Jenny Erpenbeck
Jenny Erpenbeck nace en Berlín Este en 1967. Con su primera novela Die Geschichte vom alten Kind, de 1999 (Historia de la niña vieja), consigue el reconocimiento literario.
Erpenbeck ha obtenido numerosos premios entre los cuales cabe destacar el premio de literatura Heimito von Doderer, el premio Evangelischer Buchpreis, el premio Hans Fallada y el premio Thomas Mann.
Obras traducidas al castellano:
Una casa en Brandenburgo; Historia de la niña vieja
Erpenbeck ha obtenido numerosos premios entre los cuales cabe destacar el premio de literatura Heimito von Doderer, el premio Evangelischer Buchpreis, el premio Hans Fallada y el premio Thomas Mann.
Obras traducidas al castellano:
Una casa en Brandenburgo; Historia de la niña vieja
Jenny Erpenbeck nace en Berlín Oeste en 1967. Tras el bachillerato, una formación como encuadernadora y trabajos en distintos teatros, estudia primero dramaturgia en la Humboldt Universität y luego, en 1989, cambia sus estudios por los de dirección de teatro musical en el Conservatorio Hans Eisler de Berlín. Trabaja como ayudante de dirección y como escenógrafa en la puesta en escena de óperas y musicales en Berlín y Graz. Jenny Erpenbeck vive en Berlín.
Con su primera novela Die Geschichte vom alten Kind, de 1999 (Historia de la niña vieja), consigue el reconocimiento literario. Para investigar sobre esta genial e impactante historia, la autora, de 27 años, se introduce como una alumna más en una clase de primero de bachillerato de un instituto berlinés sin que el resto de sus compañeros descubra sus intenciones. Después de sus libros de relatos Tand (2001) y Wörterbuch (2007), la autora presenta una novela extensa, Heimsuchung (2008), en la que retoma el tema del pasado alemán junto a la descripción literaria de un paisaje de la Alemania del este. La patria se convierte en el lugar de la transición, en el telón de fondo donde se producen continuos cambios sociales e históricos. “Heimat” [patria; hogar], afirma Erpenbeck, “es algo de lo que seguramente se es consciente, cuando ya está perdido”. La novela Aller Tage Abend (2012) insiste en esa misma idea. En cinco posibles biografías se refleja el siglo XX: el judaísmo de la Europa oriental, la dictadura del nazismo, el exilio. Trata de convicciones comunistas, arbitrariedad estalinista y de las desilusiones en la RDA. La novela Gehen, ging, gegangen (2015) desarrolla el tema del desarraigo, de la pérdida del hogar, pero también de la espera y plantea preguntas existenciales. Un profesor emérito se encuentra con refugiados de África que han llegado hasta Berlín y no saben cómo tienen que seguir.
Jenny Erpenbeck ha obtenido numerosos premios entre los cuales cabe destacar el premio de literatura Heimito von Doderer (2008), el premio Evangelischer Buchpreis (2013), el premio Hans Fallada (2014) y el premio Thomas Mann (2016).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
Con su primera novela Die Geschichte vom alten Kind, de 1999 (Historia de la niña vieja), consigue el reconocimiento literario. Para investigar sobre esta genial e impactante historia, la autora, de 27 años, se introduce como una alumna más en una clase de primero de bachillerato de un instituto berlinés sin que el resto de sus compañeros descubra sus intenciones. Después de sus libros de relatos Tand (2001) y Wörterbuch (2007), la autora presenta una novela extensa, Heimsuchung (2008), en la que retoma el tema del pasado alemán junto a la descripción literaria de un paisaje de la Alemania del este. La patria se convierte en el lugar de la transición, en el telón de fondo donde se producen continuos cambios sociales e históricos. “Heimat” [patria; hogar], afirma Erpenbeck, “es algo de lo que seguramente se es consciente, cuando ya está perdido”. La novela Aller Tage Abend (2012) insiste en esa misma idea. En cinco posibles biografías se refleja el siglo XX: el judaísmo de la Europa oriental, la dictadura del nazismo, el exilio. Trata de convicciones comunistas, arbitrariedad estalinista y de las desilusiones en la RDA. La novela Gehen, ging, gegangen (2015) desarrolla el tema del desarraigo, de la pérdida del hogar, pero también de la espera y plantea preguntas existenciales. Un profesor emérito se encuentra con refugiados de África que han llegado hasta Berlín y no saben cómo tienen que seguir.
