Ciclo de cine Cielo sin estrellas

Dir. Helmut Käutner, 109 min., 1955

Historia de amor con final trágico de una empleada en una fábrica textil de la RDA y un miembro de la policía fronteriza de la RFA en los años 1952-53. Si bien la película fue rodada en la Alemania Occidental en la época de la Guerra Fría, no se compromete con ninguna causa, sino que busca la humanidad por encima de cualquier ideología.

La historia de Anna Kaminski, obrera textil de la localidad de Broditz en la región de Turingia, y de Karl Altmann, miembro de la policía fronteriza de Oberfeldkirch en la Alta Franconia. Hacia el final de la guerra Anna se había enamorado de Gerhard Friese pero a la joven pareja le faltó tiempo para casarse. Gerhard cayó en el frente poco después y Anna dio a luz un niño. Presionada por los padres de Gerhard, tuvo que consentir a que éstos adoptaran al niño. Posteriormente, la zona fronteriza entre el Este y el Oeste separaría todavía más a la madre de su hijo.

En 1952, cuando la frontera entre las dos Alemanias era todavía relativamente permeable, Anna cruza a nado el río Saale para poder visitar al pequeño Jochen - y según todos los indicios, no es la primera vez que lo hace. Es entonces cuando conoce a Karl Altmann, policía de la Alemania Occidental estacionado en la frontera. Otto Friese y su mujer no se muestran nada contentos con la visita de Anna, sobre todo cuando la joven declara su intención de llevarse al chico. Forzada por las circunstancias, Anna se escapa una noche con el chico pero éste se extravía al cruzar la frontera. Karl Altmann, haciendo caso omiso del reglamento, lleva al niño a la zona este de Broditz, donde Anna vive en casa de sus abuelos. La familia Friese presenta denuncia por secuestro, con lo cual surgen nuevas dificultades para Anna y para Karl, que han acabado enamorándose. Karl pierde su puesto en la policía fronteriza.

Anna y Karl cruzan la frontera repetidas veces clandestinamente; la mayoría de las veces se citan en las ruinas de una estación que está fuera de servicio, en tierra de nadie. A medida que pasa el tiempo, aumentan la vigilancia y la fortificación de la frontera. La pareja decide entonces emprender una nueva vida en la zona occidental, llevándose con ellos a Jochen y a los abuelos. Pero el intento de fuga fracasa. En un momento de pánico, Karl mata a un soldado ruso y desencadena una alarma general. Karl no sabía que Mischa quería precisamente entregarle el permiso oficial para que Anna y su hijo pudieran viajar al oeste. Anna y Karl mueren cuando les disparan en zona fronteriza. Solo, el pequeño Jochen se dirige en la oscuridad de la noche hacia una de las barreras de la frontera.

El estreno de HIMMEL OHNE STERNE en 1955 en los cines de la Alemania Occidental no causó gran entusiasmo entre la crítica, a Käutner se le acusó incluso de haber exagerado el valor simbólico. Hoy en día, hemos de considerar esta película como una de esas obras maestras de los años 50 que no fueron apreciadas en su justo valor. Este cambio de actitud se debe a una virtud sumamente rara en aquellas épocas. De hecho, si bien la película trata de manera concreta el conflicto Este-Oeste, no expone ninguna toma de partido al servicio de la Guerra Fría. Käutner nos muestra un destino individual sin importarle la "alta" política y sin pretender explicar el estado de su microcosmo desde un enfoque histórico. Su actitud se desprende claramente de la exposición inicial del tema: un montaje con imágenes de la frontera, puentes desmontados, carreteras cortadas y vías de tren desmanteladas.

El pasado político de los protagonistas está siempre presente aunque no se mencione de manera explícita: con frecuencia oímos decir "yo no he hecho la frontera", como si con esta frase se pudiera cargar la responsabilidad a las autoridades e ignorar la propia responsabilidad bajo el pretexto de la obediencia. Los momentos más conmovedores de la película son siempre cuando los personajes se distancian de lo que les había sido prescrito como obligación. Esto es válido sobre todo para personajes que en otras películas contemporáneas de la República Federal, servían de objetivo preferente a la hora buscar culpables: la policía a ambos lados de la frontera y, especialmente, los funcionarios del partido y de las fuerzas de seguridad de la RDA. El funcionario de la RDA que interroga a Karl Altmann, quiere saber si éste ha combatido en Carelia, como si con ello quisiera encontrar algo que pudiera unirles, por encima de todo lo que les separa. Cada policía que abre fuego con saña, encuentra otro que interviene para detenerlo.

Casi parece como si Käutner tratara a sus compatriotas con mayor severidad que a los del "lado contrario", probablemente este hecho explique el escepticismo con el cual se acogió a la película. Otto Friese vela por los beneficios de su próspero negocio, mientras de refilón, nos enteramos de que la librería justo al lado ha tenido que cerrar. El reproche más amargo lo pronuncia Karl Almann cuando le informan de su despido: "Si te permites el lujo de ser persona, te destrozan". Es evidente que Käutner no acusa a nadie en su obra; no hay ninguna figura que, teniendo en cuenta su trasfondo personal, no actúe o reaccione de manera justificable o comprensible, incluso cuando el joven soldado ruso se despide cariñosamente de Jochen llamándole "amerikanski". Son precisamente los personajes secundarios y marginales los que confieren su calidad a esta película: el abuelo de Anna, un antiguo maestro que corrige de nuevo sus cuadernos escolares de 1937 porque, como supone su nieta, en aquellos tiempos pudo haber tachado "lo correcto". O su abuela, que quedó sepultada durante los bombardeos de Dresden y desde entonces no es capaz de adaptarse a la nueva realidad. También los campesinos que aparecen de pronto una noche ante la estación, en tierra de nadie, y no consiguen resignarse ante el hecho de que sus pastos hayan sido divididos por la frontera.

El reproche de una simbología excesiva no acierta a calibrar correctamente esta puesta en escena. Cualquier valor simbólico que puedan esconder estas imágenes, desde la casa del viejo Kaminski, situada justo debajo del puente abandonado, hasta los perros de los guardianes del Este y del Oeste, enzarzados al final en una furiosa orgía de mordiscos, no se halla superpuesto artificialmente a la historia, sino que surge directamente de la realidad. Patetismo lo revela únicamente el plano final en el cual la cámara busca el detalle de las manos de Karl y de Ana, cercanas entre sí pero sin llegar a tocarse, y sus cuerpos inertes que yacen uno al lado del otro. Pero el patetismo que se le reprocha a esta película, encontraría plena aceptación en cualquier melodrama de Hollywood desde hace ya bastantes años, como el momento de suprema intensidad emocional de la película.

Hans Günther Pflaum
 

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