Entrevista con André Barata Nascimento
“El trabajador es hoy sujeto político en mucha menor medida que antiguamente – carece de los medios para ello.”

André Barata
André Barata, 50 años de edad, nació en Faro. Hoy reparte su tiempo entre Lisboa y Covillana, donde trabaja en la Universidad de la Beira Interior, cuya Facultad de Arte y Literatura dirige. | Foto (Ausschnitt): © João Pedro Silva

En su ensayo más reciente, La disociación del mundo y la cuestión del ser humano (O desligamento do mundo e a questão do humano, Documenta, 2020), el filósofo André Barata reflexiona sobre la relación entre tiempo y trabajo, llamando la atención sobre el creciente desvanecimiento de relaciones solidarias entre trabajadoras/es y la pérdida de su capacidad de resistencia.
 

De Pedro Miguel Santos

Pedro Miguel Santos: Quiero pedirte que mires este meme.
En vista del desarrollo tecnológico, ¿por qué no dedicamos nuestro tiempo a hacer fiestas dionisíacas y a comer higos?


André Nascimento Barata: Hay una especie de engaño. Consiste en que todo el desarrollo de los acontecimientos apunta al fin de liberar al hombre del trabajo al automatizarlo. La tarea entregada a aparatos conlleva aumentos de la productividad. ¿Dónde radica el engaño? No es verdad que eso nos libere. No podemos desvincular ese trabajo automatizado de la actividad humana. En vez de ello, pasa a ser considerado un modelo del trabajo, de la actividad humana. Lo impresionante aquí es que empezamos a pensar el trabajo humano a la luz del trabajo automatizado. En el plano fáctico, no es la automatización lo que está quitando el trabajo a las personas. Es el trabajo humano lo que es pensado a la luz del trabajo automatizado. Es una paradoja, pues, por una parte, la gente se ve implicada en una competición que carece de sentido –se compite contra maquinaria y contra trabajo automatizado–, y, a la vez, se subordina a ese modelo. Todo cuanto hacemos, incluido el trabajo intelectual, académico, se piensa en forma de producción susceptible de ser regulada y valorada según los criterios del trabajo automatizado: ¿cuánto se puede fabricar en menos tiempo? Es una derrota anunciada. Nos pone en una situación en la que no podemos aprovechar el momento para hacer otras cosas.

En tu libro citas a Karl Polanyi: “Desligar el trabajo de las demás actividades vitales y someterlo a la ley del mercado significaba lo mismo que hacer que se extinguieran todas las formas orgánicas de existir y sustituirlas por otra forma distinta de organización, una forma de organización atomista e individualista”. ¿Es así?

En lo que piensa Polanyi es en el disembedding: Una desincorporación. Ahí se está partiendo de que la actividad económica se ha abstraído del mundo de la vida en todas sus dimensiones. El trabajo en su forma mercantilizada se corresponde con esta desincorporación. Se podría hablar de alienación o de separación. Yo hablo de disociación: el trabajo se piensa en una forma esquemática abstracta que se corresponde con la de su mercantilización. Se trata de un valor abstracto en un tiempo abstracto, un valor que es entendido como valor de cambio y no como valor de uso. Todo ello conlleva formas de trabajo desligado, conlleva cosificación y enajenación. El trabajo mercantilizado pierde su dimensión gratificante, en la que nos encontramos en relación con otras personas, con la sociedad, con una comunidad y con el mundo en sus diversas conformaciones materiales y a partir de ahí creamos algo. Transformas el mundo y haces que el mundo te cambie a ti. Es una idea procedente del pensamiento de Marx, que veía en el trabajo la gran actividad a través de la cual la persona se vincula con el mundo y lo transforma.

¿Una visión casi ontológica, moral?

