Acceso rápido:

Ir directamente al segundo nivel de navegación (Alt 3) Ir directamente al primer nivel de navegación (Alt 2)

Integrado... Francamente
Integración con podadora

Podadora en una superficie de césped
¿Cuánta furia puede desencadenar una podadora? | Foto (Detalle): Frank May © picturealliance

Dominic Otiang’a es oriundo de Kenia. Antes de mudarse a Alemania, estaba seguro de que no sufriría ningún choque cultural. Luego debió cambiar de opinión.

De Dominic Otiang'a

Mi nombre es Dominic Owuor Otiang’a. Me gusta decir que soy – en inglés – novelist. En alemán, eso se dice “autor de novelas”, pero la designación no es tan precisa como el concepto en inglés. Por ahora vivo en Stuttgart, pero originalmente vengo de Kenia, de la tribu de los luo, para ser exactos.

Estaba bien ser parte de una minoría

Nací en la ciudad de Busia, que está en Kenia. Mi lengua materna, dholuo, no se hablaba ahí. Los nativos en Busia hablaban samia y hayo, dialectos de una lengua bantú llamada luhyia. Éstos tienen tanto en común con mi lengua materna como el alemán con el finlandés. En otras palabras, yo pertenecía a una minoría. Y eso, en una región que estaba sólo a 30 km de mi ciudad natal y que formaba parte del mismo país. La mayor parte de mis años de escuela preparatoria los pasé en un internado en una ciudad llamada Bungoma. Ahí se hablaba bukusu, un dialecto de la lengua luhyia, que se diferencia tanto de mis dialectos nativos como el alemán del neerlandés. También ahí era yo parte de una minoría: en toda la escuela había sólo dos alumnos que hablaban dholuo. Todos sabían nuestros nombres y de dónde veníamos. Y eso estaba bien, simplemente éramos la minoría más pequeña.

Una nueva identidad como inmigrante

Después de la preparatoria me subí a un avión en dirección a Alemania. También aquí pertenecía yo a una minoría, esa condición ya la conocía. Sin embargo, mi estatus de minoría de pronto tenía repercusiones legales y definía mi estatus social: de repente ya no sólo era miembro de una minoría, sino un inmigrante, un extranjero, y – por primera vez desde que nací – estuve consciente de ser negro.
 
Yo no tenía absolutamente ninguna relación emocional con ese hecho. A fin de cuentas, se trataba de una identidad nueva por completo, en la que – ya siendo un adulto – me vi inmerso de manera repentina. De pronto mi identidad luo ya no contaba. Rechazar esa nueva identidad hubiera sido una autonegación. Aceptarla significaría estar orgulloso de quien soy. Entonces, en un principio me decidí a considerarla como una identidad política, en vez de aceptarla del todo.

La lección

Quien ese entonces pensara que iba yo a padecer un choque cultural en Alemania no puede pertenecer a la generación digital, creía. Pensaba: mis congéneres pudieron investigar la luna antes del alunizaje. Entonces, debería ser más fácil para mí aprender algo sobre Alemania antes de subirme al avión que me llevaría a Frankfurt. Había hecho mi tarea de forma más que diligente y pensaba que sólo la gente que no se preparaba para el encuentro con otros países era la que tenía problemas. ¿Tuve razón. La tuve. Eso sí, sólo hasta el domingo en el que mis compañeros de piso salieron corriendo de la casa gritando a voz en cuello que apagara de inmediato la estruendosa podadora. Para mí fue un shock, y una situación vergonzosa. Pero también me asustó la velocidad a la que llevé el ruidoso objeto de regreso al garaje y me senté lo más rápido que pude otra vez en la banca del jardín como si no hubiera pasado nada… Para poder contemplar con toda calma cómo los vecinos salían disparados de sus casas, enfurecidos por el ruido de la podadora. Gracias a esa lección aprendí de una vez y para siempre que el domingo es día de descanso, sea que vaya uno a la iglesia o no.

Abrirse a los otros

Igual que la mayoría de las personas que tratan de instalarse en un país extranjero, los primeros meses estuve ocupado descubriendo todo, comparando, aprendiendo cosas nuevas. Debo confesar que mi perspectiva hasta entonces había sido claramente afrocentrista, y he de decir que en la misma medida en que otros tienen una visión eurocentrista de las cosas. Los mejores momentos fueron aquéllos en los que empezamos a abrirnos unos frente a otros. Poco a poco nos fuimos explicando nuestros puntos de vista, ocasionalmente permitíamos que chocaran, y al final ampliamos así nuestros horizontes. Renunciamos a algunas opiniones y posturas y adoptamos otras nuevas. Entre más tiempo me quedaba en Alemania, más familiar me era todo. A pesar de que muchos son alemanes blancos de nacimiento, muchos me recuerdan a amigos y vecinos de mi patria en Kenia.
 

“...a las claras”

En nuestra serie de columnas “… a las claras” escribirán, alternándose semanalmente, Maximilian Buddenbohm, Qin Liwen, Dominic Otiang’a y Gerasimos Bekas. En “Sociable... a las claras” Maximilian Buddenbohm informará sobre el gran todo, o sea la sociedad, y sus unidades mínimas: la familia, las amistades, las relaciones personales.

Top