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Juli Zeh
“Siempre existe una alternativa”

Una especie de rara flor o insecto elaborada con una rama seca, un fruto, alfileres e hilo de color. Inquieta.
Foto: Pedro Hamdan

Juli Zeh, escritora alemana y jueza del Tribunal Constitucional, habla sobre el rastreo de teléfonos móviles, los denunciantes y la política del miedo.

De Jan Heidtmann

Juli Zeh, de 45 años, es una de las autoras más comprometidas políticamente de su generación. En la campaña electoral alemana del año 2005, apoyó la coalición entre los partidos socialdemócrata y verde; en 2017 se unió al partido socialdemócrata SPD. El año pasado, Zeh, que también es abogada, fue nombrada jueza honorífica del Tribunal Constitucional de Brandenburgo.

Hace diez años, usted escribió la novela “Corpus Delicti”, que trata de un Estado en el que se limitan las libertades civiles esenciales en aras de la salud. ¿Diría que actualmente también somos testigos de una dictadura pro higiénica, aunque sea solo temporalmente?

En estos momentos se coartan los derechos fundamentales de los ciudadanos sin una base jurídica, de eso no cabe duda, pero de ahí a hablar de una dictadura... Cuando apremia el tiempo y además se requieren medidas urgentes, a veces no resulta tan fácil ajustarse al reglamento para el ejercicio de la democrácia. 

¿Pero esa urgencia temporal justifica la invalidación de la democracia?

No. Incluso en tiempos de crisis, la política democrática no debe seguir las pautas marcadas por un ente individual ni venir con la excusa de que como la situación se descontrola hay que coartar los derechos civiles. Cuando pase la crisis, habrá que tratar muchos temas pendientes.

En su novela, la salud llega a ser un principio constitucional. La población está obligada a cuidar y preservar su cuerpo, y quien infrinja la norma tan solo merece el castigo. Encuentra alguna similitud con la situación actual.

En todo caso, la táctica de castigo, y resulta preocupante. Básicamente, se trata de intimidar a la población con la esperanza de que cumplan las normas de actuación en caso de emergencia. El aviso viene a decir: Si no hacéis lo que se exige, la culpa de que el virus se siga propagando será vuestra, y la gran cantidad de muertes en los grupos de riesgo caerá sobre vuestras conciencias.  Muchas personas reaccionarán con terquedad y opondrán resistencia; otras se sentirán intimidadas y adoptarán una actitud regresiva. Ambas posturas envenenan el estado de ánimo de una sociedad. En mi opinión, presionar a los ciudadanos con sentimientos de culpa denota fracaso político.

Las condiciones que imperan actualmente son sin duda distintas a las de su novela: debido al coronavirus, hay vidas humanas en juego y las restricciones solo serán temporales. Pero en realidad son un puñado de médicos quienes determinan la política a día de hoy, también en Alemania, en donde la ley que regula el tratamiento de las infecciones juega un papel decisivo en la actuación política, ¿le parece legítimo?

La constitución alemana exige la más leve de las actuaciones, si se han de interferir los derechos fundamentales. Incluso cuando se trata de evitar un peligro no vale el principio de “más ayuda más”, sino: “solo lo justo y necesario y lo menos posible”. De lo contrario, perdemos cualquier relación de proporcionalidad y, según el caso, da lugar a que una medida llegue a considerarse anticonstitucional. Este asunto requeriría una seria discusión a cerca de qué procedimientos realmente tienen sentido y cuáles son los más leves entre ellos. Sin duda, sería de gran ayuda si en dicha discusión participase un discurso con base científica de todas las especialidades médicas reunidas, por ejemplo, en una comisión elegida ad-hoc. En vez de eso, se llama a distintos expertos prominentes para que cada cual dé su parecer, y se permite una mayor cobertura informativa que maneje al público y la política a sus anchas. Se puede entablar un discurso serio, aun a falta de tiempo, no tiene por qué eternizarse durante meses. Una democracia puede y debe permitírselo. Simplemente con aclarar primero los hechos, en la medida de lo posible, y hacerlos públicos, se contribuye a alcanzar mayor claridad objetiva y a mejorar la toma de decisiones, al tiempo que ganamos transparencia y, por ende, legitimidad democrática.

La política expone su actuación como la única alternativa, cualquier duda se resuelve haciendo referencia a los muertos en Italia, España o incluso aquí, en Alemania. Sin embargo, se echa en falta un escenario de riesgo real y válido. ¿Es así como se tiene que hacer la política?

