Greenwashing
Mentiras verdes: la confianza es mala, el control es mejor

Campo de soya en Brasil.
Campo de soya en Brasil. | Foto (detalle): © Adobe

El greenwashing no solo engaña a los consumidores, sino que también se interpone en el camino del cambio real: las promesas ecológicas, igual que las certificaciones voluntarias, han llevado al público a creer durante mucho tiempo que la economía global se está volviendo más ecológica por sí misma. Sin embargo, esto nunca ocurrió. Una nueva ley deberá corregirlo.

De Kathrin Hartmann

“Save the Planet” está escrito sobre el alimento para perros Terra Canis de la marca Nestlé: por cada lata de carne que se venda de esta edición, se hará una donación para la reforestación de bosques, la producción de luces solares en África o la limpieza de océanos. Cuantas más latas de carne se compren, más se salvará al planeta, al menos esta es la impresión que se pretende dar.

Lo que no está escrito en el paquete de este alimentos para perros, que contiene carne, es que es precisamente el inmenso y creciente consumo de carne en todo el mundo el que contribuye de manera significativa a la destrucción de los bosques. Se les destruye, entre otras cosas, para cultivar forraje para el ganado, como la soya, con frecuencia en monocultivos dañinos para el clima. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), esta es una de las razones por las que la ganadería causa alrededor del 14,5 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

Greenwashing es el nombre de esta estrategia de las corporaciones que, como Nestlé, están tratando de ocultar su negocio principal perjudicial para el medio ambiente y el clima bajo un manto verde. Los instrumentos para esto son diferentes, pero el objetivo es siempre el mismo: se exagera el compromiso ambiental de la empresa por medio de hermosas palabras e imágenes en campañas de mercadotecnia, pero, por otro lado, no se aborda el negocio principal, dañino y rentable. De este modo, los consumidores se quedan con una conciencia tranquila. Esto también incluye melodiosas promesas de reducción de CO2. Incluso algunas compañías de petróleo, automóviles, concreto y carbón prometen hoy “cero emisiones” para 2050, es decir que sus industrias ya no emitirán gases de efecto invernadero para 2050. No piensan prescindir de su negocio principal con materias primas finitas, pero cuentan con compensar sus emisiones a través de medidas de reforestación, por ejemplo. Pero esto no evita el daño ambiental causado por la extracción de combustibles fósiles. Y de diez proyectos de reforestación, nueve fracasan.

Shell se ha fijado el objetivo de alcanzar la neutralidad de CO2 para 2050. Sin embargo, el consorcio no quiere renunciar a sus actividades de petróleo y gas por el momento, sino que se está centrando en la compensación y el almacenamiento de CO2. Activistas de Greenpeace se manifiestan en Glasgow en octubre de 2021 contra la extracción de combustibles fósiles con carteles en los que se lee “Revolución libre de fósiles”.
Shell se ha fijado el objetivo de alcanzar la neutralidad de CO2 para 2050. Sin embargo, el consorcio no quiere renunciar a sus actividades de petróleo y gas por el momento, sino que se está centrando en la compensación y el almacenamiento de CO2. Activistas de Greenpeace se manifiestan en Glasgow en octubre de 2021 contra la extracción de combustibles fósiles con carteles en los que se lee “Revolución libre de fósiles”. | Foto (detalle): © picture alliance/ASSOCIATED PRESS/Peter Dejong

La promesa vacía de las etiquetas ecológicas

El greenwashing tiene muchas caras. Algunas empresas participan en campañas de recaudación de fondos, como Nestlé, otras inician sus propios proyectos ambientales o trabajan junto con organizaciones de conservación de la naturaleza. Sin embargo, los sistemas de certificación voluntarios y del sector privado también se han convertido en un instrumento esencial de greenwashing, para materias primas como la madera, el aceite de palma, la soya, el algodón, el cacao, el café y el té.

Tales sellos de sostenibilidad no solo inspiran una confianza especial entre los consumidores: las organizaciones no gubernamentales (ONG) e incluso algunos políticos han confiado hasta ahora en poder dirigir la economía por un camino sostenible. El argumento: si se puede persuadir a través de tales iniciativas a las corporaciones que causan un gran daño para adherirse voluntariamente a la protección ambiental y los estándares sociales, se puede contener la destrucción. Pero este efecto aún no se ha producido. Una y otra vez, también se han criticado las iniciativas de certificación, porque resulta que los productos certificados no se producen en absoluto, o no de manera suficientemente sostenible.

