingeniero amigo suyo que originalmente las inventó para hacer puentes. En ocasiones, las autoridades locales donaban materiales que ya no hacían falta. Las cooperativas utilizan el sitio web para informarse entre sí sobre materiales de propiedad pública que se donan en sus respectivas zonas. Ese es el origen de la mayoría de los edificios y contenedores de La Carpa. Para comprar otros materiales más caros, como por ejemplo la carpa grande de circo, se ha recurrido al crowdfunding. Encontraron a un industrial que tenía una carpa antigua y estaba dispuesto a venderla barata. Santiago fue a verla y le pareció bien, así que la compraron. Según explica Santiago, “utilizamos materiales reciclados, lo cual yo como arquitecto entiendo que es un riesgo. Tengo que asegurarme de que no estén rotos y sean estables. También me responsabilizo de las obras. Dado que construimos sin permiso, si alguien sufre alguna lesión, podría tener consecuencias legales para mí. Pero, por ahora, no hemos tenido ningún percance.” ¿Nunca? Bueno, sí, una vez, recuerda Santiago riéndose y levantando las manos. Hubo un arquitecto que vino a verlos un día para darles asesoramiento legal y le rompió la nariz.
Al principio, los únicos que trabajaban en La Carpa eran Bifu, sus padres, su novia de entonces, los padres de ella y Santiago. Pero con el tiempo fue incorporándose cada vez más gente: amigos, vecinos... Cuanto más crecía el proyecto, más cooperativas se presentaban a pedir espacio en La Carpa para sus actividades. Hoy, La Carpa la utilizan ocho cooperativas y unos 1.200 miembros. Y, con tanta gente, no resulta fácil coordinarse. Cada cual tiene diferentes ideas y expectativas; cuanto más se hace, más tiempo y energía se sacrifica en aras del proyecto. “Tienes que escuchar mucho y debatir mucho. Y eso te quita mucho tiempo y energía”, según Santiago. “Una de las cosas más importantes es saber quién está participando en serio y quién es responsable de qué.”
En La Carpa, todo se coordina en asambleas semanales. Hay desacuerdos, pero también muchísimo entusiasmo porque la gente siente que el proyecto funciona bien. Ahora bien, no siempre ocurre así. Santiago recuerda el proyecto Casa de Pumarejo. Los ciudadanos pusieron en marcha una iniciativa para restaurar una vieja casa en el centro de Sevilla para que los mayores que residían en ella no tuvieran que mudarse. Al principio, Santiago los ayudó sugiriéndoles sus recetas urbanas, pero con el tiempo la ilusión por la iniciativa se diluyó debido a las diferencias entre los diferentes comités. Según hablábamos, David, que pasaba por allí, escuchó nuestra conversación y aportó la idea de que “cada cooperativa trabaja para sí misma, pero al mismo tiempo tenemos que trabajar todos juntos”. Cuarto Revelado, el edificio de su cooperativa, consta de dos contenedores apilados uno encima del otro y conectados por una escalera no apta para cardiacos. Los contenedores van pintados de turquesa, con el texto “Cuarto Revelado” compuesto con tubos negros de plástico que originalmente se utilizaron para sistemas de drenaje. En la parte de abajo hay un laboratorio de revelado y arriba, un despacho muy acogedor. Ahí es donde David y sus colegas de Cuarto Revelado organizan talleres de dibujo y fotografía.

“Creamos valor con nuestros proyectos”

La Carpa vienen a visitarla todo tipo de personas. Las escuelas de la zona vienen de excursión y los vecinos no tienen que desplazarse al centro de la ciudad para disfrutar de actividades culturales. “Lo que hacemos”, afirma Santiago, “es atacar directamente la figura del arquitecto”. En su opinión, los ciudadanos tienen derecho a diseñar y construir espacios urbanos, ya que son ellos los que pagan impuestos y utilizan esos espacios. “Si utilizamos espacios públicos abandonados, no estamos molestando a nadie. Cuando nos reunimos con las autoridades para negociar permisos, vamos todo tipo de personas: simples ciudadanos, abogados, arquitectos, hackers... Estamos en mejor posición que ellos porque estamos organizados. Y tenemos la razón de nuestro lado. Con nuestros proyectos creamos valor, ofrecemos educación mediante clases abiertas y contribuimos al desarrollo social y cultural de nuestra comunidad.” Pero parece que el ayuntamiento no está de acuerdo. A finales de marzo acaba el periodo de cesión de las tierras de La Carpa y existe el riesgo de que no se renueve. Miembros y simpatizantes de La Carpa ya se preparan para la resistencia. Y Santiago ya piensa en nuevos métodos de construcción autogestionada. “¿Y si le propusiéramos un acuerdo al ayuntamiento? Nosotros renovamos edificios públicos abandonados mediante procesos de construcción autogestionados, calculamos cuánto les habría costado esa obra contratando a una empresa comercial y, en vez de pagarnos, nos dejan usar el edificio durante un número determinado de años.” Mientras tanto, lo que van a hacer es repintar la araña para mostrarle a la gente que siguen trabajando en La Carpa y que no tienen ninguna intención de abandonarla.