Inteligencia artificial y creación artística
Fantasear con la pérdida de control
“¿El arte puede ser al mismo tiempo artificial e inteligente?”, una pregunta que encierra en sí misma una paradoja: la hipotética (según unos) o potencial (según otros) inteligencia de lo inanimado. La inteligencia, tal y como la entendemos hoy en día, es una facultad de los seres vivos, cuyo funcionamiento aún no alcanzamos a comprender del todo.
De Nathalie Bachand
La inteligencia humana aúna razón y emoción: la lógica y la creatividad, las expectativas, lo que aprendemos y la autoprecepción. La inteligencia humana constituye una suma compleja, que a día de hoy todavía no podemos reducir al perfeccionamiento de unas ecuaciones algorítmicas.
Y da igual si se pone en tela de juicio la inteligencia de lo inerte de forma hipotética o potencial, porque en cualquier caso es objeto de constantes investigaciones. Lo que no vive es en esencia inanimado: algo material, un objeto, fruto de la construcción o ya en ruinas, ¿un código? Si se contempla como un puro producto informático, la información se encuentra en tránsito permanente desde un punto A a otro B, o C o Z. Y aunque es cierto que no podemos decir que el código está vivo, tampoco podemos considerarlo inerte del todo como cualquier material. Se trata de un objeto de comunicación, artificial, carente de potencial intrínseco evolutivo. Sin embargo, hoy en día sabemos que es posible “alimentar” dicho código para dotarle de autonomía, y combinarlo con neurociencia computacional y lógica matemática con el fin de programar máquinas vivientes. Con ayuda de un código, se puede programar códigos independientes del mismo programa que los genera: ¿se puede considerar un gólem digital semejante inteligente o no?
función de Transferencia
El arte, a menudo artificial, suele ser concebido para que una inteligencia ajena a sí mismo lo perciba. Según la complejidad del "objeto” que se nos muestre, lo contemplaremos de diferente ángulo, analizaremos sus componentes, y lo veremos en sí mismo como una unidad perfecta. Algunas obras, sin embargo, muestran formas más fluidas que dificultan su comprensión por su caracter huidizo e imprevisible. En su obra Through the Haze Of A Machine’s Mind We May Glimpse Our Collective Imaginations (Blade Runner) (2017) el artista canadiense radicado en Vancouver, Ben Bogart, reordenó los píxeles y las pistas sonoras de la banda sonora original de la película Blade Runner. El resultado, la película reorganizada por un mapa autoorganizado (Self-Organizing Maps), escapa a nuestra comprensión, así como el proceso que subyace: a pesar de que la máquina actúa según una base de similitudes cromáticas y espectrales, es decir, parte de una lógica relativa, improvisa de tal manera que, en vez de cumplir las expectativas, renueva constantemente la propuesta visual resultante. Al contemplar la obra lo que vemos es la mirada de la máquina en plena faena. Una mirada ciega, sin intención alguna. Por eso, la estructura de la película carece de toda lógica narrativa y ofrece al observador una vivencia fílmica contraintuitiva. Los datos de los que se compone la obra escapan a nuestro entendimiento y parecen cumplir la demanda de otro tipo de inteligencia. Para lograrlo, el artista tuvo que aplicar la función de transferencia.Se podría argumentar que la inteligencia de una máquina elude nuestro criterio habitual, pero ella no tiene nada que ver: en un primer momento fuimos nosotros quienes lo quisimos así. Para que una máquina pueda generar un patrón aleatorio –según nuestro parecer, un producto característico de su naturaleza– primero tuvo que haber alguien que lo quisiera y que fuera capaz de concebirlo. Después fue necesario programar la máquina y poner en funcionamiento el programa informático. El movimiento dadaísta, situacionista y William S. Burroughs ya demostraron la función de transferencia. Entre los precursores de la creación artística con ayuda de un ordenador encontramos métodos analógicos como el del cut-up, la teoría de la deriva de nataruleza psicogeográfica y otros procedimientos de recombinación. Desde el año 2000 se han creado muchas obras de este tipo, a menudo solo en la red, cuya materia prima (por regla general de tipo textual), indescifrable y embellecida por la pátina del tiempo, proviene de una máquina. Como, por ejemplo, en EveryLetterCyborg V1.2 (2017-2018), obra de la artista china Xuan Ye, que actualmente vive en Toronto. Se trata de una combinación entre instalación interactiva y Twitterbot, que consiste en deconstruir por completo un texto ya existente. En este caso, el texto de Donna Haraway A Cyborg Manifesto (1984) fue “recreado” gracias a un algoritmo basado en un método compositivo poético aleatorio usado por el escritor Jackson Mac Low en los años sesenta. Cada letra del manifiesto da comienzo a una nueva palabra, según un principio aleatorio que actúa sobre la base de datos de un diccionario en línea, que además no prosiguen el orden establecido según las reglas sintácticas habituales. Dichas letras se convierten a su vez en un cyborg, un micro-gólem informático, que crea a tiempo real un híbrido digital de la obra literaria original, y no solo en el mundo físico sino también en Twitter.
