Alemania
Fíate (a veces) de los estereotipos

Los alemanes son gente obsesionada con el orden y las normas y les encantan sus coches. ¿No es así?
Los alemanes son gente obsesionada con el orden y las normas y les encantan sus coches. ¿No es así? | Foto (detalle): © Susi Bumms

Los estereotipos tienen mala fama. Sin embargo, bajo su apariencia de tópico fácil y exagerado se esconden verdades, como pepitas de oro, que esperan a que las saquemos a la luz. Vamos a pasar por la criba cinco de los principales estereotipos sobre los alemanes. ¿Encontraremos en ellos pepitas de veracidad?

De Adam Fletcher

La semana pasada fui a Múnich. Pese a mis encomiables esfuerzos y a mi atenta observación, no me crucé con ninguna persona obsesionada por la puntualidad y las reglas arbitrarias, sin sentido del humor, con sandalias y calcetines, engullendo salchichas con una mano y sujetando con la otra una jarra de cerveza más grande que su cabeza.

Esto solo puede significar que los estereotipos son mentira. ¿No?

¡Para nada, Ausländer!

Los estereotipos tienen mala fama. Sin embargo, bajo su apariencia de tópico fácil y exagerado se esconden verdades, como pepitas de oro, que esperan a que las saquemos a la luz.

Vamos a pasar por la criba cinco de los principales estereotipos sobre los alemanes. ¿Encontraremos en ellos pepitas de veracidad?

Estereotipo 1: los alemanes son gente inflexible y obsesionada con el orden y las normas.
Verdad: sí, ¿y qué? ¡Las normas relajan!


“A mí me encantan unas buenas normas”, dijo Jan, mi amigo alemán, mientras repasaba las instrucciones de un nuevo juego de mesa. “Me relajan”.

Las normas no son el enemigo. Esto os lo dirá cualquiera con niños pequeños. Sin normas, todo hay que negociarlo. Y negociar, además de llevar tiempo y esfuerzo, normalmente solo recompensa a quienes mejor dominan el oscuro arte de la persuasión. O, en el caso de los niños, a los que más cosas tiren.

Quienes se hayan criado en sociedades de contexto alto, donde las cosas son más implícitas que explícitas y las normas son palabras que se lleva el viento, no entenderán esta afición de los alemanes por el orden (probablemente herencia de su pasado prusiano, una época tan austera como próspera). Alemania es una sociedad de contexto bajo. La ecuanimidad y la coherencia están por encima del individualismo. Es una sociedad que no cree en lo tácito ni funciona a base de conjeturas. Una sociedad en la que los procedimientos te hacen libre y las normas… te relajan.

Si pasáis un tiempo aquí, fijo que me dais la razón.

Estereotipo 2: a los alemanes les obsesionan las pólizas de seguros.
Verdad: el mejor ataque es una buena defensa.


Volviendo al tema de los niños pequeños, hace poco conocí en un parque infantil a una alemana, madre (exhausta) de dos gemelos a cuál más terremoto. “¿Sabes lo que he aprendido de la maternidad?”, me preguntó, con cara de estar de vuelta de todo. “Ein Plan ist nur ein Wunsch”.

Los alemanes tienen fama de alérgicos al riesgo. “¿Por qué será?”, os preguntaréis. Bueno, no hay que ser catedrático de historia para saber que la sociedad alemana se ha pasado buena parte de los últimos 120 años dando tumbos de desastre en desastre, teniendo que reconstruirse tras cada uno de ellos, de la República de Weimar al Tercer Reich y a la división este-oeste.

En Alemania, la única constante ha sido el cambio incesante. Los alemanes han aprendido que incluso con las mejores intenciones se cometen los peores errores, que la realidad es compleja, que los planes solo son anhelos y que, por usar una metáfora deportiva, el mejor ataque es una buena defensa.

Y esa defensa es un buen seguro. En caso de duda, y siempre hay que dudar… tú asegura.

Estereotipo 3: en Alemania, la formación lo es todo.
Verdad: saber venderte no equivale a ser competente.


Una mañana estaba en la oficina de la empresa alemana para la que trabajo, desayunando una cookie (no me juzguéis) cuando nos llegó a todos un correo convocándonos de inmediato a una reunión *especial*. Había llegado nuestra nueva CEO, una estadounidense que, por lo visto, rebosaba entusiasmo. Todo el entusiasmo que nos faltaba a nosotros de camino a la sala. Llegué, me quité una miga de la barbilla y me senté. Se abrió una puerta y apareció una mujer que subió al escenario con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento, arengando a base de aullidos, como en esas charlas motivacionales que dan en Las Vegas. Como nos vio un poco paraditos, nos pidió que nos levantáramos a apretar los puños y hacer ruidos guturales, como los futbolistas cuando celebran un gol. Que aquello nos iba a unir y animar, decía.

