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“A Voluntary Year”
La huida y la resaca

Fotograma de “A voluntary year”
Fotograma de “A voluntary year”, 2019 | © Grandfilm, Henner Winckler & Ulrich Köhler

Los directores exploran una relación desequilibrada entre padre e hija que retoma a la par que reexplora tropos del cine de Köhler.
 

De Miguel Muñoz Garnica

Arranca A Voluntary Year a la manera típica de Ulrich Köhler. La cámara se sitúa entre los dos asientos delanteros de un coche, y presenta la conversación entre Urs (padre) y Jette (hija) cortando entre planos cercanos a sus espaldas: sendas vistas oblicuas que van variando noventa grados sobre el eje de la imagen. Visualmente, el conflicto queda expuesto. ¿Por qué el corte en lugar de la vista trasera conjunta? Porque los dos se conducen hacia un destino que asoma por el parabrisas —el año de voluntariado de Jette que anuncia el título—, pero cada uno de ellos lo contempla desde una perspectiva muy diferente. Una serie de pequeños gestos del padre realzados por el seguimiento de la cámara sugieren su carácter controlador. Las cartas quedan a la vista: el año de voluntariado tiene poco de voluntario para la muchacha.

Arrebato

Como en Bungalow (2002) de Köhler, la tensión por la situación impuesta estalla en un arrebato de huida de la protagonista adolescente. En el instante decisivo de bajar del coche para entrar al aeropuerto, Jette vuelve a subir e improvisa con su novio una huida a ninguna parte. Entonces, el coche como motor del relato se reconfigura. Frente a la rigidez de los planos iniciales, los directores ensayan perspectivas y desplazamientos de cámara que lo redescubren como el espacio donde se desarrolla la pequeña revolución de los amantes. Emerge así el estado de excepción de las responsabilidades vitales y su subsiguiente euforia que el cine de Köhler suele explorar.
Fotograma de “A voluntary year”, 2019 Fotograma de “A voluntary year”, 2019 | © Grandfilm, Henner Winckler & Ulrich Köhler

Reencuentro

Ahora bien, estamos ante una película codirigida que introduce variaciones sobre este universo autoral. En especial, Köhler y Winckler se interesan por la resaca tras la espantada. Deshaciendo el carácter anti-psicologista de la primera mitad, el relato vuelve sobre las bases del desequilibrio entre padre e hija, abriéndose a una comprensión libre de juicios y a un detenimiento que contrasta con la precipitación de los acontecimientos iniciales. A la par que la película problematiza la relación paternofilial, concede uno de los mayores elementos de simpatía con Urs justo cuando este más evidencia su personalidad abusiva. Ocurre en una de las escenas cumbre: el padre persigue a Jette por las calles nocturnas hasta que irrumpen dos jóvenes que lo confunden con un agresor sexual y lo reducen a golpes. Al giro inesperado se le une una mezcla indiscernible entre patetismo y comedia cuando Urs se levanta y les agradece su conciencia cívica. En la misma línea ambigua, el espacio que se nos deja para comprender a los dos protagonistas se resuelve en un final abierto de par en par, suspendido entre la posible catarsis del padre y el amago de una nueva huida hacia delante de la hija.
 

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