La labor de cuidar
De las comunidades cuidadoras a las ciudades cuidadoras

Una educadora lee a los niños
Las mujeres, en particular, realizan trabajos de cuidados mal pagados y no remunerados. | Foto (Detail): Sebastian Gollnow © picture alliance/dpa

El problema de la labor de cuidados no remunerada está pasando cada vez más a un primer plano. Pero ¿cómo son las denominadas comunidades queer de cuidados y por qué siguen siendo necesarias todavía? Alek B. Gerber, de la red Care Revolution, describe cómo la gente se ve obligada a subsanar por cuenta propia las lagunas de la asistencia pública.
 

De Alek B. Gerber

Durante la crisis del coronavirus se hicieron incesantes las imágenes de hospitales repletos, estanterías vacías en las tiendas y personas aplaudiendo en las terrazas. Las consecuencias de ello son devastadoras. Gente sentada en casa sin compañía, quedándose sola, zonas de juego infantil cerradas con cinta de señalización, ahora también hay que saludarse con el codo... La crisis de la reproducción social llega a uno de sus puntos álgidos. Las personas dejan de recibir la atención social necesaria que precisan. La economía está orientada nada más que al lucro, con lo que cada vez más gente sufre la tensión de la falta de tiempo y molestias psíquicas, obligada a luchar por asegurarse la existencia. Pero echar a hombros de la sociedad civil la responsabilidad del Estado no es algo que date de estos dos años últimos. Ya de antes había personas que tenían que buscar manos que las atendieran, refugios que debían ganarse por sí mismas.

Labor cuidadora queer

El fracaso institucional sistemático ha llevado a que las personas queer creen espacios asistenciales por su propia cuenta, las denominadas “communities of care”. Un ejemplo de ellas podría ser una comunidad queer en la que, por ejemplo, se ayuden entre sí personas trans, intersex y no binarias, por la razón de que suelen vivir en condiciones precarias. Según quien disponga en cada momento de fuerzas y recursos, se sucederán en ir ocupándose unas de otras. 

La labor de cuidados queer, por ejemplo, además de prestar atención en cirugías para el cambio de sexo, puede centrarse en la ayuda en procesos de adopción o, igualmente, en el acompañamiento afectivo en casos de discriminación y experiencias de violencia. Los límites entre la labor de cuidados remunerada y no remunerada, entre cuidado y autocuidado, y también entre recibir atención y dar atención, son zonas que resulta imprescindible redefinir a fondo conforme a lo demandado y al estatus económico. La ausencia de atención estatal llevó, durante la crisis del sida, a que se formaran, ya durante los años 80, “communities of care” en las que se llevaba a cabo una labor de cuidados colectiva y, en los más de los casos, no remunerada. A primera vista, hoy se diría que las comunidades asistenciales aparecen allí donde en teoría deberían estar actuando estrategias del Estado social. Pero, en cualquier caso, criticar las “caring communities” como un recurso que descarga de sus tareas a estructuras neoliberales del Estado social sería un punto de vista que no conduce muy lejos.

No hay motivos para descargar al estado alemán de la tarea de ocuparse de quienes componen la sociedad. Para politizar y socializar a personas individuales del mismo modo que a toda la sociedad, es necesario colectivizar la labor de cuidados.

Dado que los centros alternativos en los que se ofrece asesoramiento psicosocial o donde las personas pueden intercambiar información sobre la vida y el amor queer cuentan cada vez con menos financiación del Estado, son espacios seguros que van desapareciendo progresivamente. Tal evolución afecta ante todo a personas queer que experimentan otras formas de discriminación tales como racismo y/o clasismo y que no están en condiciones de recurrir a ofertas comerciales. Como escribía Mike Laufenberg hace ya diez años, “la falta de consolidación de las estructuras de cuidados y atención no capitalizadas se agudiza dando lugar a una clase de condiciones vitales precarizadas cualitativamente nueva”.
 

“Community Capitalism”

Junto a las numerosas crisis en vigor, sociales y ecológicas, puede hablarse también de una crisis de la reproducción social, ante la que el Estado responde despreocupándose estructuralmente. Así se aprecia, por ejemplo, en los recortes económicos en áreas sociales, en la ausencia de una remuneración adecuada para las labores de cuidados o en la revalorización de las mismas. Aplaudir en las terrazas, por desgracia, no basta para conseguirlo.

Y, sin embargo, el capitalismo por eso tampoco se desmorona en mil pedazos, sino que demuestra su ingente fuerza para transformar en estructuras capitalistas cualquier cambio. El credo del momento presente no es ya el individualismo, sino la comunidad: allí donde el Estado ha fracasado, entra en acción el vecindario para taponar las lagunas asistenciales. Ha sido sobre todo durante la crisis del coronavirus en estos últimos dos años cuando estos desequilibrios se han agudizado como bajo una lupa que concentrase sobre ellos la luz solar. De no haber estado ahí el vecindario, las amistades o, también, la “community” mientras había personas en cuarentena que no podían ir a la compra, muchas de ellas seguramente habrían estado condenadas a la sopa en lata de tiempo atrás. Por no mencionar en absoluto lo que habría pasado al acabarse el papel higiénico.

“El trabajo no remunerado fue y es, tal como vuelve a quedar claro, el elixir vital del capitalismo”, escriben al respecto Haubner y van Dyk. Es como para desesperarse: las “communities” queer necesitan estas estructuras asistenciales gratuitas porque muchas personas queer disponen de medios económicos escasos y también sufren enfermedades psíquicas, no pocas veces debido a las discriminaciones cotidianas y estructurales a las que están expuestas.

La socialización de las labores de cuidados muestra cuán importante es la comunidad para el individuo. La crítica de cierto “community capitalism” no se dirige aquí contra formas de solidaridad cotidianas y relevantes ni contra economías alternativas, sino contra la constitución política y moral desatenta del capitalismo community, basado en la explotación.
 

Care Revolution

También Gabriele Winker, cofundadora de la red Care Revolution, percibe estas lagunas de la asistencial estatal y menciona cómo, sin una estructura asistencial voluntaria, la vida social se desmoronaría.

Que en ese contexto aparezcan rápidamente individuos a quienes se exige demasiado, personas que cargan sobre sus hombros la ingente responsabilidad de esa labor de cuidados no retribuida, no es algo de lo que vaya a asombrarse nadie. De ahí, por ejemplo, la necesidad de más tiempo, menos trabajo lucrativo, subsistencia asegurada, ampliar infraestructuras sociales, tal como exige también Care Revolution. El objetivo podría llevarse a la práctica ante todo a través de órganos para la autogestión. Un buen ejemplo al respecto es el concepto “ciudad cuidadora” que está poniéndose a prueba en Barcelona. También en este caso las medidas están orientadas a situar la labor de cuidados en el centro mismo de la actividad económica. Se está ampliando ostensiblemente infraestructuras públicas, otra exigencia de la red Care Revolution. Una tarjeta de cuidador/a otorga a las personas que trabajan en labores asistenciales domésticas un acceso privilegiado a infraestructuras asistenciales y servicios sociales municipales. Un ejemplo semejante es el que aportó Madrid con su «Ciudad del Cuidado», centrada en la participación democrática y el fomento de iniciativas autoorganizadas.

Sin descanso desde hace ya casi diez años, la red Care Revolution no ha dejado de generar ideas acerca de cómo podría ser una vida buena para todas las personas. Pero es ahora “papá Estado” quien tiene que empuñar la escoba, emprender iniciativas y ocuparse del asunto.

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