Integrado... Francamente
Nos vemos en la carpa de cervezas

Amigos brindan con una cerveza
¿Tomar cerveza juntos es un acontecimiento cultural? | Foto (Detallle): Quentin Dr © Unsplash

Dominic Otiang’a nos convence de visitar una carpa de cervezas alemana. No es una carpa bávara, pero sí una a la que asisten africanos vestidos con trajes típicos bávaros.

De Dominic Otiang’a

A veces aquello que nos lleva a un país extranjero se puede resumir en una palabra: oportunidad. La oportunidad de aprender, de explorar cosas nuevas, de cambiar el pensamiento de local a global y, quizá, incluso de probar otras cervezas. Y ya que hablamos de cervezas: me gustaría invitarlos a visitar una carpa de cervezas. Sobre todo a quienes se queden suficiente tiempo en este país como para poder consumir, por lo menos, algunos cientos de litros de cervezas.

Mis amigos están abiertos a todo, menos cuando se trata de ir a una carpa de cervezas. Siempre que se monta alguna carpa y el sonido de la música de moda vibra en el aire, de pronto están muy ocupados con un “proyecto importante”.

Las ganas de cerveza

Otros amigos me acompañaron hace poco a una carpa de cervezas; no en Baviera, sino en Bad Cannstatt, cerca de Stuttgart, en ocasión de la famosa fiesta folklórica de Cannstatt. Quienes salían haciendo eses de la carpa lucían como recién rescatados de las ruinas de un edificio de 10 pisos. No estaba yo seguro de si mi entusiasmo por entrar de todas maneras obedecía a la presión grupal o a las ganas de cerveza. Pero la animada atmósfera que reina en tales reuniones públicas suele despertar al demonio dentro de mí, antes de que me pueda retirar a mi silencioso cuartito donde vive mi ángel bueno.

Un sikh con turbante y pantalón corto de cuero

Entonces, entramos. Un amigo cuyo amigo es un próspero comerciante había conseguido boletos para la zona VIP. Los tipos de seguridad sólo hacían su trabajo, como se dice por ahí. De camino descubrí a un sikh de turbante marrón, pantalón corto de cuero marrón y una camisa a cuadros blancos y azules, al estilo bávaro. Estaba parado junto a una joven pareja de origen africano, que también se había engalanado para la fiesta.

Los dos hombres me dieron la impresión de ser unos caballeros y sin, pensar mucho al respecto, asumí que no se comportarían de manera contraria. Entonces, les tendí la mano para darnos el típico apretón de mano keniano y alabé su estupendo atuendo, para luego pasar a una charla íntima con la pareja africana.

“La vestimenta bávara luce africana en ustedes. ¿Dirían que su ropa es occidental?”, les pregunté con interés.
 
“Bueno, puesto que se trata de trajes típicos alemanes y Alemania está en Occidente, yo diría sí que son occidentales. Pero hay que saber distinguir entre lo occidental y lo moderno, ¿verdad?”, respondió el hombre con un cierto aire de orgullo.

Levantar tarros de cerveza como si fueran pesas

Me reuní con mi grupo de amigos mientras que la música de moda seguía retumbando a todo volumen. Un famoso maestro de ceremonias animaba a la multitud. La gente levantaba tarros de cerveza como si fueran pesas. No recuerdo haber visto a una sola persona que hubiera parecido infeliz, cuando mucho, salvaje: la gente brincaba sobre las mesas, cantaba a todo pulmón, danzaba al ritmo o contra él, dependiendo de su estado etílico. Completos extraños charlaban como si hubieran ido juntos a la escuela y vaciaban sus tarros al unísono.

Regresé con mis nuevos conocidos, y logré invitarlos a nuestra espaciosa mesa. Un señor calvo sentado junto a mí me preguntó por qué las personas con un peinado como el mío eran buenos bailarines por naturaleza. Para eludir semejante tema, le recomendé el libro Baile & memoria genética. No estoy seguro de que ese libro exista.

De hecho, a mí me hicieron sentir como si yo fuera lo mejor que les ha pasado a los suabos tras la invención del bretzel

Todos contribuyeron a que fuera un evento bien logrado. Ninguna campaña política ha alcanzado nunca semejantes niveles de energía positiva, tolerancia y hospitalidad entre los asistentes. De hecho, a mí me hicieron sentir como si yo fuera lo mejor que les ha pasado a los suabos tras la invención del bretzel. Me pregunté por qué algunos de mis amigos alemanes nativos se perdían esa experiencia.

Cannstatter Wasen, simplemente había que estar ahí. Pero Banda, el tipo de turbante, me contó un chiste en voz baja:
 
“Si hubieras nacido aquí, tuvieras un nombre alemán y hubieras ido, digamos, a la preparatoria Carl-Bratfisch, no tendrías que esforzarte tanto por pertenecer. Nosotros siempre exageramos un poquito, para poder sortear esa brecha, abierta por tu peinado y por mi turbante.”
 
No entendí la broma sino hasta el día siguiente.

 

“Integrado …”

En nuestra serie de columnas “… a las claras” escriben, alternándose semanalmente, Dominic Otiang’a, Liwen Qin, Maximilian Buddenbohm,  y Gerasimos Bekas. Dominic Otiang’a escribe sobre su vida en Alemania: ¿qué llama su atención, qué le resulta ajeno, dónde se dan percepciones interesantes?

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