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Estereotipos
El arte alemán de la Nachhaltigkeit

Los alemanes llevan integrado el reflejo de comprar cualquier producto etiquetado como “bio”.
Los alemanes llevan integrado el reflejo de comprar cualquier producto etiquetado como “bio”. | Foto (detalle): © Susi Bumms

En el pasado, los alemanes han sido pioneros del reciclaje, la tecnología fotovoltaica y la resistencia a la generación nuclear de energía, y hoy en día siguen llevando el ecologismo por bandera. Pero a veces es más fácil parecer nachhaltig que serlo de verdad.

De Adam Fletcher

Alemania es un país que piensa en verde, que trata de actuar en verde y que, en un porcentaje nada desdeñable, también vota en verde. Esto os lo dirán todas las guías de viaje; también os lo dirán, seguramente, los propios alemanes, a los que les encanta corroborar sus propios estereotipos. Tienen la conciencia medioambiental totalmente integrada en su día a día, y es algo de lo que cualquier extranjero será testigo en sus primeros días (¡u horas!) en el país. Os voy a contar cómo aprendí yo la importancia de la Nachhaltigkeit alemana.

Alemania y la “Mülltrennung”

Era mi primer Arbeitstag, mi primer día de trabajo en Leipzig (Alemania). Era mediodía y acabábamos de comer en la cantina de la empresa. Me levanté de mi taburete con una bolsita vacía de patatillas sabor vinagreta (soy británico: si no me zampo mis patatillas, dejándome la ropa perdida de migas por el camino, es como si no hubiera comido). Vi ante mí un gran número de cubos, todos con gorros de colores diferentes. Miré la bolsita y me sentí como en la escape room más ramplona del mundo. ¿Esto en qué cubo va?

Levanté la tapa del cubo negro y tiré dentro la bolsita. Un aire gélido inundó la sala y se hizo un silencio sepulcral. Me di la vuelta lentamente. “¿Qué pasa?”. Mis compañeros se miraron unos a otros en silencio. ¿Quién iba a tomar la iniciativa de enseñarle a aquel ignorante el arte alemán de la Nachhaltigkeit? Mi jefe, Andreas, decidió que lo haría él. “El plástico va al amarillo”, dijo, y abrió el cubo correspondiente. Dentro había un montoncito de envases de plástico, cuidadosamente enjuagados. “Ah”, contesté. “¿Importa mucho? O sea, ¿saco la bolsa del otro cubo?”.

“Sí, seguramente sería lo mejor”, respondió Andreas muy diplomático. Saqué la bolsita del cubo negro. “Es muy fácil”, explicó. “Este cubo es el de la orgánica. Este el del vidrio. Este el del papel, claro. El negro es para otros residuos, pero solo lo usamos en caso de emergencia. ¿En Inglaterra no tenéis cubos separados?”.

A los alemanes les apasiona el reciclaje, porque conjuga tres de las cosas que más les gustan: la protección del medioambiente, la organización extrema y el control obsesivo. A la que tiréis algo de papel en el cubo del plástico de vuestros amigos alemanes, se lía. Tenedlo en cuenta si queréis evitar conflictos con compañeros de trabajo, de piso o suegros: más os vale aprender a separar los residuos correctamente.

Pero, ojo, que la sostenibilidad alemana no acaba ahí. A los alemanes les apasiona el reciclaje. A los alemanes les apasiona el reciclaje. | Foto (detalle): © Susi Bumms

Bio Bio

En Alemania triunfan todas las cosas bio. Hay supermercados enteros solo de productos ecológicos. Si quieres vender algo en este país, ponle la etiquetita de bio. Un ejemplo es la Bionade, una bebida carbonatada con ingredientes ecológicos muy popular en Alemania. A mí siempre me pareció que sabía un poco sosa, hasta que entendí que no la bebían porque estuviera buena. El sabor era lo de menos. La bebían porque llevan integrado el reflejo de comprar cualquier producto etiquetado como bio. La Bionade, sencillamente, tenía en su propio nombre la receta del éxito.

“Flaschefishing”

En Alemania también existe el Pfand, el sistema de envases retornables más extendido y que mejor funciona del mundo, con una tasa de retorno del 98%. En mi primer día en el país, comí en un kebab. Al acabar, llevé al mostrador el plato y la botella de cristal vacíos, por no dejarlos en la mesa, y el señor del mostrador me dio una monedita. Pensé que me acababa de tocar la lotería más rara del mundo. De inmediato empecé a buscar más botellas a mi alrededor. Y no he dejado de buscarlas. Flaschefishing, lo llamo yo, y no soy el único que lo practica. Al patio del edificio en el que vivo, en Berlín, no hay día que no entre, al menos, una persona a arramblar con alguna botella vacía. Al cabo de un tiempo viviendo aquí, te preguntas por qué no se implementa esto en todos los países. ¡Ya tardan!

“Kohle Und Atomkraft? Nein Danke.”

Luego está el gran proyecto a nivel nacional: la Energiewende. Desde 2000, Alemania se ha gastado ni más ni menos que 500 000 millones de euros en un programa para intentar cambiar los combustibles fósiles y la energía nuclear por energía eólica y fotovoltaica, tecnologías diseñadas, en buena parte, por los propios alemanes. La “tecnología verde” representa el 15% del PIB de Alemania. El país entero tiene como objetivo llegar a la neutralidad carbónica antes de 2045. ¿Lo conseguirán? Difícil de saber. Son cambios muy grandes, y es más fácil parecer nachhaltig que serlo de verdad. Seguro que tenéis amigos alemanes que solo llevan ropa de cáñamo, que ponen la homeopatía por las nubes, que reciclan minuciosamente y que solo compran pollo ecológico del BioMarkt. Todo ello mientras siguen conduciendo un coche diésel (con la pegatina de Atomkraft? Nein Danke en la luna trasera), cogen ocho vuelos al año y comen carne cinco días a la semana en la cantina del trabajo. Un trabajo al que, seguramente, irían en bici si el gobierno de este supuesto país ecologista se dignara a construir las infraestructuras necesarias para hacerlo sin jugarte la integridad física.

No les señaléis estas hipocresías: toda cultura tiene las suyas. Alemania hace lo que puede.

Esto es Alemania

¡No os he acabado de contar la anécdota de mi primer Arbeitstag en Leipzig! Mientras Andreas y yo seguíamos hablando de separar residuos en la cantina de la oficina, apareció Frau Krump, la señora de la limpieza, que nos oyó y murmuró entre dientes: “Total, luego abajo lo echan todo junto al mismo contenedor”. A Andreas se le desencajó la cara. Alguien más soltó un sonoro “Wie bitte?” (“Pero ¿qué…?”).

“¿Que abajo lo juntan todo?”, preguntó Andreas incrédulo.

“Sí”.

Pensaréis que, ya conscientes de que nuestro esfuerzo por reciclar era en vano y libres del yugo de tener que categorizar y separar residuos, a partir de entonces empezamos a tirarlo todo en el cubo negro y a correr, ¿a que sí?

Pues no.

No cambió nada. De hecho, yo diría que hasta empezamos a separar y reciclar con más saña si cabe. Había que dejar claro que el problema no éramos nosotros. El problema eran “los de abajo”. Nosotros hacíamos lo que teníamos que hacer. Éramos parte de la solución. No es culpa nuestra, Alaska. No nos odiéis, osos polares. Nosotros reciclamos, importe o no, porque es lo que hay que hacer. Porque somos así.

Esto es Alemania.

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