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La autoescenificación en redes sociales
La política como escenario

Con el teléfono móvil, la clase política lleva siempre consigo un escenario visible desde el espacio público
Con el teléfono móvil, la clase política lleva siempre consigo un escenario visible desde el espacio público | Foto (detalle): © picture alliance/POP-EYE

La política siempre se ha desarrollado en escenarios: tanto en las asambleas populares de la Antigüedad, como en los debates parlamentarios actuales, los políticos hacen una representación ante el electorado. Las redes sociales no solo han hecho más grande ese escenario, sino que también lo han transformado.

De Martin Fuchs

Ya cuando la democracia estaba naciendo en la Grecia antigua, la política se desarrollaba en el espacio público. Las asambleas populares de Atenas se celebraron en el ágora, después en el teatro de Dioniso y en el Pnyx. En ellas podían pedir la palabra y expresar su opinión todos los ciudadanos con derecho a voto. Se usaba, por supuesto, tribuna de oradores, tal como se sigue usando hoy en los parlamentos. La política vive del y en el escenario en que se desarrolla. 
 
Con las redes sociales, dicho escenario ha multiplicado su tamaño. En teoría, ahora el mundo entero, mediante unos cuantos clics, puede estar presente cada vez que los políticos buscan la cercanía del electorado a través de Twitter, YouTube o Instagram. Ahora tienen, por esta vía, un escenario propio, dotado de visibilidad y alcance enormes. Y otra cosa más ha cambiado esencialmente: si antes de la época de las redes sociales los políticos se limitaban a ser protagonistas en dicho escenario, hoy desempeñan también para sí mismos las funciones de editor, productor, director, autor dramático y actor, todo en una sola persona. Y si, como tantas parlamentarias y parlamentarios alemanes, no tienen equipo propio de comunicación digital, les competen asimismo las tareas de cámara, sonido, caracterización y atrezo. 

La política vive de escenificar 

Todo cuanto percibimos en la comunicación política está escenificado de una u otra manera. Una escenificación lograda no es algo que, en el mejor de los casos, lleguen a percibir la ciudadana o ciudadano, por el motivo de que aparece con carácter de autenticidad. Lo mismo se aplica –y en un grado particular– a las redes sociales, en los que los políticos gustan de presentarse con especial cercanía, incluso revelando algún que otro detalle personal. Es una forma de (auto)representación que encuentra decididamente eco entre la ciudadanía. El distinto alcance que pueden obtener las historias de Instagram bien hechas no llega aún al de un telediario, pero sí supera el de muchos otros formatos en los que se había desarrollado hasta hoy la política. 
 
Las posibilidades del escenario digital han hecho la política y la comunicación política más entretenidas, más fáciles de entender y más accesibles. Los contenidos, en cualquier caso, tampoco tienen por qué ser aquí de ninguna manera más superficiales; de hecho es frecuente que se discuta sobre temas políticos de actualidad. Para muchas personas pertenecientes a la clase política, pero no en su primera fila, los medios sociales son, junto con eventos que ellos mismos organicen, su única posibilidad de darse a conocer fuera del propio círculo de sus compañeras y compañeros.

No todos están a la altura de lo exigido

Pero los nuevos formatos mediáticos y sus posibilidades han intensificado también enormemente las exigencias planteadas a los políticos. Igual sucede con las capacidades que no tienen más remedio que poseer si quieren explicar con eficacia su política y lograr notoriedad dentro del debate democrático. Por más que las posibilidades de representación sean ahora mayores, más multicolores y, supuestamente, más sencillas, el hecho es que presentarse a sí misma en estos escenarios digitales tan económicos exige de la persona, sin embargo, además de tiempo, también un cierto don para exhibirse ante los demás.
 
Como es natural, producir teatralmente cada día la propia actuación política es algo que deja rastro. Desde que cualquier persona dedicada a la política lleva en el bolsillo del pantalón un teatro en forma de teléfono móvil, muchas de ellas pueden sentir la presión de tener que estar siempre presentes en las redes sociales oportunas. Para cualquier tema candente del momento en Internet habrá que enviar un comentario, y mejor si se hace antes que nadie, para que quede así cierta constancia entre tanta diversidad de contenidos. La sobreoferta informativa lleva a que los políticos agudicen más sus puntos de vista, subrayen las diferencias y prescindan de argumentar. Sus declaraciones han de mostrar la mayor originalidad y novedad posible si pretenden sobresalir de entre la cacofonía de mensajes. Y entonces vienen los errores: valoran informaciones equivocadamente, o envían a la red reacciones atropelladas en las que han pensado poco. La sensación que produce todo ello es que, desde que los medios sociales han penetrado en los canales de comunicación política, hay en conjunto menos reflexión antes de difundir mensajes. 

También tiene que adaptarse el público

Como sociedad, tenemos que aprender a ser más tolerantes con los errores que la clase política cometa en el medio digital, y a no dejarnos llevar por oleadas de indignación, aniquilando al instante cuanto nos disguste o no coincida con nuestra opinión. 
 
La cuestión afecta también en lo esencial al modo de representación de la política en conjunto, algo que ya estaba ahí desde antes de las redes sociales: el vídeo, el vídeo en directo y los formatos de audio conceden ventaja a los políticos más telegénicos, que saben hablar con más agudeza y han optimizado su autorrepresentación. Lo cual no significa, en todo caso, que sus argumentos sean mejores o tengan más peso dentro del debate. Las ideas expuestas de modo retórico o con una dramaturgia aburrida deberían disfrutar también la oportunidad de ser escuchadas y difundidas por vía digital. 

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