Migración en Europa
Cultura de acogida y aislamiento

De norte a sur se viaja, de sur a norte se emigra: Europa está desequilibrada.
De norte a sur se viaja, de sur a norte se emigra: Europa está desequilibrada. | Foto: iStock

Al parecer la mitad de Europa emigra: polacos, rumanos, búlgaros… aunque también italianos y españoles, todos salen de su país, donde la tasa de desempleo es alta, el ánimo está empañado y la vida es dura. Muchos aterrizan en Alemania, muchos entre dos aguas.

Cuando se abordan opciones vitales y puestos de trabajo, las sociedades de muchos estados se encuentran jugando a un juego parecido al “Juego de las sillas”. En este juego, tras cada ronda se elimina un jugador y se retira una silla del círculo. En la vida real, y en los estados miembros de la Unión Europea, es peor aún porque son muchas más las personas que quedan fuera.

En las sociedades de los países del sur, igual que en los países del Este de Europa, los jóvenes disponen de demasiadas pocas posibilidades. Por ello, muchos de ellos, y a menudo personas con una buena formación, se marchan de su país a otro lugar en busca de mejores condiciones, más sillas, como por ejemplo a Alemania. No abandonan su país simplemente por ansias de aventura o por diversión. Lo cierto es que preferirían quedarse. Quieren estar al lado de su familia, de sus amigos, en su país, la lengua del cual hablan. Razón por la cual decenas de miles se movilizaron por las calles y ocuparon plazas de las metrópolis europeas. No querían ser la generación perdida, como se la juzga a la ligera. “No permitiremos que nos destierren”, coreaban los jóvenes indignados en Madrid, Barcelona y Sevilla.

Aún así, muchos ceden finalmente al destierro. Polacos, húngaros, rumanos y búlgaros, griegos, españoles, portugueses, también italianos… todos se van de su país, donde la tasa de desempleo es alta, el ánimo empañado y la vida dura.

En cambio, Alemania fue en el 2012 el segundo país del mundo hacia donde se prefiere emigrar. Con una cifra que ronda los 400.000 inmigrantes la República Federal Alemana se sitúa por detrás de Estados Unidos, la tierra de acogida elegida por más de un millón de personas, pero muy por delante de Reino Unido y Canadá.

Paraíso inmerecido

El gran atractivo de Alemania, dicho sea de paso, es el dinero. La migración del dinero precede a la migración de personas. A la sombra de los enormes fondos de rescate que se fijaron durante la crisis financiera, muchos pensaron aquí que Alemania era el pagador de Europa. Algunos creen que horrendas cantidades de dinero público han desfilado hacia los países del sur, y olvidan que no ha habido transferencia alguna de dinero sino que sencillamente se han otorgado garantías por falta de beneficios. Algo que no se ha hecho para ayudar a Grecia o España sino para garantizar los intereses por réditos de bancos del norte de Europa. Alemania devino el puerto seguro para el dinero europeo y se obtuvieron grandes beneficios, gracias a la crisis. No es casual que Wolfgang Schäuble presuma de un presupuesto equilibrado.

La Unión Europa es lo mejor que le ha pasado a Europa en sus largos años de historia. Un milagro. Al que se atribuyen la Carta Europea de Derechos Fundamentales, la Movilidad, derechos europeos fundamentales, así como el derecho de asilo y la protección frente desplazados, extraditados y expulsados. A este milagro le corresponde también la protección de personas que son perseguidas en su país de origen. La Unión Europea simboliza el fin de una guerra que ha durado casi mil años y donde casi se han enfrentado todos contra todos. Es un paraíso inmerecido para los pueblos de todo un continente.

Pero en estos momentos la ciudadanía ya no tiene tan claro por qué deberían querer Europa. Se les dice que Europa es la única capaz de actuar como un actor potente en el panorama internacional, pero esa potencia es algo que no perciben. La sensación, sobre todo en los países de la Europa del sur y del este es que los estados nacionales europeos pierden su hechura  sin que la UE la gane. Gana en cuanto a número, pero no en potencia. Eso tiene que cambiar.

Migración por gusto

Por ahora Europa es así: de norte a sur se viaja (de vacaciones, para descansar, relajarse, disfrutar). De sur a norte se emigra (para trabajar, poder existir). Mientras exista tal unidireccionalidad, con tales marchas opuestas, Europa no estará desequilibrada.

La migración europea no debería ser por necesidad, ninguna a la que vernos obligados cuando se quiere de algún modo sobrevivir. Los procesos migratorios en Europa deberían ser por gusto: emigrar no por la necesidad de subsistir sino para mejorar, para multiplicar las posibilidades vitales, y también porque a pesar de sentirnos griegos o italianos o polacos o rumanos, también nos sentimos europeos, porque Europa se ha convertido o llegue a convertirse en nuestra segunda patria. Sería fenomenal si las personas que decidieran salir de sus casas en Europa lo hicieran como Goethe hizo en 1786, cuando se trasladó a Italia con ganas de buscar una nueva orientación, dejarse inspirar por otros pueblos y lugares, seducir por gentes de otra nacionalidad.

