Julia Franck
Julia Franck nace en 1970 en el Berlín Este. Su debut literario lo consigue en 1997 con la novela Der neue Koch. En 1999 le sigue la novela Liebediener que el periódico Süddeutsche Zeitung calificó como “la historia de amor de los noventa”.
“Creo imágenes de tal manera que el lector tenga la sensación que está viendo a estas personas, dónde se encuentran, cómo se mueven y cómo hablan [...] Dejo que el lector vea las cosas con su ojo interior.”
Julia Franck ha recibido numerosos premios, entre ellos, el del concurso organizado por la emisora televisiva 3sat Ingeborg Bachmann, y el premio Alemán del Libro.
Obras traducidas al castellano:
La mujer del mediodía; Zona de tránsito
“Creo imágenes de tal manera que el lector tenga la sensación que está viendo a estas personas, dónde se encuentran, cómo se mueven y cómo hablan [...] Dejo que el lector vea las cosas con su ojo interior.”
Julia Franck ha recibido numerosos premios, entre ellos, el del concurso organizado por la emisora televisiva 3sat Ingeborg Bachmann, y el premio Alemán del Libro.
Obras traducidas al castellano:
La mujer del mediodía; Zona de tránsito
Julia Franck nace en 1970 en el Berlín Este. En 1978 se traslada con su madre y tres hermanas al Berlín Oeste. Cursa estudios americanos y literatura alemana contemporánea en la Freien Universität de Berlín. A tiempo parcial trabaja como enfermera, camarera, mecanógrafa y ayudante de dirección para la radio. Entremedias pasa largas temporadas en EE.UU y en América Central. Además de su trabajo como novelista, también se dedica al periodismo. Julia Franck vive en Berlín.
Su debut literario lo consigue en 1997 con la novela Der neue Koch. En 1999 le sigue la novela Liebediener que el periódico Süddeutsche Zeitung calificó como “la historia de amor de los noventa”. Un año después publica Bauchlandung (2000). En su novela político-histórica, Lagerfeuer, de 2003, (Zona de tránsito) Julia Franck narra – marcada por su propia experiencia en el provisional campo de refugiados de Marienfelde – un fragmento de finales de los setenta a menudo olvidado de la historia de las dos Alemanias. Zona de tránsito narra desde cuatro perspectivas distintas la vida de refugiados de la RDA en el Occidente dorado de los años setenta. Franck observa la demonización del “otro” en el contexto de tensión entre Este y Oeste, así como los anhelos compartidos de bienestar, felicidad y comprensión mutua a ambos lados del Muro. Die Mittagsfrau, de 2007, (La mujer del mediodía) trata de un niño que, abandonado en 1945 en una estación por su madre durante la huida, la reencuentra años después. Rücken an Rücken (2011) es la historia trágica de dos hermanos descuidados y humillados por su madre, una escultora insensible, y de, cómo ya adultos, siguen sufriendo bajo las condiciones político-sociales de la RDA.
“Creo imágenes de tal manera que el lector tenga la sensación que está viendo a estas personas, dónde se encuentran, cómo se mueven y cómo hablan [...] Dejo que el lector vea las cosas con su ojo interior.”
Julia Franck ha recibido numerosos premios, entre ellos, el del concurso organizado por la emisora televisiva 3sat Ingeborg Bachmann en Klagenfurt (2000), y el premio Alemán del Libro (2007).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
Su debut literario lo consigue en 1997 con la novela Der neue Koch. En 1999 le sigue la novela Liebediener que el periódico Süddeutsche Zeitung calificó como “la historia de amor de los noventa”. Un año después publica Bauchlandung (2000). En su novela político-histórica, Lagerfeuer, de 2003, (Zona de tránsito) Julia Franck narra – marcada por su propia experiencia en el provisional campo de refugiados de Marienfelde – un fragmento de finales de los setenta a menudo olvidado de la historia de las dos Alemanias. Zona de tránsito narra desde cuatro perspectivas distintas la vida de refugiados de la RDA en el Occidente dorado de los años setenta. Franck observa la demonización del “otro” en el contexto de tensión entre Este y Oeste, así como los anhelos compartidos de bienestar, felicidad y comprensión mutua a ambos lados del Muro. Die Mittagsfrau, de 2007, (La mujer del mediodía) trata de un niño que, abandonado en 1945 en una estación por su madre durante la huida, la reencuentra años después. Rücken an Rücken (2011) es la historia trágica de dos hermanos descuidados y humillados por su madre, una escultora insensible, y de, cómo ya adultos, siguen sufriendo bajo las condiciones político-sociales de la RDA.
“Creo imágenes de tal manera que el lector tenga la sensación que está viendo a estas personas, dónde se encuentran, cómo se mueven y cómo hablan [...] Dejo que el lector vea las cosas con su ojo interior.”