Desde el punto de vista antropológico. Yo diría que hay una antropología del trabajo en la que se ve en él una actividad a través de la cual la gente encontramos gratificación dentro de una comunidad, dentro de un proyecto, a través de la cual creamos algo. La mercantilización es otra cosa. Aquí se trata de comprar y vender trabajo. El trabajo queda reducido a una cosa abstracta que podemos intercambiar. Intercambio trabajo por mercancías o por ingresos, que luego a su vez intercambio por mercancías. Pero eso es una abstracción. Presupone la desincorporación de la que habla Polanyi; presupone un trabajo que tiene únicamente la dimensión de mercancía y está desligado de todas las dimensiones del “mundo de la vida”. El concepto “mundo de la vida” se usa a menudo en alemán: todas las dimensiones de significado que están en el mundo, en torno a ti. Y el hecho es que el trabajo está detached, separado. Y, de esta manera, cosificado, es decir, es una idea abstraída de la realidad.

Escribes también: “En esta esfera nos convertimos cada vez más en máquinas, o en piezas de máquinas, o en componentes de un dispositivo. Justo eso lo que Lukács llamó cosificación. Aquí vemos también una disociación”. ¿Puedes explicar esta idea y cómo hemos caído en este sistema de la disociación y la cosificación?

El acontecimiento se corresponde ampliamente con la historia de la Modernidad, que introdujo procesos a través de los cuales se llegó a esta separación y cosificación que ahora determinan nuestra manera de vivir. Esto es aplicable al trabajo, pero también al tiempo. El tiempo abstracto es un elemento irrenunciable de cara a entender el trabajo abstracto. La razón está en que el trabajo prestado se lo mide contando el tiempo transcurrido. Pero el tiempo necesariamente es considerado de manera abstracta. Esto es aplicable también a otros ámbitos, por ejemplo el manejo de emociones. Aquí se da una escisión. Hay una especie de migración al mundo de las redes sociales, al mundo virtual, a una sensación vital desmesurada que ha caído totalmente fuera de control. Es como una huida de la vida real, de la cotidianidad laboral en la que dejamos cada vez menos espacio a las emociones.

Eso guarda relación con lo que asimismo viene después en tu texto: “En una guerra de drones no existe la traición; en una fábrica totalmente automatizada no existen huelgas; alrededor de fronteras que están cerradas a los refugiados, a la migración por motivo económico o climático, a cualquier diferencia cultural, no existe la incomprensión”. ¿Estamos viviendo el fin del modelo de política social consolidado tras la Segunda Guerra Mundial? ¿Van a perder peso los derechos de trabajadoras/es y “sálvese quien pueda” va a convertirse en el nuevo modelo?

Me parece que es patente. Todo progreso tecnológico que es puesto a disposición del trabajo tiende a destruir la herencia de los derechos de las/los trabajadoras/es, una herencia que se construyó a lo largo de al menos un siglo, fuese a través de los movimientos sindicales o del Estado social. La idea sindical es cada vez más un vestigio anacrónico que se ve ante la gran dificultad de enfrentarse a los problemas de personas que trabajan en contextos totalmente faltos de claridad: trabajo autónomo, entrepreneurs, todo lo relacionado con la uberización. Estas formas de trabajo atomizan el papel del trabajador y lo enajenan del proceso productivo. El control del proceso productivo, el poder de impugnarlo, interrumpirlo con huelgas, impedirlo, se empequeñece progresivamente si todo el trabajo industrial se va automatizando. Los trabajadores/as ya no trabajan en una fábrica, sino con frecuencia en casa, sin contar con nadie más que con su propia persona, y a la vez de una manera altamente industrializada: en función de las cantidades producidas y en una precariedad absoluta. Habrían merecido todo el apoyo sindical, cualquier intervención en favor de sus derechos, pero no pueden replicar nada porque la lucha política no la llevan a cabo en el marco del proceso productivo. Los sindicatos no pueden asumir su representación. Al final, los sindicatos defienden únicamente los intereses de quienes se encuentran en situaciones laborales inmejorables.

