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“Drift”, Helena Wittmann
Por qué miramos al mar

Fotograma de “Drift” de Helena Wittmann, 2019
Fotograma de “Drift” de Helena Wittmann, 2019 | Foto: © Helena Wittmann

El debut en el largometraje de la cineasta alemana se vacía de argumento para buscar la universalidad de cualquier mirada detenida al mar.
 

De Miguel Muñoz Garnica

El argumento queda apenas atisbado, como cubierto por la bruma: dos amigas alemanas comparten sus últimos días juntas en un apartamento en el Mar del Norte. Una está a punto de volver a Argentina con su familia, la otra de partir para el Caribe, desde donde acometerá una expedición solitaria en velero para atravesar el Atlántico. En cuanto se consuma la separación, el dispositivo de Drift se focaliza en la segunda para acompañarla en su travesía. Antes de esto, el largo plano que precede a la aparición del título nos adelanta la construcción de mirada que propone Wittmann. Su cámara se dispone frente a la orilla nocturna del mar, muy cercana, sustrayendo el horizonte y cualquier espacio adyacente, para realizar una serie de seguimientos que se dejan arrastrar o que van a la contra de las corrientes y las resacas. Las líneas de las olas, su espuma y los reflejos tenues nos deleitan en composiciones abstractas que justifican la prolongación del plano.
 

Huellas

En otro plano definitorio, el último de la travesía oceánica, la cineasta sitúa la cámara en la popa del velero. El movimiento de vaivén vertical, correspondiente a las oscilaciones del barco, nos sitúa ante la planitud de la mar surcada de pequeñas olas, apenas visible puesto que una niebla espesa llena la imagen. Se desdibujan los contornos hasta que, de forma imperceptible, al efecto visual de la niebla se le superpone el de un fundido encadenado. Donde antes vislumbrábamos las olas observamos cómo se va perfilando un cerro recortado contra el cielo, donde pastan unas vacas. De una forma tan gradual que la continuidad parece indudable, hemos pasado a tierra firme.

Fotograma de “Drift” de Helena Wittmann, 2019

Fotograma de “Drift” de Helena Wittmann, 2019 | Foto: © Helena Wittmann

Afectos

Poco después, la presencia de la mujer protagonista da un sentido a la elipsis espacio-temporal. Pero, sobre todo, es el nuevo paisaje introducido el que aporta los sentidos más sugerentes. Wittmann abre la vista a un barranco surcado de cárcavas, en apariencia los restos de un lago o mar primitivo cuya presencia ya no queda más que en los surcos –las huellas– que sus aguas formaron miles o millones de años ha. Y, de pronto, toda la mirada del dispositivo revela su esencia. La observación detallada del mar, de sus infinitos pliegues y mecimientos, no es más que el eco de esas huellas afectivas que apenas hemos atisbado al comienzo de la película. Una observación no de la deriva, sino desde la deriva misma, que busca la universalidad de cualquier mirada humana al mar. La dolorosa finitud de los ciclos afectivos que busca un bálsamo en la infinitud de los ciclos acuáticos. Entregarse a la deriva, como hace la segunda mujer, proyectando en ella su anclaje emocional. La identificación que crea con ello Drift no puede ser mas abstracta, pero a la vez más reconocible.

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