Yo me levanté enseguida, claro. Hipnotizado estaba. Mis compañeros alemanes, en cambio, no se movieron. Decir que su reacción fue fría sería como decir que el Titanic, cuando se hundió, solo salpicó un poquito. Estaban atornillados a la silla. La incomodidad era patente. La estadounidense se dio cuenta de su error y rebajó su entusiasmo. Bueno, no lo rebajó: lo enterró.

A los alemanes, a lo largo de su historia, les ha tocado sufrir a varios personajes con mucho carisma pero pocas entendederas que los han llevado por el mal camino. Pero han aprendido la lección: hoy valoran más a las personas competentes que a las desenvueltas y carismáticas. Por eso los políticos de este país son unos sosainas profesionales. Por eso la cámara del Bundestag no parece El Club de la Comedia. Cuando la gente no quiere fiarse de su instinto, ¿de qué se fía? De la formación de la gente.

Estereotipo 4: a los alemanes les encantan sus coches.
Verdad: Alemania necesita su industria automovilística.


En la época en la que aún sufría como estudiante de alemán, cuando me pasaba el día quejándome amargamente de que aquel idioma no había por dónde cogerlo, mi amiga Simone decía: “El alemán no te tiene que gustar; basta con que lo respetes. En alemán se han escrito algunas de las cosas más inteligentes de la historia”.

Ayer fui a comprar cookies para el desayuno (sí, ya lo sé). Bajaba en bici por una calle con bastante tráfico cuando un Audi negro, enorme y reluciente dio un volantazo para adelantar a otro Audi aún más grande y reluciente, pero azul. El Audi negro me pasó rozando: cinco centímetros me salvaron de no acabar hecho trizas.

Esto es algo que pasa casi cada día en las calles de Neukölln. Agité el puño en el aire, aguantándome las ganas de matar y preguntándome por qué. Y entonces me acordé de Simone. La sociedad alemana está construida en torno a los coches porque buena parte de ella se ha construido gracias a los coches. No son meros medios de transporte: son uno de los principales motores económicos del país. Los coches no te tienen que gustar pero, si vives aquí, entenderás por qué se respetan.

Por eso les encanta difundir sus propios estereotipos, por negativos y anticuados que sean: El que cuenta un chiste a la semana en la oficina es el gracioso oficial de la empresa.
Por eso les encanta difundir sus propios estereotipos, por negativos y anticuados que sean: El que cuenta un chiste a la semana en la oficina es el gracioso oficial de la empresa. | Foto (detalle): © Susi Bumms
Estereotipo 5: los alemanes son ariscos, directos, formales y no tienen sentido del humor.
Verdad: eso es lo que los alemanes quieren que creas.


Cuando me vine a vivir a Alemania, constaté un curioso fenómeno: los que no dejaban de sacar a colación los tópicos alemanes y de reírse de ellos no éramos los extranjeros, sino los propios alemanes (y era la mar de gracioso). Tardé un tiempo en entender por qué. En algunos países hay estereotipos que te ponen muy difícil el estar a la altura (o desafiarlos, si son negativos). ¿Sabéis la presión que tenemos encima los británicos con lo de nuestro famoso sentido del humor? Poca broma. ¿Y los pobres italianos? Me da tendinitis solo de pensar en tener que gesticular todo el rato. ¿Los canadienses? Deben acabar con calambres en la mandíbula de tanto sonreír. ¿Y los mexicanos? Esos sombreros pesan un quintal. No pueden ser buenos para las cervicales.

Hay países con estereotipos que le ponen el listón alto a sus ciudadanos. No es el caso de Alemania. De los alemanes solo se espera que no tengan sentido del humor, que sean puntuales y que sean un poco estirados. El que cuenta un chiste a la semana en la oficina es el gracioso oficial de la empresa. El que llega diez minutos tarde a una reunión de trabajo es un punki. El que se sube a la gehweg (acera) para aparcar es prácticamente el Che Guevara. Por eso creo que les encanta difundir sus propios estereotipos, por negativos y anticuados que sean: es una manera de quitarse presión y rebajar las expectativas. Así pueden excederlas de vez en cuando, con poco esfuerzo, y dar una grata sorpresa.

Los alemanes se van a aferrar a sus estereotipos. Y tú también deberías hacerlo, humilde Ausländer, porque la verdad está ahí fuera, bajo la superficie. ¡No dejes de buscarla!

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