Entre el fuego y la apatía
las relaciones hispano-alemanas a comienzos del siglo XX

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La cañonera alemana “Panther” estuvo cerca de provocar en 1911 el estallido de la Primera Guerra Mundial. | Foto: © CC, The Frankes.com

Hubo épocas en las que se ignoraron muy cordialmente. Y hubo épocas en las que se apuntaban mutuamente con los cañones. Entre 1900 y 1937, España y Alemania vivieron una montaña rusa en sus relaciones mutuas.

Las fauces desencajadas dejan ver los dientes. La yegua se viene abajo agonizante. En torno de ella, miembros seccionados, armas rotas, mujeres que gritan. Así pintó Pablo Picasso lo que sintió aquel día de verano. Líneas duras, proporciones distorsionadas. Y un toro que mira como si nada le afectara, con el rabo levantado verticalmente y en llamas. En el lienzo sigue brillando hoy en negro y gris aquel día húmedo, el más tenebroso de la historia hispano-germana: es el 26 de abril de 1937. Guernica arde. El ejército alemán arroja fuego desde el cielo. El fascismo está intentando hacerse con el poder en España. La Alemania nazi ayuda en lo que puede. Aporta bombas incendiarias y soldados.

Una potencia mundial en retirada

Ahora bien, hasta esa fecha las relaciones hispano-alemanas habían sido pacíficas por mucho tiempo. Hubo disputas. Hubo reconciliaciones. Y hubo veces en que ambas evitaban cruzarse en el camino de la otra. En el aspecto económico, tampoco había demasiados puntos de unión entre Alemania y España a principios del siglo XX. La economía española se orientaba a las colonias americanas. Su principal socio comercial en Europa era Francia. Alemania, ciertamente, pasaba por ser un país moderno, con una organización social jerárquica y un eficiente Estado funcionarial que muchos consideraban modélicos. Pero España, y no sin razón, tenía uno de los movimientos anarquistas más fuertes de Europa. La ética protestante del trabajo del noreste continental era algo visto con mucho recelo. En España la sociedad tenía un marcado carácter agrícola, era católica y conservadora. Alemania se industrializaba y se hacía más urbana a ojos vistas. España era una potencia mundial en retirada; Alemania soñaba con encontrar "un lugar bajo el sol".

Cuando España vivió El desastre de 1988 en su guerra de unos pocos meses con EE.UU., perdiendo con ello sus últimas colonias ultramarinas importantes (Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas), el departamento de exteriores alemán intuyó la oportunidad que se presentaba. 23 años antes se había enfrentado ya con España en la llamada "Crisis de las Carolinas" por la posesión de unas islas del Pacífico situadas al este de Filipinas, aunque al final Alemania consiguió poca cosa en virtud del arbitraje del Papa León XIII. Pero ahora, en cambio, la ocasión parecía propicia. También Bélgica estaba interesada en conseguir un tratado de ocupación, pero se la expulsó de la competición sin la menor misericordia. Y así, por 25 millones de pesetas (cerca de 16,7 millones de marcos), las Carolinas, las Marianas y Palaos quedaron incorporadas al imperio colonial alemán. En cualquier caso, y pese a lo poco amistoso de este contacto, las relaciones hispano-alemanas siguieron siendo como habían sido antes: razonables, modestas y caracterizadas por un mutuo desinterés.

El difícil arte de la diplomacia de las cañoneras

En España la reputación de ladrones de colonias se la quedaron los Estados Unidos, no Alemania. Aquellas islas del Pacífico eran demasiado irrelevantes al fin y al cabo. También en Alemania el júbilo por el botín fue bastante comedido: las islas no eran rentables económicamente, refunfuñaban los liberales de izquierda, y demasiado caras de todos modos. Lo cierto, en cualquier caso, es que sí carecieron de la relevancia suficiente para emponzoñar la relación entre Berlín y Madrid.

Hubo que esperar hasta 1911 para ver a los dos países apuntándose con sus cañones. Esta vez, el interés del Imperio alemán se centraba en las rocosas costas de Marruecos. Francia en aquel momento aspiraba a controlarlas, y España estaba implicada en el asunto. Sin aviso previo, el Káiser Guillermo II envió la cañonera Panther para que tomara posiciones ante la ciudad de Agadir, en la costa del Atlántico. Era un mensaje que entenderían París y Madrid, o así pensaron en Berlín. Pero las cuentas no llegaron a cuadrar. Tras las negociaciones, Alemania obtuvo un terreno en Camerún, sin que se cumpliera su esperanza de colonias en el norte de África. Francia se anexionaba el norte de Marruecos, mientras España ocupó el sur.

La crisis marroquí, en cualquier caso, trajo consigo consecuencias psicológicas agudísimas. En las capitales europeas se percibía el alborear de una guerra mundial. En Alemania se debatió abiertamente la utilidad de un ataque preventivo a Francia. Por toda Europa, las asociaciones obreras convocaban manifestaciones en favor de la paz. Fue en la misma Alemania donde se produjeron las protestas más multitudinarias. Así, cuando el SPD, el partido socialista obrero con más afiliados de todo el mundo, convocó a sus seguidores, congregó el 3 de septiembre a 200.000 personas en el parque Treptower de Berlín: la mayor manifestación celebrada hasta la fecha.

Florece el comercio intelectual

Pero mientras los militares seguían comparando la longitud de sus sables, las relaciones hispano-alemanas florecían en un plano distinto. En efecto, españoles y alemanes tenían cosas que decirse más allá de acorazados, rutas comerciales e intrigas diplomáticas. Fue ante todo en los ámbitos universitarios donde se fomentó el intercambio entre el Imperio alemán y España. En ellos se debatía sobre matemáticas, literatura y economía.

Incluso tras haber empezado la tragedia europea el 28 de julio de 1914, este comercio intelectual se vio interrumpido tan solo por breve tiempo. A partir de 1918 fueron traducidos al español muchos escritores y filósofos alemanes. El nombre de Thomas Mann se estaba haciendo conocido más allá de las fronteras de Alemania. El Ocaso de Occidente de Oswald Spengler no pasó desapercibido en la España de las colonias perdidas. Y también en Alemania se leían escritos españoles: por ejemplo, las reflexiones teóricas de Francisco Suárez sobre Derecho Natural. Sobre ellas construyó Carl Schmitt su filosofía política, preparando así el camino a una ideología que en Alemania entusiasmaría a millones de personas y también se contagió a España: el fascismo. En 1936 desencadenaría la Guerra Civil Española. Como un toro que calcina el país con su rabo llameante.