Jenny Erpenbeck ha obtenido numerosos premios entre los cuales cabe destacar el premio de literatura Heimito von Doderer (2008), el premio Evangelischer Buchpreis (2013), el premio Hans Fallada (2014) y el premio Thomas Mann (2016).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
TRADUCIDO AL CASTELLANO
Una Casa en Brandenburgo
Trad. de Javier Salinas
Destino, Barcelona 2011
Historia de la niña vieja
Trad. de Helga Pawlowsky
El cobre ediciones, Barcelona 2004
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Gehen, ging, gegangen
Albrecht Knaus Verlag, München 2015
Aller Tage Abend
Albrecht Knaus Verlag, München 2012
Dinge, die verschwinden
Galiani, Berlin 2009
Heimsuchung
Eichborn, Berlin 2008
Wörterbuch
Eichborn, Berlin 2007
Geschichte vom alten Kind
Eichborn, Berlin 1999
Narraciones
Tand
Eichborn, Berlin 2001
Obras de teatro
Katzen haben sieben Leben
Eichborn Berlin 2000
Leibesübungen für eine Sünderin
Verlag der Autoren, Frankfurt a.M. 2003
Una Casa en Brandenburgo
Trad. de Javier Salinas
Destino, Barcelona 2011
Historia de la niña vieja
Trad. de Helga Pawlowsky
El cobre ediciones, Barcelona 2004
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Gehen, ging, gegangen
Albrecht Knaus Verlag, München 2015
Aller Tage Abend
Albrecht Knaus Verlag, München 2012
Dinge, die verschwinden
Galiani, Berlin 2009
Heimsuchung
Eichborn, Berlin 2008
Wörterbuch
Eichborn, Berlin 2007
Geschichte vom alten Kind
Eichborn, Berlin 1999
Narraciones
Tand
Eichborn, Berlin 2001
Obras de teatro
Katzen haben sieben Leben
Eichborn Berlin 2000
Leibesübungen für eine Sünderin
Verlag der Autoren, Frankfurt a.M. 2003
Nacida el 12 marzo de 1967 en Berlín
1985 - 1987 | Formación profesional como encuadernadora |
1988 - 1990 | Estudios de dramaturgia en Berlín |
1990 - 1994 | Estudios de Dirección de Teatro Musical en el |
Conservatorio Superior de Música Hanns Eisler | |
de Berlín Oriental | |
2001 | Premio del jurado en los premios Ingeborg |
Bachmann por el relato Sibirien | |
2004 | Premio promocional de Literatura Gedok |
2008 | Premio de Literatura Hertha König |
Premio de Literatura de Solothurn | |
Premio de Literatura Heimito von Doderer | |
2009 | Premio LiteraTour Nord |
2010 | Premio de Literatura de la fundación Stahlstiftung |
Eisenhüttenstadt | |
2013 | Premio de literatura Evangelischer Buchpreis |
para Aller Tage Abend | |
Miembro de la académia Deutschen Akademie | |
für Sprache und Dichtung; Premio de literatura | |
Thomas Valentin; Premio Joseph Breitbach | |
Premio de literatura Ver.di Berlín-Brandenburgo | |
2014 | Premio Hans Fallada |
2015 | Premio Independent Foreign Fiction Prize |
2016 | Premio Thomas-Mann |
Reside en Berlín |
Extracto de: Gehen, ging, gegangen
El viejo armario, al que le falta una pata, seguro que tras su muerte no estará en la misma casa que la taza con la cual por la tarde siempre toma su café turco; el sofá, en el que se sienta para ver la tele, irá cada noche de aquí para allá empujado por manos distintas a las que abren los cajones de su escritorio; su teléfono no compartirá propietario con el cuchillo afilado con el que siempre corta las cebollas, y tampoco con el de su máquina de afeitar. Muchas de las cosas que aprecia, que en efecto funcionan o que simplemente le gustan, irán a parar a la basura. Entre los montones de desperdicios estará, por ejemplo, su antiguo despertador junto a los restos de la casa que se pueda permitir su vajilla con motivos de cebollas, se establecerá entonces una conexión invisible que consiste en que ambas cosas una vez fueron suyas. Pero evidentemente nadie conoce, si ya no vive, esa conexión. ¿O una conexión así consiste en que se mantenga para siempre, objetiva de un mismo modo? Y si es así, ¿con qué unidad de medida podría medirse? Si realmente hay un sentido predeterminado que convierte a su casa, desde el cepillo de dientes hasta el crucifijo gótico que cuelga de la pared, en un universo, aparece enseguida una nueva cuestión fundamental: ¿tiene sentido una masa?
