Thomas Heise: “Heimat is A Space in Time”
Crónica familiar, Historia y paisaje

Calle con asfalto roto
© GMFilms, Thomas Heise

En este documental, Heise reconstruye la historia de cuatro generaciones de su familia mediante sus cartas y diarios, a las que acompañan planos paisajísticos y fotografías de asociación poética.

De Miguel Muñoz Garnica

Confiesa Thomas Heise que, si algo tienen en común todas sus películas, es el fundamento autobiográfico. Vista así, Heimat Is a Space in Time resulta la obra más ambiciosa de este maestro del documental: en casi cuatro horas de metraje, reconstruye una crónica familiar que abarca más de un siglo y cuatro generaciones, desde la época del Imperio hasta la actualidad. Todo el componente oral de la película está tomado de cartas, diarios o anotaciones de sus antepasados y coetáneos que Heise recita sobre las imágenes mediante una voice over impasible. En este archivo se halla el origen de la película, para la que el director se embarcó en la exhaustiva tarea de recuperar, ordenar cronológicamente y archivar toda la documentación que conservaba de su familia.

La irrupción de la Historia

Al ir avanzando en el visionado descubrimos, además, que este testimonio oral se entrecruza y queda determinado por la Historia alemana del siglo XX —aunque el documental nos demanda un papel activo para establecer estas relaciones—. En sus cartas y diarios accedemos a la historia del abuelo del director, casado con una escultora judía que perdió a su familia en los campos de concentración. O a la de su padre, que sobrevivió al campo de trabajo de Zerbst. O la infancia y juventud del propio Heise, nacido en Berlín Este y alistado durante un año en el Ejército Popular Nacional. En este sentido, la parte final de la película retoma un tema recurrente en su filmografía: la tragedia de las clases bajas durante los últimos años de la RDA, prolongada tras la caída del Muro en una desigualdad que Heise rastrea hasta nuestros días.
 
Panorama de casas
© GMFilms, Thomas Heise.

Ecos de la tragedia

De la mano de esta crónica familiar, se despliega la otra gran estrategia expresiva: un acompañamiento visual consistente, en su mayoría, en viejas fotografías y tomas en blanco y negro filmadas para la película. Estas últimas tienden al vacío de presencia humana, y establecen una asociación libre —aunque siempre sugerente— con la narración oral. En ellas, Heise se acerca al cine de James Benning mediante largos planos de composiciones e iluminaciones muy medidas, con varios motivos visuales recurrentes como edificios en ruinas, paisajes boscosos y trenes en movimiento. El efecto tiende al contrapunto. La impasibilidad de la voice over se suma a la de esos paisajes indiferentes a la Historia; pero, a la vez, son capaces de llenarse de los ecos trágicos contenidos en los documentos. 

Heise prolonga estos hallazgos a otros recursos visuales. En uno de sus segmentos más llamativos, vamos conociendo la correspondencia entre la abuela del director y su familia, que fue sufriendo medidas antijudías cada vez más severas hasta su deportación y muerte. En la distancia insalvable entre Berlín y Austria que los separa asoma un drama familiar, al que acompaña siempre la imagen de una larga lista de deportados que la cámara va recorriendo lentamente. Así, a la impotencia ante la tragedia se une la imperturbabilidad de la burocracia nazi, similar a la de los planos paisajísticos. Todo puede reducirse a un nombre en una lista de cientos, a una huella casi borrada sobre la piedra. Pero, aun así, la tragedia resuena a plena potencia.

Top