Los límites del crecimiento
“Se puede exigir a las personas, pero no demasiado”.
Hace 50 años, el Club de Roma hacía pública una alerta que señalaba a dirigentes políticos y a la economía el carácter finito de los recursos naturales. ¿Qué logró aquel informe? Ottmar Edenhofer, economista especializado en cuestiones climáticas, hace balance al respecto.
De Wolfgang Mulke
Señor Edenhofer, hace 50 años el Club de Roma publicaba sus inquietantes pronósticos sobre los “límites del crecimiento”. Aquel informe desató intensas repercusiones, pero ¿tuvo realmente efectos?
El informe tuvo muchísimo efecto. Gracias a él, el tema de la escasez de los recursos se vio de repente en boca de todo el mundo en la década de 1970. Por primera vez se planteó la cuestión de si eso justificaba un cambio de orientación en la economía. Las y los economistas, en cualquier caso, criticaron entonces duramente, y con razón, al Club de Roma. La razón era que sus modelos de cálculo ignoraban el efecto de los precios: cuando los precios suben, ello trae consigo un manejo de recursos más ahorrativo. Y justo eso es lo que se ha dado.
Pero no lo bastante por lo que parece. Hasta hoy, no ha cambiado básicamente nada en las advertencias frente a un colapso del planeta. Debatimos sobre la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la eficiencia en el manejo de los recursos disponibles. ¿Fue en vano aquel aviso de alarma?
Afirmar que hoy seguimos teniendo los mismos problemas no es correcto. En aquel momento, el Club de Roma subrayó que los vectores energéticos fósiles y los recursos agotables se estaban volviendo escasos. En vista de la capacidad de la atmósfera para recibir CO2, tenemos una oferta excesiva de carbón, petróleo y gas. El problema climático, la biodiversidad y la desaparición de especies no eran asuntos que ocuparan la atención del Club de Roma. Y hoy sigue habiendo gente que aún tampoco los tiene en cuenta: el promover energías renovables no resuelve por sí solo el problema. Tenemos que dejar que siga enterrada la mayor parte de todos los recursos y reservas fósiles. Por desgracia, el mundo sigue apostando por el carbón. Puede apreciarse que los vectores energéticos fósiles no están subiendo lo bastante de precio.
¿Se escucha demasiado poco a la ciencia en la esfera política? A un científico este avance tan lento le resulta seguramente frustrante.
Pero el balance de la ciencia no es tan malo. El Club de Roma fue entonces una señal. A continuación vinieron también los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, que han llevado el cambio climático al orden del día internacional. La ciencia ofrece conocimientos sobre determinados problemas y posibilidades para solucionarlos, que sirven de referencia a la esfera política. En el proceso, en cualquier caso, tiene que estar siempre claro a quién corresponde cada función. Si personas del campo científico creen que en la esfera política se les debe “prestar atención”, es que algo se está haciendo mal. Y lo mismo cuando la esfera política cree que los científicos y científicas “no entienden el sistema de las decisiones políticas”. La ciencia tiene que mostrar y comunicar senderos alternativos que lleven a tales o cuales objetivos. La esfera política tiene que aprender que no solo puede reflexionar sobre lo posible, sino que también tiene que hacer posible lo necesario.
¿Dónde estará el mundo en 50 años, en el 100º aniversario del Informe? ¿Habrá cambiado el rumbo a tiempo?
Si seguimos adelante más mal que bien como hasta ahora, la temperatura terrestre habrá alcanzado unos cuatro grados por encima del nivel preindustrial. Eso hará el cambio climático inmanejable. Si conseguimos cambiar el rumbo en el último momento, podremos limitarlo de manera que siga siendo manejable. No es ningún pronóstico, sino el objeto de una decisión. La esfera política, por tanto, tiene que hacer posible lo necesario y poner en marcha en el mundo entero un cambio rápido de dirección. Pese a todos sus merecimientos: el Club de Roma partía de que la escasez de los recursos naturales haría entrar en razón a la humanidad. Con el problema del clima, sin embargo, nos estamos enfrentando a un desafío distinto. Ya no es la naturaleza quien nos obliga a pensar de otra manera. La humanidad tiene que sacar de sí misma la capacidad de autolimitarse. Es un punto de partida que se presenta por primera vez en la historia.
¿Cómo podríamos lograr esa autolimitación?
Tenemos que aprender a reducir el empleo de vectores energéticos fósiles mediante acuerdos y tratados internacionales con el objetivo de evitar así un cambio climático y sus peligros. Los principales emisores de CO2 tienen que ser quienes empiecen. Si, por ejemplo, se sentaran en la misma mesa los EE. UU, China, la UE, Japón, India y Rusia, tendríamos allí dos tercios de las emisiones mundiales. Sería un primer paso importante.
Planes necesarios como incrementar el precio del CO2 se topan en Alemania con la oposición de la población y de la industria. ¿Cómo lograr aceptación respecto a un control a través del precio?
No es difícil en absoluto comunicar que es algo necesario, siempre que a la gente se le prometa que se les reembolsarán los ingresos. Así se garantiza que las personas más desfavorecidas socialmente no sufrirán una carga desproporcionada. Un reembolso por persona, incluso, aportaría a los más pobres una ventaja económica. Sería, por tanto, una política social. Es difícil de entender por qué el precio del CO2 tiene esa imagen tan mala pese a limitar con mucha efectividad actividades nocivas para el clima. Es un mensaje que la esfera política tiene que comunicar activamente.
Junto con las personas que se dedican a las ciencias naturales y a la economía, ¿es preciso que también se eleven con más fuerza en favor del cambio necesario otras voces como pueden ser confesiones religiosas o entidades culturales?
Las entidades culturales y las confesiones religiosas elaboran imágenes de dónde podría llegar a estar la sociedad, pero muestran en demasiado poca medida qué senderos conducen hasta allí. Sufrimos una carencia de comprensión respecto a estos senderos. Pero es necesaria para lograr que la población nos acompañe por ellos. Porque también la moral es un bien escaso. El ser humano no puede actuar de forma moral ilimitadamente. Se puede exigir a las personas, pero no demasiado.