La compañía como espacio privilegiado de investigación

Teaser spaltenfüllend El Conde de Torrefiel
© El Conde de Torrefiel

Entendemos por creación escénica emergente aquella que plantea una revisión coherente y profunda de los modelos estéticos anteriores. Pero, ¿hacia dónde camina la vanguardia escénica en España?

La actual escena emergente española es heredera de creadores ya reconocidos y consolidados como Rodrigo García, Angélica Liddell, Ana Vallés, Carlos Marqueríe o La Ribot, aunque reinterpretando y pervirtiendo el trabajo de sus mayores. Los jóvenes creadores no se sienten en deuda directa con el teatro español producido durante los años 80 y 90, sino que más bien afirman verse influidos por artistas de diversas disciplinas que les apasionan como espectadores: Roberto Bolaño, John Cassavetes, Heiner Goebbels, Santiago Sierra, David Foster Wallace, Thomas Bernhard, Louise Glück o Pier Paolo Pasolini. Pese al actual contexto de crisis económica, hallamos un nutrido grupo de colectivos que revisten un gran interés, como Sleepwalk Collective, Colectivo 96º, Los Corderos, Sr. Serrano o Macarena Recuerda. Nos centraremos en dos de las compañías más sólidas y con mayor proyección internacional: La Tristura y El Conde de Torrefiel, para intentar extraer unos rasgos comunes en todas ellas.
 

La palabra pública

La Tristura nace en Madrid en 2004. Formada por Violeta Gil, Itsaso Arana, Celso Giménez y Pablo Fidalgo, la compañía ha mostrado sus trabajos en espacios como La Casa Encendida (Madrid), el Festival BAD (Bilbao), Çena Contemporânea (Brasilia), Spielart Festival (Munich) o el Teatro Łaźnia Nowa (Cracovia). Su lenguaje se caracteriza por una poética cernida y lírica en la que las atmósferas y la musicalidad del texto son fundamentales para aproximarse a lo que ellos denominan como “el paisaje interior”. La palabra, en el ámbito de la esfera pública, suele emplearse como herramienta de poder. Pero La Tristura reivindica otro tipo de palabra pública que surge de la curiosidad por el otro, de la necesidad de un teatro como arte político que, tal y como afirma Juan Mayorga, nace para interrogar a los dioses y para convocar a la ciudadanía, a la “polis”.

Tras casi diez años de trabajo, ya es posible hablar de una evolución en el trabajo de esta compañía. A modo de camino de introspección, las piezas Años 90. Nacimos para ser estrellas (2008) y Actos de juventud (2010) reflexionan sobre la identidad personal y generacional. Pero en trabajos posteriores, este viaje se eleva a una intimidad grupal e incluso histórica. Materia prima (2011), resultado de un estudio sobre la herencia y la educación, trabajará con los mismos textos y acciones que en Actos de juventud; pero los intérpretes no serán los propios miembros de la compañía sino cuatro niños de 10 años que, mediante un emocionante juego de cambio de roles, aportarán nuevos significados al texto. Y será a raíz de su último trabajo, El sur de Europa. Días de amor difíciles (2013), cuando La Tristura comience a trabajar más intensamente con otros artistas con los que siente afinidad (como los creadores escénicos Chiara Bersani y Pablo Gisbert o el músico Abraham Boba). El montaje es casi un manifiesto sobre su idea de teatro como espacio de reunión y asamblea, de intercambio de discursos y experiencias íntimas y personales para lograr hablar sobre las relaciones humanas y las identidades. Una compleja intimidad pública que a través de un constante diálogo sobre el amor, el dolor y la herencia política recibida habla, casi sin querer, del país en el que viven.
 
 

Texto y distanciamiento

Pablo Gisbert y Tanya Beyeler son los creadores del proyecto artístico El Conde de Torrefiel. El colectivo comenzó su andadura en 2002, pero su trabajo se difunde mayoritariamente a raíz de La historia del rey vencido por el aburrimiento (2010). Desde entonces han estrenado una obra por temporada y su cuarta propuesta, La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento (2013), ha sido programada en el Festival de Otoño de Madrid tras su estreno en el Festival TNT y su paso por el Mercat de les Flors de Cataluña. Bajo el pretexto de la historia de dos amigas que van a pasar un fin de semana a la playa, la compañía propone dejar de lado una experiencia estética complaciente para dar paso a una forma más ambigua que establece una relación erótica entre aquello que se ve y lo que se cree ver. Al igual que La Tristura, el discurso de la compañía podría integrarse en las etiquetas de íntimo-político, complejo y cernido. Pero lirismo doloroso y lúcido de La Tristura se transforma en el Conde de Torrefiel en un irónico humor corrosivo y callejero que se recrea en lo grotesco, lo feo y lo macabro sin renunciar a una atmósfera alegre y kitsch, estéticamente cercana al cómic.