De mientras, Alemania está experimentando lo que no ha querido ser durante mucho tiempo: ser un país de acogida. Principalmente porque la situación en los países europeos de la Europa del sur y del este no invita a los jóvenes a permanecer en ellos. Han pasado 25 años desde que la emigración hacia Alemania fue tan intensa como la actual; en aquel entonces quienes emigraban lo hacían predominantemente como refugiados, no porque buscaran trabajo. Hoy en día, más de tres cuartas partes de los inmigrantes proceden de la Unión Europea. No les interesa buscar asilo en Alemania; lo que quieren es un buen trabajo y una vida decente.

La retórica no es suficiente

Los países del sur de Europa son los principales proveedores de las distintas corrientes migratorias. Los estados de la UE en crisis pierden a jóvenes con una buena formación que emigran a otros mercados laborales. Eso conlleva una descongestión sobre los países en crisis, cuya presión sobre los mercados laborales en países del sur y del este se ve reducida, así como la presión sobre los sistemas sociales propios. Pero, por otro lado, cuando la economía vuelva a crecer estos países carecerán de todos estos jóvenes que gozan de una buena formación: ¿cómo van a crecer si les falta personal cualificado?

Una de las palabras preferidas en Alemania que guarda relación con la inmigración y la integración es “Cultura de acogida”. Es como si con el uso más común y entusiasta de esta palabra se absorbiera toda la miseria de los inmigrantes y los refugiados políticos de las últimas décadas, como si los terribles excesos que existieron (Rostock, Solingen, Hoyerswerda) cayeran en el olvido.

Por supuesto, la retórica no es suficiente… al menos no cuando esta retórica de la acogida y la bienvenida (tan presente en la agenda política del año 2014) es equipable al cebollino que decora una sopa de prejuicios y se contradice con eslóganes del tipo “Quien defrauda, se larga”. Hace tiempo que los estudios demuestran que el turismo social no es un hecho sino un mito.

Cuando leo los análisis exhaustivos y bien elaborados sobre el valor de la movilidad, me viene a la cabeza una imagen, una caricatura: refugiados cuya barca se ha hundido que avanzan desamparados a la deriva por el Mediterráneo. Un barco de salvamento se les acerca y alguien grita a los náufragos preguntando: ¿Algún especialista en IT o un ingeniero a bordo? Se trata de una imagen amarga de la realidad europea más allá de palabras bonitas y análisis. Independientemente de este conjunto de datos tan bien representados, la UE se está aislando. Un aislamiento que alcanza una potencia cruel en el Mediterráneo. Sea como sea, a medio plazo este aislamiento Frontex y Eurodac será incapaz de resistir la presión migratoria.

No a un continente de raíces superficiales

La Historia pone de manifiesto que cuándo y dónde haya motivos para emigrar, la gente emigrará; y precisamente en África y Asia sobran los motivos, muchos de ellos derivados de las políticas comerciales de los países industrializados. Mientras que la mantequilla europea siga siendo más barata en Marruecos que la mantequilla local, las aves de corral francesas cuesten menos en Nigeria que en Francia, mientras las  fábricas de pescado flotantes sigan pescando todo lo que se mueve, mientras todo eso suceda nadie debería sorprenderse del éxodo que tiene lugar en África. Las políticas de subvención de la UE son también políticas que inducen al éxodo. Se encarga de limpiar las manchas del chaleco de una unión portadora del Premio Nobel de la Paz. Frente a una política equivocada no hay muros nuevos ni campos de detención en las costas que ayuden.

La integración no exige mucho únicamente a quienes llegan nuevos, también a los ciudadanos que acogen. Nosotros, los ciudadanos hemos esperado y creído con mayor o menor exigencia en la integración, cuando hemos visto con claridad que muchos de los inmigrantes, a veces de Turquía, ya no iban a regresar a su país. Y hemos comprobado nuestra propia integración en el hecho de que ya comemos donen kebab.

No es una mera cuestión de tolerancia, hablamos de respeto mutuo. Me da la impresión de que se está generando cierta conciencia en cuanto a que la inmigración significa también un enriquecimiento cultural. La integración significa dar a quienes llegan una nueva patria, y la integración significa que quienes llegan nuevos encuentren una nueva patria. Europa no tendría que ser un continente de raíces superficiales. La flexibilidad y la movilidad no son un fin en sí mismo. El hombre necesita una patria incluso en momentos de huída. Es el sentido y el objetivo de la integración.
 
Poco antes de que falleciera pude hablar con el viejo y sabio cardenal vienés Franz König –en un momento en el que durante la campaña electoral austríaca se azotaban los ánimos en contra de extranjeros e inmigrantes. Dijo: “Tenemos tantas culturas distintas en nuestro territorio. Esta riqueza no hay que allanarlas, debería impregnar toda Europa.” En ocasiones un cardinal también puede tener toda la razón. Y así es. La riqueza de las lenguas, las culturas, las tradiciones, las religiones o las personas… tiene que integrarse en nuestra Alemania y en la Unión Europa. Eso es cultura de acogida.