la materia prima nunca es neutra
De modo similar, la instalación This Is Major Tom To Ground Control (2012) de Véronique Béland, una artista de Quebec que vive en Francia, se sirve de un generador automático de textos aleatorios. Dicho generador se activa con la recepción y el análisis de las ondas de radio provenientes de los radiotelescopios del Observatorio de París. Luego una voz sintética lee el texto resultante, que muestra distintos grados de coherencia, en tiempo real. Estos “mensajes del universo” creados de forma continua se imprimen a todas horas y una vez al día se encuadernan en forma de libro para “establecer un archivo infinito de mensajes cósmicos”. La pregunta que subyace a este proyecto no tiene que ver necesariamente con quién creó la obra sino qué crea o genera la misma. La materia prima nunca resulta neutra en la creación de una obra, en un primer momento ya informa al artista de su potencial, del tipo de dirección que puede tomar, así como del sello que deja. Puede que con nuestro permiso los algoritmos y los datos escapen a nuestro control, pero el carácter de la materia prima en un proceso creativo nunca. Entonces, ¿la materia prima es cocreadora de la obra?Alimentar la máquina con material humano
En octubre de 2018, Christie´s subastó la primera obra de arte realizada con ayuda de la inteligencia artificial. Creada por el colectivo parisino Obvious y titulada Portrait of Edmond Belamy (2018), parece una acuarela del siglo pasado y su valor oscila entre 7.000 y 10.000 euros. Dejando de lado el valor económico, y el hecho de que la obra “imita” el arte tradicional y que el futuro propietario no encontrará rastro alguno de un código, lllama la atención que la obra no esté firmada con el nombre del colectivo artístico, sino con la ecuación matemática del algoritmo que generó la obra. De esta manera, el colectivo autoriza a la inteligencia artificial como parte cocreadora de la obra. Pero tan solo se trata de un acto simbólico; en términos legales, la autoría sigue siendo de la persona de carne y hueso que la creó, o por lo menos así sigue siendo a día de hoy.Por lo visto, las máquinas también son capaces de crear contenidos que nos “satisfagan”, aun sin voluntad propia ni intención alguna. Para que logren hablar consigo mismas de forma aún más convincente, tan solo hay que alimentarlas con material humano. La serie Ossuaires (2018) del franco-canadiense Grégory Chatonsky es una especie de híbrido entre cyborg y caníbal. Se basa en cientos de archivos 3D de huesos humanos y no humanos almacenados en una red de neuronas artificiales, del que el ordenador se "nutre" para crear nuevos huesos. El resultado es espectacular, una especie de realidad fantástica con su lado oscuro al estilo de Cronenberg: la máquina duda a la hora de reconocer y de diferenciar, y termina generando algo que resulta familiar, una similitud sin duda particular. Lo que inquieta de esta propuesta es la posibilidad de ampliar el inconsciente humano gracias a un código informático. Pasar de un mundo a otro gracias a los RGAs (Generative Adversarial Networks, según Wikipedia, una clase de algoritmos que se utilizan en el aprendizaje no supervisado) y a otros algoritmos de aprendizaje automático (el paso de lo analógico al digital y luego regresar a lo analógico) deja huellas. Igual que las imágenes sorprendentes que nos dejan los sueños nocturnos al despertar por la mañana, la inteligencia artificial que “sueña” con el arte no precisa de inteligencia para infiltrarse en nuestra imaginación y transformar nuestra mirada. Basta con iniciar el programa correcto y no cerrar los ojos cuando ocurre lo inimaginable.
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