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Sobre el cine de Christian Petzold (II)
La maqueta y la ciudad

Fotograma de “Undine” de Christian Petzold, 2020
Fotograma de “Undine” de Christian Petzold, 2020 | Foto (detalle): Christian Petzold © Golem Distribución

Al hilo de la retrospectiva completa en Tabakalera, seguimos repasando la trayectoria del cineasta.
 

De Miguel Muñoz Garnica

Undine trabaja como guía de una exposición de antiguas maquetas de Berlín. Diríamos que estudia su historia urbanística, pero cuando a mitad de metraje desaparezca descubriremos que algo latía de su historia personal. La tensión entre ese paisaje en miniatura y su versión real se resuelve cuando el segundo, con su fugacidad inmobiliaria y laboral, parece habérsela tragado. O eso pensaríamos, si no supiéramos que se ha desvanecido en un medio mucho más primitivo: el lecho del río, origen del asentamiento y del nombre mismo de Berlín (“lugar pantanoso”). En Undine (2020), el origen de los nombres es una fuerza gravitatoria.

El fantasma de Undine no permanece en las arquitecturas desafectas de Berlín, sino en los ecos de un mito tan remoto como el río (las ondinas, ninfas de agua) que le da su nombre y finalmente su devenir. Hacia el desenlace, la protagonista reaparece bajo el agua, como una antigua maldición, y toma de las manos a su amado. Todo apunta a que lo va a raptar, pero enseguida descubrimos que el gesto guardaba un afecto aún mayor. Undine le entrega la estatuilla de un buzo, símbolo del nacimiento de su amor. En lugar de arrastrarle a la muerte, le da su bendición para la vida. Un gesto afectivo tan profundo como el dejar ir.

Transferencias

El mismo proceso de transferencia entre muerte y vida ocurre entre Historia y mito, o entre arquitectura y romance. El amor naif de Undine carga de afectividad a los no-lugares que atraviesa. Una afectividad que le es entregada a Christoph, buzo de profesión, mediante ese mini-buzo. La miniatura insufla vida. Extrapolando un poco, la maqueta se emancipa de la ciudad por la magia del afecto.

Fotograma de “Phoenix” de Christian Petzold, 2014 Fotograma de “Phoenix” de Christian Petzold, 2014 | Foto: © Christian Petzold Ante estas tensiones (mitología-Historia, romance-arquitectura), Petzold toma partido. Sus anteriores Barbara (2012) y Phoenix (2014) también entrecruzan personajes e Historia. Las protagonistas de Nina Hoss, eso sí, están más determinadas espaciotemporalmente. Tratan de habitar un contexto difícil (la RDA, el trauma del Holocausto). Como expresa un plano detalle de Hoss reflejada en un espejo roto, están modeladas a semejanza de las ruinas. En Undine, la Historia funciona más bien por ecos. Pero la intuición es común: nuestros espacios cotidianos nos moldean. Ahora bien, ¿pueden nuestros afectos modelarlos en contrapartida?

Liberación

En Transit, la Historia privada de sus asideros temporales (la crisis de refugiados alemanes de los cuarenta o la que aún colea en Europa), funciona a la vez como un absoluto y una negación de sí misma. ¿Cómo puede ser Historia una situación de tránsito eterno? Más bien, parece un infierno soñado por la Historia. Sin tener de dónde venir ni a dónde ir, la maldición de consumirse en la espera. Por el contrario, Undine es una especie de liberación de ese peso constante en el cine de Petzold. Con un gesto tan sencillo como entregarle el buzo en miniatura, la protagonista libera a su amado del conjuro que enuncia la ciudad y toda su carga histórica. La maqueta encuentra la vida.

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