Según un estudio de la OCDE publicado en noviembre de 2019, el porcentaje de personas trabajadoras organizadas sindicalmente en Portugal retrocedió desde el 60,8 % en el año 1978 al 15,3 % en el año 2016. Es el segundo retroceso más intenso en todos los países objeto del estudio. ¿Dónde radica el fracaso de los sindicatos? ¿Hay otras razones que expliquen esta pérdida de unidad entre las personas trabajadoras?

Hay varias causas. Una es la pérdida de importancia de las personas trabajadoras en el proceso productivo: cuanto menos presentes, tanto menos podrán exigir. Ello conlleva la impotencia de los sindicatos. Para poder reaccionar, haría falta que se organizasen de otra manera. Pero tú mismo has señalado otra circunstancia: la atomización, un individualismo que lleva a un estado en el que “cada persona solo puede confiar en sí misma”. Así quedan incapacitadas para trabar lazos de solidaridad. Hay una libertad escenificada –“Eres tu propio jefe”, “Eres dueño de tu destino”–, pero el aislamiento del individuo genera un haberse extraviado que nos deja impotentes y no nos deja encontrar un suelo sobre el que pudiésemos construir puentes de solidaridad que nos permitirían constituirnos como sujetos. Yo incluso diría que las personas trabajadoras son hoy sujetos políticos en mucha menor medida que antiguamente porque carecen de los medios para ello. La atomización se convierte en un derrocamiento del sujeto político.

¿Esto es causa o consecuencia de la disociación de la que hemos hablado? ¿O ambas cosas?

Se condicionan recíprocamente. Todos los instrumentos que emplea el capitalismo se generan mediante disociaciones que pasan a cosificarse y permiten incorporar a ese ámbito la actividad humana: tiempo abstracto, trabajo abstracto, la idea de la supervivencia misma. La idea de la supervivencia se separa de la supervivencia natural y se convierte así en un método útil para obligar a los seres humanos a trabajar.
Charles Taylor, uno de los grandes autores del comunitarismo, habla de “atomización”. Según yo pienso, la atomización es un mecanismo de vulnerabilidad. Cuando eres más vulnerable, tu orientación es a la supervivencia. Pero se trata también de una especie de aplanamiento que impide que haya otra manera de ser, impide que haya singularidad. ¿Por qué? Porque solo así se vuelve posible un idioma universal del intercambio. ¿Por qué es importante el trabajo abstracto? Porque permite cambiar trabajo por otros bienes de una manera universal. ¿Por qué es importante la idea de unos individuos absolutamente iguales y medibles? Porque aplica una lógica de la universalización, del cambio de una cosa por otra. Toda la racionalidad utilitarista se basa en ello. Todo lo dicho es en el fondo una disociación. Perdemos la singularidad. La idea de singularidad alberga un capital de resistencia enorme. ¿Qué es lo singular? Es lo que no se deja cambiar por otra cosa. El individualismo, la recaída en unos individuos atomizados, es un afán igualitarista en el peor sentido de la palabra igualdad. Impide que haya singularidades, lo cual, junto con la vulnerabilidad, es el sustrato para llevar a las personas a un estado en el que dicen: “No tengo ningún otro recurso más que sobrevivir”.
 

El filósofo André Nascimento Barata ha dedicado estos últimos años a analizar las formas de organización humana en un mundo crecientemente más complejo, digital y huidizo. Nacido en el ardiente calor de Faro, marchó al clima más templado de la capital para doctorarse en filosofía contemporánea en la Universidad de Lisboa. En los fríos y la nieve de Covillana, dedica gran parte de su tiempo a interrogarse a sí mismo y a enseñar ese interrogarse. Pensador, profesor universitario e investigador, dirige actualmente la Facultad de Arte y Literatura de la Universidad de la Beira Interior y la Sociedad Portuguesa de Filosofía. Hace públicas sus ideas en artículos de opinión en la prensa y en los libros que escribe. Sus intereses académicos giran en torno a la filosofía social y política, el pensamiento existencialista y la psicología fenomenológica.

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