Julia Franck ha recibido numerosos premios, entre ellos, el del concurso organizado por la emisora televisiva 3sat Ingeborg Bachmann en Klagenfurt (2000), y el premio Alemán del Libro (2007).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
TRADUCIDO AL CASTELLANO
La mujer del mediodía
Trad. de Belén Santana López
Tusquets, Barcelona 2009
Zona de tránsito
Trad. de Belén Santana López
Tusquets, Barcelona 2007
TRADUCIDO AL CATALÁN
La Dona del migdia
Trad. de Pilar Estelrich
Edicions 62, Barcelona 2009
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Rücken an Rücken
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2011
Die Mittagsfrau
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2007
Lagerfeuer
DuMont, Köln 2003
Bauchlandung, Geschichten zum Anfassen
DuMont, Köln 2000
Liebediener
DuMont, Köln 1999
Der neue Koch
Ammann Verlag, Zürich 1997
La mujer del mediodía
Trad. de Belén Santana López
Tusquets, Barcelona 2009
Zona de tránsito
Trad. de Belén Santana López
Tusquets, Barcelona 2007
TRADUCIDO AL CATALÁN
La Dona del migdia
Trad. de Pilar Estelrich
Edicions 62, Barcelona 2009
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Rücken an Rücken
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2011
Die Mittagsfrau
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2007
Lagerfeuer
DuMont, Köln 2003
Bauchlandung, Geschichten zum Anfassen
DuMont, Köln 2000
Liebediener
DuMont, Köln 1999
Der neue Koch
Ammann Verlag, Zürich 1997
Nacida en 20 de febrero de 1970 en Berlín Oriental
1978 | Salida de la familia de la RDA y traslado a la RFA |
1991 | Estudios de Culturas Precolombinas, Literatura |
Alemana Moderna, Filosofía y Derecho en Berlín | |
1991 - 1992 | Colaboradora del periódico Berliner Tagesspiegel |
1994 - 1996 | Ayudante de dirección en la emisora radiofónica |
Freies Berlin | |
1995 | Premio literario Open Mike de la |
Literaturwerkstatt Pankow | |
2000 | Premio 3sat de las XXIV Jornadas de literatura |
alemana de Klagenfurt | |
desde 2001 | Miembro del centro PEN de Alemania |
2004 | Premio Marie Luise Kaschnitz |
2005 | Medalla Roswitha de la ciudad de Gandersheim |
2007 | Premio Alemán del Libro |
Reside en Berlín |
De: La mujer del mediodía
Sobre el alféizar de la ventana había una gaviota, gritó, sonó como si tuviese el mar Báltico atragantado, agudo, la corona de espuma de las olas, estridente, el color del cielo, su graznido fue perdiéndose sobre la Königsplatz, allí reinaba el silencio donde el teatro había quedado en ruinas. Peter pestañeó con la esperanza de que su parpadeo bastase para ahuyentar a la gaviota y se fuera volando. Desde que había acabado la guerra disfrutaba del silencio por las mañanas. Hacía varios días que su madre le había preparado una cama en el suelo de la cocina. Ya era un hombrecito y no podía seguir durmiendo con ella. Un rayo de sol incidió sobre su rostro, Peter se tapó con la sábana y escuchó atentamente la suave voz de la señora Kozinska. Provenía de las grietas del suelo de piedra, de la vivienda que quedaba debajo de la suya. La vecina estaba cantando. Ay, amado mío, si pudieras nadar, nada hasta mí. A Peter le encantaba esa melodía, la nostalgia de aquella voz, el anhelo y la tristeza. Esos sentimientos eran mucho mayores que él y él quería crecer, era lo que más deseaba. El sol calentó la sábana que cubría el rostro de Peter hasta que él oyó los pasos de su madre, que se acercaban como si vinieran desde muy lejos. De repente, le arrancaron la sábana. Venga, vamos, arriba, le exhortó ella. El maestro está esperando, dijo la madre. Pero hacía tiempo que el maestro Fuchs ya no preguntaba por cada uno de los niños, sólo unos pocos lograban asistir a diario a la escuela. Su madre y él llevaban días yendo a la estación todas las tardes con una pequeña maleta para intentar tomar un tren en dirección a Berlín. Cuando llegaba uno, iba siempre tan lle¬no que no lograban montarse. Peter se levantó y se aseó. Su madre se quitó los zapatos dando un suspiro. Con el rabillo del ojo Peter vio cómo ella se quitaba el delantal para echarlo en el caldero donde hervía la colada. Todos los días el delantal blanco estaba manchado de hollín, sangre y sudor, y había que ponerlo a remojo durante horas, antes de que su madre pudie¬se ponerlo sobre la tabla y restregarlo hasta que sus manos en¬rojecían y las venas de los brazos se le hinchaban. La madre de Peter se quitó la cofia con ambas manos, se sacó las horquillas del pelo y los rizos cayeron suavemente sobre sus hombros. No le gustaba que él la observase en ese momento. Mirándolo de reojo, le dijo: Eso de ahí también, y a él le pareció que señala¬ba su miembro con cierto asco para que se lo limpiara; después le dio la espalda y se cepilló su espesa melena. Su cabello des¬pedía un brillo dorado bajo la luz del sol y Peter pensó que te¬nía la madre más hermosa del mundo.
