La memoria
Del recuerdo colectivo al recuerdo cultural

Sichtbares Zeichen der Erinnerung im Herzen Berlin: das Denkmal für die ermordeten Juden Europas;
Sichtbares Zeichen der Erinnerung im Herzen Berlin: das Denkmal für die ermordeten Juden Europas; | © Marko Priske

Al morir los testigos de una época, museos, monumentos y aniversarios históricos pasan a asumir la función de foros para la cultura de la memoria. En Alemania, sin embargo, no deja de intensificarse la rememoración pública de la época del nacionalsocialismo.

En mayo de 1985, con ocasión del 40 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el Presidente Federal alemán Richard von Weizsäcker pronunció palabras inequívocas: “El 8 de mayo fue un día de liberación. Nos liberó a todos de la dominación nacionalsocialista por la violencia, un sistema que despreciaba al ser humano.” La considerable resonancia que causó la alocución, también internacionalmente, no se explica solo por que rechazara el punto de vista que consideraba el final de la guerra una “catástrofe”, para pasar a enfocarlo como “liberación” frente al nacionalsocialismo. Weizsäcker también estaba agitando las conciencias al adoptar la perspectiva de la víctima. Y sostenía asimismo el ambicioso punto de vista de que el rememorar, bajo las exigencias cambiantes del presente, constituye una tarea que recomienza una y otra vez.

Tener presentes las causas en todo momento

En su discurso, el entonces Presidente Federal dirigía su atención a dos fenómenos que durante los 30 años siguientes habrían de dejar, en efecto, una impronta cada vez más intensa en la cultura pública de la memoria en Alemania. Por una parte, el 8 de mayo de 1945 pasó a ser entendido en la República Federal de Alemania cada vez más como el punto de arranque desde el que se edificó con éxito una democracia. De ahí, y en medida creciente, la cultura política extrajo parte de su legitimación en términos políticos. Por otra lado, en la cultura pública de la memoria, es decir: ante todo en las conmemoraciones públicas, se fue imponiendo un interés cada vez más centrado en las víctimas. A este respecto puede observarse durante el mismo periodo una evolución internacional paralela, ya que a partir de la década de 1990 se sometió a consideración crítica en muchos países de Europa el fenómeno del colaboracionismo con los ocupantes alemanes y la cooperación de la población local en las deportaciones de judíos. Pero en ningún otro país de Europa el Holocausto y sus consecuencias llegaría a ocupar como punto de referencia de la cultura nacional de la memoria un lugar tan eminente como habría de ocurrir en la República Federal de Alemania. El monumento erigido en 2005 en Berlín en recuerdo de los judíos europeos asesinados constituye el que probablemente sea el signo de ello más visible para un público de millones de personas. En cierto sentido, cumple incluso la función de ser un monumento nacional moderno que amonesta una y otra vez a todos los visitantes para que tengan presentes las causas de la quiebra de la civilización sucedida en el siglo XX.

El enfoque centrado en las víctimas que se impuso en la cultura alemana de la memoria desde la década de 1980 y la aceptación que ello conlleva de la obligación de autorreflexión permanente pueden entenderse también como el resultado de un cambio generacional. En este contexto, los historiadores de las culturas de la memoria hablan del tránsito de una memoria colectiva a una memoria cultural. La primera suele irse desvaneciendo en silencio y sin que se note en el ciclo incesante de la sucesión de las generaciones. La memoria cultural, por el contrario, designa el acervo de textos, imágenes y ritos que es propio de toda sociedad y toda época y mediante el cual las colectividades estabilizan y transmiten su imagen de sí mismas. Esto sentado, vuelve a quedar claro que la década de 1980 supuso una solución de continuidad, por el hecho de que entonces, por última vez pero de forma bien perceptible, pidieron la palabra ante la opinión pública las personas pertenecientes a la generación con recuerdos directos de la dictadura nazi. Su muerte, en cambio, trajo consigo la intervención de cada vez más mediadores indirectos con la intención de decidir qué debía pasar a formar parte de la memoria cultural de la nación. En la estela del actual cambio comunicativo, museos, bibliotecas y monumentos, a los que se añade también el creciente número de aniversarios históricos conmemorados, han pasado cada vez con más fuerza a asumir la función de foros para la autocomprensión social de la cultura de la memoria en el presente.

Puntos de apoyo en tiempos de transformación acelerada

Un rasgo característico de cómo ha evolucionado la cuestión en Alemania radica en que desde la década de 1980 la rememoración pública del 8 de mayo de 1945 y, con él, de la prehistoria de la época nacionalsocialista no ha experimentado de hecho ningún retroceso, sino que antes bien se ha intensificado. Así puede comprobarse muy notablemente con ocasión de los actos solemnes celebrados para conmemorar públicamente días como el 27 de enero (liberación del campo de Ausschwitz), el 8 de mayo (fin de la Guerra), el 20 de julio (intentona contra Hitler) o una jornada tan cargada de historia como es la del 9 de noviembre (Revolución de Noviembre de 1918, Noche de los Cristales Rotos de 1938, Caída del Muro de Berlín en 1989). En conjunto, se trata de puntos de apoyo fijados en el calendario que, en tiempos de transformación acelerada, dan a la opinión pública la oportunidad de ponerse de acuerdo sobre experiencias pasadas y derivar de ellas objetivos comunes para el futuro.

Considerar el asunto con criterios históricos permite, además, comprobar la fuerza con que los momentos que suponen una tajante solución de continuidad política y social pueden transformar las culturas de la memoria. La última vez que ocurrió así en toda Europa fue en 1989/90: tras el desmoronamiento de los regímenes dominados por gobiernos comunistas, y como en una secuencia a cámara rápida, reaparecieron en la superficie recuerdos sepultados. Llevaban décadas marginados, o incluso reprimidos políticamente. El fenómeno afectó asimismo al occidente europeo, de modo que desde entonces el panorama de la memoria se encuentra en intensa agitación tanto en el este como en el oeste del continente. Por todas partes pueden observarse los signos materiales y simbólicos de estas transformaciones. En Alemania se manifiestan, entre otros acontecimientos, en la animada competencia entre centros y lugares para la memoria de la dictadura nazi, así como en el recuerdo del dominio del Partido Socialista Unificado.

Por cultura de la memoria, así pues, y tal como nos lo dice la reciente investigación sobre la memoria con su orientación interdisciplinar, no hay que entender un conjunto estático formado por los recuerdos de un grupo. Las culturas de la memoria, antes bien, son el resultado de procesos políticos y sociales permanentes para llegar a acuerdos.

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