Ambas compañías comparten el interés por la proyección visual del texto y la audición de la voz en off. La palabra, usada como un dispositivo autónomo, cobra materia, es manejable y se convierte en una forma extraordinaria de “decir las cosas”. Esto permite que el espectador se distancie del texto y participe en el montaje en primera persona. El actor que aparece en escena se libera así del peso de ser el portador del discurso o lo hace a través de micrófonos, dedicándose casi exclusivamente al acto de “decir”; jugando con los tempos y los tonos como un elemento musical más. En la pieza Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento (2011), por ejemplo, se yuxtapone un partido de baloncesto con una serie de preguntas y respuestas en voz en off entre un hombre y una mujer. La conversación, que acaba versando sobre grandes temas como el amor, la política, el arte o la muerte, parece no mantener ningún vínculo con la acción que vemos en escena. Pero tanto el partido como la conversación están invisiblemente unidos por la idea de enfrentamiento, por las ganas de ganar la partida, bien sea jugando a baloncesto o defendiendo un discurso.
 

El espectador como protagonista

Otro rasgo definitorio del actual teatro emergente es el cuestionamiento de los elementos convencionales de la acción dramática (fábula, personajes y diálogos). Las secuencias y los textos se solapan y yuxtaponen; se contaminan de literatura, danza y artes visuales. La historia se ordena mediante asociaciones más libres y poéticas que las prescritas por el naturalismo y la lógica causa-efecto. Su lenguaje lírico y cuidado se disfraza bajo una apariencia de texto inacabado y de casualidad, con la pretensión de construir textos abiertos y sugerentes repletos de digresiones, aforismos, relatos o incluso canciones populares.

Este tupido entramado de disciplinas artísticas queda reflejado en estrechas colaboraciones entre colectivos teatrales muy diferentes en la forma y el contenido o con compañías de danza como La Veronal o Daniel Abreu. Las piezas de El Conde de Torrefiel, por ejemplo, muestran una clara composición coreográfica y se rigen por normas similares a las del lenguaje musical (ritmo, armonía y tiempo) en todos sus elementos escénicos; desde la iluminación al movimiento, pasando por el texto o el espacio sonoro. La Veronal, por su parte, siendo una compañía que destaca por su rigurosa técnica dancística, se deja contaminar por la dramaturgia de El Conde de Torrefiel para aunar la palabra y el movimiento en escena (el llamado “movimiento significado”). Por otro lado, La Tristura mantiene una vinculación estrecha con el artista visual Juan Rayos, que estrenará este año en la Cineteca de Madrid el documental Los primeros días, basado en el proceso de creación de Materia prima.
 


¿Hemos de renunciar a la ficcionalidad? ¿Es posible llevar a escena los grandes temas o sólo acciones concretas? Puede ser (o no) que el nuevo movimiento emergente nos hable de la insatisfacción de la sociedad contemporánea, del hombre “máquina de desear” que proclamaba Shopenhauer (un personaje de La chica de la agencia de viajes afirma que el amor y la política, los grandes temas del siglo XX, han mutado en el sexo y el dinero en el XXI). A través de una rítmica y medida lentitud, el escenario sirve para detener el tiempo Kronos -el tiempo del reloj, del antes y del después- para situarse en un tiempo Aión -el tiempo del placer y del deseo donde el reloj desaparece-. El espacio teatral se convierte en un instrumento de conocimiento que no busca mostrar generalidades ni especulaciones sino hechos efímeros o casuales dignos de ser expuestos.

Tanto el Conde de Torrefiel como La Tristura son agrupaciones que apuestan firmemente por la creación colectiva. A diferencia de los años 90, en los que predominó la figura del creador solitario y genial, ahora la compañía se plantea como un espacio privilegiado de investigación. El concepto de “outsider” es rechazado en la medida en que la etiqueta muchas veces se acompaña de falta visibilidad y de apoyo institucional. El teatro emergente español busca actuar en espacios de relevancia cultural y social, ser apoyado por el sector público y privado y es cosmopolita en sus miras, busca internacionalizarse. Cada creación es una parada en un camino repleto de hitos que, en conjunto, conforman una suerte de camino vital. Los colectivos ofrecerán diversos elementos para interpretar los textos y acciones, pero sin el intelecto y las herramientas cognitivas de cada espectador la pieza no existe. Será éste el que construya el hecho escénico cuando se cuestione lo que se le presenta en el escenario. Nos encontramos, por tanto, con un teatro accesible por esencia en el que no existe un código único que una minoría selecta tenga que aprehender y “descubrir”. Cada ciudadano será protagonista activo del encuentro y la celebración del hecho escénico.