A pesar de que los rusos habían conquistado Stettin en pri¬mavera y desde entonces algunos soldados dormían en casa de la señora Kozinska, por la mañana temprano se la oía cantar. En una ocasión, la semana anterior, su madre se había sentado a la mesa para remendar uno de sus delantales. Mientras, Peter leía en voz alta: el maestro Fuchs les había puesto como tarea practicar la lectura en voz alta. Peter lo odiaba y alguna que otra vez había reparado en el poco caso que le hacía su madre. Probablemente ella detestaba que se rompiera aquel silencio. Casi siempre estaba tan ensimismada que parecía no percatar¬se cuando Peter, de pronto, en mitad de una frase, continuaba leyendo en voz baja. Mientras leía sin gran interés, Peter escu¬chaba con atención a la señora Kozinska. Habría que retorcer¬le el pescuezo, oyó decir a su madre de repente. Peter la miró sorprendido, pero ella sólo sonrió y clavó la aguja en el lino.
La mujer del mediodía, p. 13-14
Trad. de Belén Santana López © Tusquets, Barcelona 2009
Sobre el alféizar de la ventana había una gaviota, gritó, sonó como si tuviese el mar Báltico atragantado, agudo, la corona de espuma de las olas, estridente, el color del cielo, su graznido fue perdiéndose sobre la Königsplatz, allí reinaba el silencio donde el teatro había quedado en ruinas. Peter pestañeó con la esperanza de que su parpadeo bastase para ahuyentar a la gaviota y se fuera volando. Desde que había acabado la guerra disfrutaba del silencio por las mañanas. Hacía varios días que su madre le había preparado una cama en el suelo de la cocina. Ya era un hombrecito y no podía seguir durmiendo con ella. Un rayo de sol incidió sobre su rostro, Peter se tapó con la sábana y escuchó atentamente la suave voz de la señora Kozinska. Provenía de las grietas del suelo de piedra, de la vivienda que quedaba debajo de la suya. La vecina estaba cantando. Ay, amado mío, si pudieras nadar, nada hasta mí. A Peter le encantaba esa melodía, la nostalgia de aquella voz, el anhelo y la tristeza. Esos sentimientos eran mucho mayores que él y él quería crecer, era lo que más deseaba. El sol calentó la sábana que cubría el rostro de Peter hasta que él oyó los pasos de su madre, que se acercaban como si vinieran desde muy lejos. De repente, le arrancaron la sábana. Venga, vamos, arriba, le exhortó ella. El maestro está esperando, dijo la madre. Pero hacía tiempo que el maestro Fuchs ya no preguntaba por cada uno de los niños, sólo unos pocos lograban asistir a diario a la escuela. Su madre y él llevaban días yendo a la estación todas las tardes con una pequeña maleta para intentar tomar un tren en dirección a Berlín. Cuando llegaba uno, iba siempre tan lle¬no que no lograban montarse. Peter se levantó y se aseó. Su madre se quitó los zapatos dando un suspiro. Con el rabillo del ojo Peter vio cómo ella se quitaba el delantal para echarlo en el caldero donde hervía la colada. Todos los días el delantal blanco estaba manchado de hollín, sangre y sudor, y había que ponerlo a remojo durante horas, antes de que su madre pudie¬se ponerlo sobre la tabla y restregarlo hasta que sus manos en¬rojecían y las venas de los brazos se le hinchaban. La madre de Peter se quitó la cofia con ambas manos, se sacó las horquillas del pelo y los rizos cayeron suavemente sobre sus hombros. No le gustaba que él la observase en ese momento. Mirándolo de reojo, le dijo: Eso de ahí también, y a él le pareció que señala¬ba su miembro con cierto asco para que se lo limpiara; después le dio la espalda y se cepilló su espesa melena. Su cabello des¬pedía un brillo dorado bajo la luz del sol y Peter pensó que te¬nía la madre más hermosa del mundo.
A pesar de que los rusos habían conquistado Stettin en pri¬mavera y desde entonces algunos soldados dormían en casa de la señora Kozinska, por la mañana temprano se la oía cantar. En una ocasión, la semana anterior, su madre se había sentado a la mesa para remendar uno de sus delantales. Mientras, Peter leía en voz alta: el maestro Fuchs les había puesto como tarea practicar la lectura en voz alta. Peter lo odiaba y alguna que otra vez había reparado en el poco caso que le hacía su madre. Probablemente ella detestaba que se rompiera aquel silencio. Casi siempre estaba tan ensimismada que parecía no percatar¬se cuando Peter, de pronto, en mitad de una frase, continuaba leyendo en voz baja. Mientras leía sin gran interés, Peter escu¬chaba con atención a la señora Kozinska. Habría que retorcer¬le el pescuezo, oyó decir a su madre de repente. Peter la miró sorprendido, pero ella sólo sonrió y clavó la aguja en el lino.
La mujer del mediodía, p. 13-14
Trad. de Belén Santana López © Tusquets, Barcelona 2009
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