Richard tiene que ir con mucho cuidado si no quiere volverse loco. Quizás se encontrará mejor, cuando finalmente encuentren al muerto. Unas gafas de buceo llevaba presuntamente el desgraciado. Podría resultar gracioso, pero este verano no ha visto reírse a nadie que conozca el caso. Hace poco, en la fiesta del pueblo, que a pesar de todo se celebró, solo que sin el baile, oyó decirle una vez tras otra al presidente de la asociación de pescadores: ¡Con unas gafas de buceo! ¡Con unas gafas de buceo! Como si justo ese detalle fuera lo más difícil de soportar de la muerte del nadador y, en efecto, todos los demás hombres que allí estaban con la jarra de cerveza en la mano, nada dijeron durante largo tiempo, tan solo observaron en silencio la espuma en su vaso de cerveza y asintieron.
También él hará hasta el final lo que le guste. La cabeza hacia delante en el hoyo. Pensar. Leer. Y cuando la cabeza en algún momento ya no siga, ninguna otra cabeza sabrá qué necesita. Puede durar, hasta que el cuerpo salga a la luz, se dijo. Hace ya casi tres meses que dura. También puede ser que permanezca desaparecido, se dijo. Que haya quedado atrapado entre algas, o se haya hundido para siempre en el barro que en el fondo del lago, por lo que parece, alcanza metros de grosor. Es un lago profundo, dieciocho metros. Hacia arriba, precioso, en realidad un abismo. Todos los habitantes, incluso él, miran des de entonces hacia el cañaveral con cierto titubeo, con cierto titubeo, el espejo de la superficie del lago, en días sin viento. Des de su escritorio puede ver el lago. Es bonito el lago, igual que otros veranos, pero no este verano. El lago, mientras no se encuentre al muerto ni se saque de ahí, pertenece al muerto. Todo el verano ya, y pronto llegará el otoño, que el lago pertenece a un muerto.
Gehen, ging, gegangen, S. 16-18
Trad. de Rosina Nogales Tudela
@Knaus Verlag, München 2015
El viejo armario, al que le falta una pata, seguro que tras su muerte no estará en la misma casa que la taza con la cual por la tarde siempre toma su café turco; el sofá, en el que se sienta para ver la tele, irá cada noche de aquí para allá empujado por manos distintas a las que abren los cajones de su escritorio; su teléfono no compartirá propietario con el cuchillo afilado con el que siempre corta las cebollas, y tampoco con el de su máquina de afeitar. Muchas de las cosas que aprecia, que en efecto funcionan o que simplemente le gustan, irán a parar a la basura. Entre los montones de desperdicios estará, por ejemplo, su antiguo despertador junto a los restos de la casa que se pueda permitir su vajilla con motivos de cebollas, se establecerá entonces una conexión invisible que consiste en que ambas cosas una vez fueron suyas. Pero evidentemente nadie conoce, si ya no vive, esa conexión. ¿O una conexión así consiste en que se mantenga para siempre, objetiva de un mismo modo? Y si es así, ¿con qué unidad de medida podría medirse? Si realmente hay un sentido predeterminado que convierte a su casa, desde el cepillo de dientes hasta el crucifijo gótico que cuelga de la pared, en un universo, aparece enseguida una nueva cuestión fundamental: ¿tiene sentido una masa?
Richard tiene que ir con mucho cuidado si no quiere volverse loco. Quizás se encontrará mejor, cuando finalmente encuentren al muerto. Unas gafas de buceo llevaba presuntamente el desgraciado. Podría resultar gracioso, pero este verano no ha visto reírse a nadie que conozca el caso. Hace poco, en la fiesta del pueblo, que a pesar de todo se celebró, solo que sin el baile, oyó decirle una vez tras otra al presidente de la asociación de pescadores: ¡Con unas gafas de buceo! ¡Con unas gafas de buceo! Como si justo ese detalle fuera lo más difícil de soportar de la muerte del nadador y, en efecto, todos los demás hombres que allí estaban con la jarra de cerveza en la mano, nada dijeron durante largo tiempo, tan solo observaron en silencio la espuma en su vaso de cerveza y asintieron.
