España 1914-1918
guerra europea, opinión y política

El presidente del gobierno, Eduardo Dato, que decretó la neutralidad de España tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El presidente del gobierno, Eduardo Dato, que decretó la neutralidad de España tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. | Foto: © Kaulak / CC-PD-Mark, wikimedia.org

Cuando se cumple el centenario de la Gran Guerra y se celebran, por toda Europa, distintos actos en recuerdo de aquellas fechas, divisorias para la historia y la civilización europeas,

La guerra, que en España fue fundamentalmente de opiniones encontradas, produjo una amplísima movilización cultural que resultó en la elaboración de nuevos discursos políticos, que ahondaron en la crisis del sistema, acelerada por el impacto económico, la concienciación obrera y la activa participación de factores militares y regionalistas. Esa movilización y esos discursos, convertidos en una auténtica guerra civil de palabras, que enfrentaban dos concepciones de España, no terminaron con el fin del conflicto y se acabarían convirtiendo en un precedente de la auténtica y cruenta Guerra Civil de 1936.

La guerra del 14 debía, efectivamente, terminar ese mismo año, según rezaba el extendido eslogan de “en casa por Navidad”, que había parecido infundir ánimos en los combatientes de la primera hora. Pero en diciembre de ese año el final del conflicto estaba lejos y las estrategias de los contendientes, orientadas hacia una guerra corta, enfrentaban ahora la necesidad de prepararse para una contienda que sería larga.

La propaganda y la neutralidad

Ello también tuvo su reflejo en la propaganda de guerra, una de las nuevas armas de esta primera guerra total del siglo XX; una propaganda con la que los beligerantes trataban de reforzar la moral propia y minar la del enemigo, y que en los países neutrales debía contribuir a inclinar a su favor las voluntades indecisas. Fue en estos neutrales y en España, por tanto, dónde encontramos los escenarios de una verdadera guerra propagandística, y dónde los aparatos de propaganda de los combatientes encontraban su auténtica razón de ser, especialmente tras el paso de la guerra corta a una larga, que iba a demandar el máximo esfuerzo, también en el terreno de la opinión. Y si en los primeros meses de la contienda la propaganda no se había activado por completo ante el esperado triunfo alemán, como había sucedido en 1871, y que muchos daban por seguro, después lo haría hasta acabar convirtiendo toda la geografía española en campo de esta nueva batalla.

El conflicto político español

En esta guerra propagandística, el caso español fue netamente nacional, pues respondió plenamente al conflicto interior, marcado por una situación previa de enfrentamiento político, ahora exacerbado, entre los sectores que apuntalaban el régimen de la Restauración y los que aspiraban a reformarlo o precipitar su caída. Así, los dos bandos en los que se dividió la opinión española vieron en la guerra una continuación de su propias luchas internas y al bando germanófilo se alistaron los defensores del orden tradicional, la aristocracia, los sectores eclesiásticos y los militares, apoyados por los partidos de derechas, mientras que se sintieron próximos a los aliados los defensores de las reformas políticas, los profesionales de la clase media y la pequeña burguesía, apoyados por los sectores políticos liberales, izquierdistas, republicanos y nacionalistas catalanes, además de los anticlericales y la mayoría de los intelectuales de la así llamada, generación del 14.

Todos ellos creían que el resultado de la guerra tendría un carácter universalizador, pues el triunfo de un bando llevaría también a un afianzamiento de los que lo apoyaban en España. Y eso a pesar de las evidentes diferencias entre los valores que se defendían en España y los que defendían los contendientes reales, contradicciones especialmente evidentes en el caso, por ejemplo, de los republicanos españoles, que no debían encontrarse cómodos apoyando a la monarquía británica o al más autoritario régimen zarista. Las contradicciones son muchas más por ambos bandos y nos muestran a las claras que la guerra de filias y de fobias en España se basaba en el conflicto interno, con pocas certidumbres internacionales.

La guerra de opiniones, el cambio político y la generación del 14

modernización y democratización del país, para superar el secular retraso respecto a Europa y dar respuesta al “problema de España”, que había polarizado el interés de las élites intelectuales desde el último cuarto del siglo XIX y especialmente tras el desastre del 98. La generación intelectual del 14 participó activamente en esta nueva movilización, reflejando durante cuatro años lo que sucedía en el escenario europeo para urgir los necesarios cambios en el escenario nacional, representando a los aliados como defensores de la democracia, el reformismo y el laicismo.

Estas ideas marcarán los nuevos discursos políticos que, tras la guerra y el colapso del sistema de la Restauración y del propio régimen monárquico, fructificarán en el proyecto regeneracionista de la Segunda República. Fue esa misma generación del 14 la que protagonizó y dirigió en gran medida ese cambio político, la que había tomado parte activa en aquella guerra civil de palabras, con motivo de la guerra europea, y la que tendrá que hacer frente igualmente a la Guerra Civil del 36. España había sido oficialmente neutral en la Gran Guerra, pero ésta tendría un profundo impacto político en el largo tiempo histórico.