“No hay alternativa” es otra manera de decir, “¡no hay peros que valgan!” y, por lo tanto, se trata de un concepto absolutamente antidemocrático. Siempre existe una alternativa, y nuestra constitución nos exige que consideremos las diferentes opciones. En el caso del Covid-19, la gran mayoría de los expertos coinciden en que se tiene que alcanzar la "inmunidad colectiva" (también llamada de manada o rebaño), y eso significa  que al menos un 60 o 70 por ciento de la población debe pasar el virus para superar la pandemia. En este caso, una alternativa de actuación sensata habría sido adoptar medidas según la estratificación de riesgo, es decir, mientras se protege de forma dirigida y óptima a los grupos de riesgo, se permite que el resto de la población se vaya inmunizando. No soy quién para decidir qué alternativa es mejor que otra, no soy una experta, pero echo en falta un debate multidisciplinar y comprensible para la población que evalúe las distintas alternativas.

Entre los políticos, hay quien compite por ser el más restrictivo, como si siguiese vigente el lema del abogado de Constitucional Carl Schmitt: “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”.

A mí, sinceramente, me molesta la falta de carácter de muchos políticos en momentos tan difíciles. Y bien es cierto que no creo que sea la sed de poder el motivo que mueve a los políticos alemanes . Más bien, me parece que tienen miedo de que luego se les eche en cara que no han hecho lo suficiente. Por eso, prefieren competir entre ellos, a ver quién propone la regulación más draconiana, mientras juegan a ser el líder más fuerte y así  apuntarse un tanto. Aunque, según mi opinión, solo consigan trasmitir atolondramiento en vez de dar una imagen de fuerza. Como si se sintiesen en posición de poder y deber tirar por la borda lo que hasta ahora era válido, solo porque no saben qué sería lo correcto. Que yo sepa, en Alemania no se ha atacado de forma directa la validez de nuestra constitución con el pretexto de gestionar la crisis, pero sí que experimentamos una especie de desprecio confuso frente a la constitución, que considero igual de grave.

Según la terminología que utilizan ciertos políticos, parece que estamos en “guerra”, una actitud que facilita justificar la restricción de libertades civiles, que hasta hace un mes eran impensables. ¿Puede entender que haya gente que se oponga?

El discurso y el procedimiento hasta ahora vigentes, nos coloca como ciudadanos en una posición realmente difícil. La mayoría está de acuerdo en que es necesario combatir el virus. Entonces se trata de mostrar sentido común y solidaridad con los grupos de riesgo, y no de boicotear la manera de proceder común. Pero como mucho de lo que acontece también resulta ilógico, precipitado y antidemocrático, a más de uno le gustaría rebelarse. El problema surge cuando te dicen que, si no juegas según sus reglas, eres culpable de las posibles víctimas, un dilema innecesario que solo sirve para angustiar a las personas, una forma artificial de contraponer los derechos humanos con vidas humanas. Si en vez de apostar por un escenario de castigo, se hubiese confiado en que una estrategia comprensible y lógica apelaría la comprensión ciudadana, el consenso habría sido mucho más alto y de verad afín al sentir ciudadano.

Con la actual crisis del coronavirus llegó la hora del poder ejecutivo, el control parlamentario se encuentra paralizado parcialmente, la oposición apenas tiene algo que decir y el derecho de reunión queda anulado temporalmente. ¿Cuánto tiempo puede resistir un sistema político semejante situación sin sufrir daños?

Quién sabe. Aunque creo que nuestra democracia es mucho más estable de lo que a veces se piensa. Es capaz de soportar lo indecible y de recuperarse incluso tras sufrir una conmoción. Por eso, me resisto a perder la esperanza de que, una vez que la epidemia afloje, recuperemos nuestra cotidianidad democrática. Me asusta, sin embargo, nuestra falta de capacidad como sociedad democrática para afrontar situaciones de crisis, nuestra rápida disposición para tomar decisiones nacidas del miedo, la forma irreflexiva de actuar de nuestros gobernantes, que prefieren responsabilizar a unos “expertos” en vez de actuar con sensatez en nombre de la democracia. Con el debido respeto y sin restar importancia al Covid-19, es posible que sobrevengan peores pandemias y otras catástrofes, ¿cómo actuaremos entonces?

Actualmente, el rastreo de los teléfonos móviles se encuentra en debate. Aunque se asegure que será de carácter facultativo, ¿no se trataría de una intromisión masiva en la protección de datos, una cuestión por la que se ha luchado durante décadas?

