Ciclo de cine Sueño de una noche de invierno

Dir. Andres Veiel, Farbe, 81 min., 1991-92

Inka Köhler-Rechnitz termina su formación de actriz a finales de los años veinte. En seguida le ofrecen un rol en el teatro de la ciudad de Görlitz. Sin embargo, su marido le niega la autorización necesaria en ese momento. Más avanzada la década de los años treinta Inka corre peligro de ser deportada a un campo de concentración por ser medio judía. Sesenta años más tarde vuelve a las tablas que debían haber sido el primer peldaño de su carrera. “Sueño de una noche invernal” relata los sueños de su juventud y el intento de realizar una parte de ellos en la vejez.

Mis primeras experiencias con el teatro las realicé en la prisión de Tegel entre 1986 y 1988. Allí creé un grupo de teatro penitenciario, primero en el departamento de psiquiatría, más tarde en el sector de drogodependientes y prisioneros con penas largas. Después de dos años de trabajo me despidieron. La pieza fue censurada por la dirección de la prisión, yo me resistí y realicé la obra en la versión original. El director de la prisión me despidió con una amenaza solapada, me dijo: “no le puedo prohibir la entrada para siempre; eso sí, si vuelve aquí, no será por la entrada de empleados”. Me quedé con las manos vacías. En esa época me ofrecieron dirigir un grupo de teatro de la tercera edad. La dirección del geriátrico pensó que con mi experiencia penitenciaria traería la fortaleza necesaria para tratar con las robustas ancianas (el grupo estaba formado sólo por mujeres). Yo pensé: un grupo de amateurs, de la tercera edad y encima, mujeres... peor no podía ser. Me insistieron varias veces para que fuese. Fui para tener un buen motivo para rechazar el puesto personalmente, sin embargo, al final, me terminé quedando.
Una de las actrices me causó una fascinación persistente. Se trataba de Inka Köhler Rechnitz. En esa época tenía 83 años. A mediados de los años veinte había hecho una formación de actriz en Breslau. Después recibió una oferta para trabajar en Görlitz, pero necesitaba la autorización de su marido. Él también era actor, pero no tenía trabajo y no le firmó la autorización. A pesar de todo ella se quedó con él y trató de salir adelante trabajando como locutora en la radio hasta que por razones políticas ―era medio judía― no pudo seguir. Sobrevivió a la guerra, tuvo dos hijos y el sueño del teatro se perdió en el horizonte. A los 75 años comenzó en un grupo de teatro amateur. En seguida me impresionó su actuación rica en matices. Escribí una pieza para ella y sus ocho colegas. Inka era la protagonista. Una actriz vieja y fracasada enferma de artrosis se refugia donde vive su hermana, que es superiora de un geriátrico religioso. La estadía temporal se convierte en permanente. La actriz aprovecha el tiempo y se hace cargo del grupo de teatro amateur del lugar. Ensaya con sus ancianas heroínas Marat / Sade por Peter Weiss: una revolución en el geriátrico. De esta forma compromete a su hermana y lleva al geriátrico al borde de una catástrofe...

Al principio los ensayos con Inka eran muy divertidos. Una actriz grandiosa, a veces diva y obstinada, pero con un encanto deslumbrante y con un fino sentido del humor. Ya en esa época mostraba algunos síntomas de la enfermedad de Parkinson: sus manos temblaban y le costaba un poco concentrarse. Tres semanas antes del estreno, pidió un fin de semana largo para ir a descansar con su hija a Italia. El martes siguiente esperamos a Inka en vano. El miércoles nos llamaron para decirnos que tenía que prolongar su estadía en Italia, que teníamos que posponer el estreno. Todas estábamos indignadas, no era posible posponerlo pues habíamos alquilado una sala para un día fijo. No nos quedó otra opción que salvar el estreno recomponiendo el elenco. Inka Köhler Rechnitz no se perdió la función. Al final abrazó a su colega, que valientemente había interpretado el rol protagónico aunque sólo tuvo tres semanas para ensayarlo. Por la noche Inka me llamó llorando y me dijo que ese era el rol de su vida y que ella tenía que representarlo y hacerlo “de verdad”, no como lo había hecho su colega. En ese momento nació “Sueño de una noche invernal“. Le propuse un trato: yo la guiaría y su estreno sería en el teatro de Görlitz, allí donde hubiese podido empezar sesenta años antes. Y en forma paralela haríamos una película, sobre los ensayos, su vida y lo que significa realizar un sueño tan tarde en la vida. O no poder realizarlo... Todavía recordaba muy bien cómo nos había dejado plantados en los ensayos. Inka aceptó la propuesta, con la esperanza de que yo no iba conseguir financiación para el “proyecto” (como me lo confesó posteriormente). ¿Quién va a querer ver a una actriz vieja e impedida? Pero sus temores no se cumplieron. Cuando fui a verla para comunicarle que íbamos a comenzar con el rodaje se alegró mucho y al mismo tiempo tuvo mucho temor. Quizás porque le dije que la película nos encadenaba y que si pensaba ir a Italia o al desierto de Gobi, yo la buscaría y la encontraría. Y eso también formaría parte de la película. Inka me preguntó: ¿hay que realizar todos los sueños? Si uno los cumple, ya no son sueños…

Andres Veiel

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