Los sistemas de certificación privados o voluntarios se han convertido en una herramienta esencial de lavado verde.
Los sistemas de certificación privados o voluntarios se han convertido en una herramienta esencial de lavado verde. | Foto (detalle): © picture alliance/ZB/Patrick Pleul

El autocontrol no funciona

Hace unos años, por ejemplo, la compañía de alimentos congelados Iglo anunció que unos pocos centavos de cada paquete de barritas de pescado vendido se donarían a un proyecto de conservación marina de la organización de conservación de la naturaleza WWF. Hoy en día, Iglo vende pescado certificado de manera sostenible con el sello MSC. La etiqueta del Marine Stewartship Council está estampada en el doce por ciento de los productos pesqueros en todo el mundo. Pero la iniciativa ha sido criticada durante años: en 2012, el Instituto Geomar de Kiel documentó que un tercio de los peces certificados por MSC proviene de poblaciones sobreexplotadas. Según un informe reciente de la ONG francesa BLOOM, el 83 por ciento de las capturas certificadas por MSC utilizan métodos de pesca destructivos, por ejemplo, mediante la pesca de arrastre de grandes buques industriales. Y la etiqueta MSC no es un caso aislado.

En marzo de 2021, Greenpeace presentó el estudio "Destrucción: Certificada". Examinó nueve esquemas principales de certificación de productos básicos, incluida la Mesa Redonda para Aceite de Palma Sostenible (RSPO), la Mesa Redonda para Soya Responsable (RTRS), la Rainforest Alliance y el Forest Stewardship Council (FSC). El estudio concluye que estos sistemas son “una herramienta débil contra la degradación global de los bosques y los ecosistemas”. La mayoría de las etiquetas estudiadas permitieron a las empresas continuar con sus prácticas destructivas.

Donde una vez hubo selva tropical, ahora se cultiva soya: la cosecha de soya en Mato Grosso, Brasil.
Donde una vez hubo selva tropical, ahora se cultiva soya: la cosecha de soya en Mato Grosso, Brasil. | Foto (detalle): © Adobe
La razón de esto no siempre son criterios demasiado débiles, sino a menudo también una implementación y transparencia deficientes, porque son precisamente aquellas corporaciones que dependen o se benefician de la extracción de materias primas las que a menudo dominan los sistemas de certificación en sus comités y juntas. Por ejemplo, la Mesa Redonda para Aceite de Palma Sostenible tiene 1934 miembros de pleno derecho, incluidas 973 empresas de bienes de consumo y comercio, 887 empresas de aceite de palma y 15 bancos, pero sólo 50 ONG. En consecuencia, no hay sanciones o sólo son poco efectivas si los miembros violan las condiciones, a menudo ya poco rigurosas, que ellos mismos codeterminan. No se incluye en el estudio la certificación orgánica para alimentos, que, según Greenpeace, está bien regulada y es mucho más confiable. Aunque también ha recibido críticas, pero el sello orgánico es de propiedad estatal, hay estándares vinculantes, así como controles y sanciones por violaciones.

Nuevas leyes en lugar de greenwashing

En los últimos 20 años, el compromiso voluntario de las empresas no ha echado a andar cambios dignos de mención, esto ahora también lo reconocen los políticos alemanes, por lo que quieren hacer que las corporaciones rindan cuentas legalmente vinculantes. Bajo una gran presión de la sociedad civil, el gobierno alemán aprobó una Ley de Cadenas de Suministro en el verano de 2021. Con ello se pretende obligar a las empresas a ejercer sus obligaciones de diligencia debida en materia de derechos humanos a lo largo de las cadenas de suministro. 

Las asociaciones de cabildeo en la industria lograron debilitar significativamente el proyecto de ley: en lugar de empresas con 250 o más empleados, inicialmente solo se aplicará a aquéllas con al menos 3000 empleados, no contiene ninguna responsabilidad civil y sólo se refiere a proveedores directos. Pero no pudieron evitarlo. El tiempo en que los compromisos voluntarios eran suficientes está llegando a su fin.

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