¿De carácter facultativo? No sé yo... En el momento en que se sugiere a la población que facilite los datos de su teléfono móvil, si no quieren cargar con la vida de innumerables pacientes de riesgo sobre sus conciencias, es posible que haya gente lo haga, aunque no quiera ni por asomo hacerlo.

¿Es entonces el rastreo de móviles la prueba de hasta dónde es capaz de llegar la política en tiempos del coronavirus?

En cualquier caso, dicho rastreo ha generado el primer debate público positivo, desde que comenzó la crisis: examina una medida prevista de forma crítica y desde todas las perspectivas. De hecho, hemos de agradecer a los pro defensa de la protección de datos que al final no se haya incluido el rastreo de teléfonos móviles en la ley alemana de regulación de infecciones. Me resulta sorprendente, sin embargo, que a la gente le resulte más importante su teléfono móvil que la libertad de movimiento o la enseñanza obligatoria de sus hijos. A pesar de todo, me alegro de que por fin algo suscite controversia. 

Alemania no es Hungría, donde su primer ministro Viktor Orbán explota la crisis del coronavirus para asegurarse un regimen dictatorial. En Alemania se trata de combatir el virus. Aún así, la población se ve obligada en cierta manera a confiar ciegamente en los políticos, ¿durará mucho tiempo esta situación?

Me temo que los políticos no pueden cambiar de forma de actuación, hasta que el virus sea neutralizado y la situación mejore notablemente. Perderían credibilidad y mucha. Además, sería como reducir a un gran absurdo, las víctimas que se ha cobrado el virus y las restricciones que hemos vivido hasta ahora. Es decir, hasta nuevo aviso, nuestra democracia depende de la curva que en los gráficos indica la velocidad de propagación del virus. Un aplanamiento de la curva significará que nos podemos permitir de nuevo la reflexión y ser más democráticos.

Es sorprendente observar en qué medida la población secunda las restricciones. Un político como Markus Söder, particularmente restrictivo, consigue mayor aprobación, ¿tiene que ver con la clase o posición social? ¿Qué nos cuenta?

Habla sobre todo del miedo cuando es masivo, de cómo funciona. Y no se trata de una novedad, sabemos por experiencia el peligro que encierran los mecanismos del miedo. Razón más que suficiente para solicitar responsabilidad política y medidas consecuentes, que nunca se sirvan del miedo como herramienta. Por degracia, sucede justo lo contrario desde hace décadas, no tiene que ver con el coronavirus. En vez de marcarnos metas para el futuro llenos de esperanza, parece que desde el cambio de siglo se ha convertido casi en tradición proclamar una apocalipsis tras otra, en aras de la economía de la atención o para asegurar ventajas políticas. Cada corriente política presenta su particular escenario apocalíptico, que a su vez utiliza de propaganda. La excitabilidad masiva de la sociedad aumenta, a la par que la depresión y la neurosis. Urge volver a la objetividad, es sumamente importante tratar a la población como ciudadanos adultos, no como niños discapacitados. En cierto momento, el miedo se torna en agresión y, entonces, vete tú a saber contra quién o qué estalla.

Hay ciudadanos que parecen competir por ver quién denuncia más infracciones contra las medidas de seguridad del coronavirus.


Normal. Si a un estado de ánimo moralizante le sumas un gobierno que solo se expresa con decretos, obtienes el caldo de cultivo perfecto para que proliferen las denuncias. Vamos, así no se fomenta la paz social. Por fortuna, también hay un gran número de personas, a mi parecer la mayoría, que mantienen la calma y afrontan la situación pragmática y razonablemente.

Su novela “Corpus Delicti” también trata de cómo ciertos “elementos dictatoriales” minan de forma imperceptible la sociedad. ¿Cree que la crisis del coronavirus también dejará su huella en nuestra sociedad?

A diferencia de la gran mayoría, no creo que el Covid-19 cambie por completo nuestro mundo ni que después nada sea como antes. Más bien creo que semejante crisis solo puede reforzar las tendencias ya existentes. La nostalgia generalizada por las formas autoritarias de gobierno viene de antes. Ahora mismo impera el hastío democrático y el desencanto político, también aquí en Alemania. Así que, desde un punto de vista pesimista, solo quedaría esperar que el coronavirus intensificase dichas tendencias. Si optásemos por el optimismo, siempre nos quedaría la esperanza de que la crisis nos recuerde la importancia de votar una política democrática y sosegada, y de hacer todo lo posible para subsanar la escisión entre clase política y población.

Este texto se publicó por primera vez en el diario alemán Süddeutsche Zeitung el 4 de abril de 2020.
 

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