“Luz”, Tilman Singer
Terror alemán para Halloween (II)
La ópera prima del cineasta sugiere numerosas lecturas bajo una críptica historia de posesión demoníaca.
De Miguel Muñoz Garnica
En el fondo, muy en el fondo, tras una densa capa de subtextos posibles, Luz es una película de amor. Entre la bruma que lo impregna todo —hasta los planos de interiores— podemos entrever los pedazos de la historia: un internado de monjas, dos muchachas adolescentes, un romance prohibido… En la escena final, Luz (Luana Velis), la protagonista chilena, aparece en una suerte de purgatorio abstracto donde se enfrenta, figurada y literalmente, a algunos recuerdos dolorosos. Y quizá, después de este tránsito, la iluminación difuminada que la envuelve se abra hacia el momento en el que Luz ve, precisamente, la luz. Singer, que firmó con este su primer largometraje, deja abierto el plano final de su protagonista a la posibilidad de la revelación íntima, a un estado de desposesión.
Posesión
Porque Luz es también una película que toma sus elementos de terror de la posesión demoníaca. En un principio, Tilman concibió el proyecto como un corto formado por la secuencia del interrogatorio situada a mitad del metraje. Al expandir la idea, surgió esta idea de la posesión, pero quedó fijada la norma de que el «ente» no tendría ningún tipo de presencia corpórea. Por tanto, la posesión queda por completo indefinida, fluctuante sobre unas imágenes y una narrativa inaprehensibles. Aunque hay escenas más convencionales en este sentido —el personaje poseído que aparece con los ojos en blanco y la voz gutural—, en Luz uno nunca termina de tener claro quiénes son los poseídos —si es que hay algún personaje que no lo está— o qué es exactamente el ente poseedor. Si se atiende a la historia de amor atisbada en su fondo, la posesión tiene que ver más que nada con fuerzas que se introducen en nuestro ser para dictarnos qué podemos hacer y a quién debemos amar.Fotograma de “Luz” de Tilman Singer, 2018 | Foto (detalle): Tilman Singer © Bildstörung
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