También él hará hasta el final lo que le guste. La cabeza hacia delante en el hoyo. Pensar. Leer. Y cuando la cabeza en algún momento ya no siga, ninguna otra cabeza sabrá qué necesita. Puede durar, hasta que el cuerpo salga a la luz, se dijo. Hace ya casi tres meses que dura. También puede ser que permanezca desaparecido, se dijo. Que haya quedado atrapado entre algas, o se haya hundido para siempre en el barro que en el fondo del lago, por lo que parece, alcanza metros de grosor. Es un lago profundo, dieciocho metros. Hacia arriba, precioso, en realidad un abismo. Todos los habitantes, incluso él, miran des de entonces hacia el cañaveral con cierto titubeo, con cierto titubeo, el espejo de la superficie del lago, en días sin viento. Des de su escritorio puede ver el lago. Es bonito el lago, igual que otros veranos, pero no este verano. El lago, mientras no se encuentre al muerto ni se saque de ahí, pertenece al muerto. Todo el verano ya, y pronto llegará el otoño, que el lago pertenece a un muerto.
Gehen, ging, gegangen, S. 16-18
Trad. de Rosina Nogales Tudela
@Knaus Verlag, München 2015
Geschichte vom alten Kind ('Historia de la niña vieja')
El libro recurre al clásico motivo del rechazo: desde Kaspar Hauser, el enigmático niño salvaje, hasta Peter Pan, que venía del fabuloso País de Nunca Jamás y no quería hacerse mayor. Pero Erpenbeck lo hace a través de unas escenas plásticamente muy expresivas, conmovedoras, originales, y con una asombrosa disciplina lingüística. La trama que enmarca el argumento, que resulta ligeramente enrevesada, es compensada con creces gracias a una descripción viva y creíble de las luchas y las bobadas típicas de la edad entre los niños de un internado. Parece ser que Jenny Erpenbeck se preparó bien para su historia: a la edad de veintisiete años ella misma jugó a hacer de “niña mayor” haciéndose pasar durante cuatro semanas por una estudiante de diecisiete años en la clase de un instituto.
Der Spiegel 1999
Heimsuchung
Un libro pequeño con mucho efecto. Erpenbeck cuenta con intensidad, domina el lenguaje de manera magistral y lo moldea como un sonido fabuloso con atractivo mágico. El que lee extractos en voz alta se da cuenta de esta magia. La autora describe la historia alemana pero no la relaciona con los acontecimientos de la metrópolis, sino con un trozo de tierra lindado. Casa y terreno son escenario de la vida, la capa sedimentada del pasado solo está cubierta por una fina capa del presente. Lo de antes todavía existe, solo está sepultado. El juego con las capas del tiempo es lo más impresionante de este libro.
Roland Mischke, WAZ, 2008
El libro recurre al clásico motivo del rechazo: desde Kaspar Hauser, el enigmático niño salvaje, hasta Peter Pan, que venía del fabuloso País de Nunca Jamás y no quería hacerse mayor. Pero Erpenbeck lo hace a través de unas escenas plásticamente muy expresivas, conmovedoras, originales, y con una asombrosa disciplina lingüística. La trama que enmarca el argumento, que resulta ligeramente enrevesada, es compensada con creces gracias a una descripción viva y creíble de las luchas y las bobadas típicas de la edad entre los niños de un internado. Parece ser que Jenny Erpenbeck se preparó bien para su historia: a la edad de veintisiete años ella misma jugó a hacer de “niña mayor” haciéndose pasar durante cuatro semanas por una estudiante de diecisiete años en la clase de un instituto.
Der Spiegel 1999
Heimsuchung
Un libro pequeño con mucho efecto. Erpenbeck cuenta con intensidad, domina el lenguaje de manera magistral y lo moldea como un sonido fabuloso con atractivo mágico. El que lee extractos en voz alta se da cuenta de esta magia. La autora describe la historia alemana pero no la relaciona con los acontecimientos de la metrópolis, sino con un trozo de tierra lindado. Casa y terreno son escenario de la vida, la capa sedimentada del pasado solo está cubierta por una fina capa del presente. Lo de antes todavía existe, solo está sepultado. El juego con las capas del tiempo es lo más impresionante de este libro.
Roland Mischke, WAZ, 2008